THE LONG MEMORY (1953, Robert Hamer)
Haber tenido la oportunidad –eso sí, muy fragmentada en el tiempo- de acceder a la casi totalidad de la filmografía del británico Robert Hamer –he contemplado hasta la fecha nueve de sus once títulos-, me sigue manteniendo un claro interrogante que no logro resolver. Una apreciación que se basa en el enrome respeto que poco a poco ha ido conciliando su figura –no me cansaré de señalar que su compañero Alexander Mackendrick lo consideraba el mejor director de su generación-, y que en algunos ámbitos le ha venido concediendo la siempre esquiva y compleja consideración de “autor”. Tendría que recuperar el visionado de aquellos títulos cuyo recuerdo tengo más lejano, pero lo cierto es que mi impresión personal me indica que en su obra se detecta un hombre de cine competente y en ocasiones incluso con resultados magníficos, pero que la personalidad de su obra no alcanza los rasgos de personalidad que sí poseían, por ejemplo, el citado Mackendrick, el tandem formado por Michael Powell y Emeric Pressburger o el mismísimo Alberto Cavalcanti, por citar algunos ejemplos. Ello no nos debe hacer menospreciar su aportación fílmica –como la de Charles Crichton, David Lean, Basil Dearden, los hermanos Boulting, Sydney Gilliat, Frank Launder y otros numerosos realizadores, entre los que ya se agazapaba la figura de un emergente Terence Fisher-. Digámoslo ya, es en el contexto de la producción destinada al gran público de los cines inglés e italiano de las décadas de los cuarenta y cincuenta, donde se puede apreciar y valorar más una labor de grupo, atendiendo sobre todo a las cualidades de las propias películas entendidas como hecho individual. Y valga este largo preámbulo, para destacar la valía de la magnífica THE LONG MEMORY (1953), que no dudo en considerar una de las obras más valiosas de Robert Hamer –quizá solo superada por la inmediatamente posterior THE DETECTIVE (El detective, 1954)-, y en la que sobre todo cabe valorar y destacar su conexión con diferentes corrientes ligadas al cine inglés de su tiempo. Unas conexiones estas que no impiden que su resultado adquiera personalidad propia, erigiéndose como un producto contundente, sombrío y abierto a múltiples lecturas e influencias.
THE LONG MEMORY narra la historia de un deseo de venganza. El protagonizado por un condenado inocente –Philip Davidson (un excelente John Mills)- por un crimen que no cometió, y que unos testimonios falsos llevaron a doce años de cárcel. La película se inicia con un plano general de tenebrosa fisicidad, mostrando una zona costera en panorámica, sobre la que se ubican los restos de barcas ruinosas que se encuentran dispuestos como esqueletos de madera. Hasta allí llegará Davidson cuando aún no le conocemos como personaje, buscando instalarse en una de ellas, y mostrando su carácter taciturno cuando un mendigo que vive entre dichos barcos intenta entablar una relación de amistad con él. Será la oportunidad para que el espectador conozca las circunstancias que le llevaron a sufrir esa injusta condena, en la que intervino incluso la que entonces era su novia –Fay (Elizabeth Sellars)-, que por proteger a su padre en una pelea que costó la muerte a una persona, testificó en contra de la verdad, facilitando la pasión del protagonista. La acción volverá al momento presente, percibiendo el espectador el deseo de vengarse de todos aquellos que forjaron su injusta reclusión. Un deseo que no podrá ya manifestarse en el padre de Fay, que murió en el transcurso de los años, pero sí en Pewsey (John Slater), el atolondrado ayudante que ratificó los testimonios de padre e hija, y de la propia Fay, que en el transcurso del tiempo se casó con el inspector Bob Lowter –precisamente quien comandó las investigaciones que condenaron a Davidson-, convirtiéndose en una respetable mujer de familia con un hijo. Para ambos la noticia del regreso del ex convicto, supondrá ante todo un revulsivo, la obligación de recordar un hecho oscuro de su pasado que se encontraba en apariencia olvidado. Pero al mismo tiempo supondrá en Phillip la casi atávica necesidad de buscar en esa intención de vengarse, la necesidad de reivindicarse como ser humano. Sin embargo, ese odio generado con mayor o menor justificación, encontrará en el protagonista un elemento inesperado que –aunque en un primer momento lo rechaze- poco a poco irá abriendo en sus perspectivas la posibilidad del encuentro con un sentimiento casi olvidado en su corazón; el amor. Este se presentará en una joven caracterizada por un pasado traumático, que trabaja en una lúgubre taberna ubicada en medio de esas lagunas resecas, y rodeada –como ella misma señalará- por hombres malvados. Será Ilse (Eva Bergh), quien desde el primer momento percibirá la nobleza que se esconde en el interior de Davidson, por más que este intente encubrirla dentro de su instinto de venganza. Será algo que logrará exteriorizar en un instante memorable –quizá el mejor de la película-, cuando en el interior de esa barcaza por fin este se decida a besar a la muchacha –excepcional la expresión de Mills-, dando rienda suelta a ese deseo hasta entonces dominado en él.
Basado en una novela de Howard Clewes –a partir de la cual el propio Hamer y Frank Harvey fueron los responsables de su guión-, THE LONG MEMORY interesa en la precisión de su relato, pero lo logra quizá aún más en la hondura psicológica con que son tratados sus personajes. Será algo que apreciaremos no solo en los principales, sino incluso en aquellos que tienen una presencia secundaria –el mendigo de mente ida que en los últimos instantes será capital para salvar la vida del protagonista; el estraperlista que sobrevivió en su momento y modificó su identidad, custodiado por un ayudante en el que se presupone una extraña relación homosexual, los desalmados que pueblan la sucia taberna en la que trabaja Ilse-. Se percibe en la película una sensación de hastío casi existencial, a través de una mirada coral en la que parece escenificarse la oposición de un pasado sombrío –en el que las huellas de la II Guerra Mundial casi aparecen como perceptibles- y un futuro –el vivido por Lowter y su interesada y atormentada esposa- donde se adivina una etapa de prosperidad para la sociedad inglesa. Dentro de ese marco físico, espléndidamente matizado por la oscura fotografía en blanco y negro de Harry Waxman, Hamer logra proponer una extraña mixtura de referentes dramáticos, que por momentos nos insertan en un thriller y en otros se plantea con elementos dramáticos. En algunas ocasiones aparece con tintes románticos, alienta aspectos realistas consustanciales al cine inglés y, y esta es quizá la influencia más sorprendente, en ciertos de sus episodios parecen adquirir ciertas concomitancias con el western. Será algo que quedará ligado con la propia presencia de ese sentimiento de venganza, pero que tendrá su expresión narrativa más evidente en la excelente secuencia en la que Davidson, los oficiales de policía y el periodista que formula el seguimiento del caso, se ubicarán en el exterior de la vivienda donde se encuentra Pewsey –junto a su amante-. La propia disposición de la planificación, parece evocarnos una tradicional secuencia de tensión westerniana, aunque traslada a un contexto británico de clase obrera. En otros momentos, la propia planificación e iluminación del discurrir del protagonista por las oscuras calles, parecen ofrecernos un curioso precedente del Robert Mitchum de THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton).
La película se beneficia de un férreo sentido de la progresión, unos giros en todo momento bien insertos en la narración y, ante todo, la capacidad expresada de integrar en un solo plano la fuerza física de su trazado con la hondura psicológica de sus personajes. Llegados a este punto, son numerosos los instantes en los que esta dualidad proporciona momentos magníficos. Será algo que se manifestará de forma poderosa en buena parte de las secuencias protagonizadas por Fay. Desde la soledad con la que se la encuadra en la cama, sintiéndonos partícipes de su remordimiento interior, las maneras exteriores con las que intenta plantear ante su marido una absoluta normalidad al conocer el regreso de Davidson, lo doloroso que le resulta la confesión a Bob del perjurio que cometió en el pasado –y del que su esposo sospechó desde el primer momento-, o el progresivo hundimiento que manifestará, y que estará a punto de cometer su propio suicidio. Pero junto a estos detalles, THE LONG MEMORY destaca por la mirada desoladora que ofrece sobre una sociedad en la que el embrutecimiento de las clases obreras, irá unido de la mano con la descripción física de unos exteriores tumefactos y cercanos a la ruina. Una decrepitud de un contexto urbano, que irá unida a la de unos habitantes condenados a sobrevivir en medio de un contexto hostil, y del que solo milagrosamente el antiguo convicto vuelto a la libertad, encontrará una segunda oportunidad existencial. Le costará llegar a ella, tras vivir un episodio final en las inmediaciones del lugar donde se encuentran esos ruinosos barcos, rodeados por barrizales, el que estará a punto de ser asesinado por parte de aquel hombre que se pasó por muerto en aquel traumático incendio que le costó su injusta condena, en el que por su extrema dureza y sordidez podemos detectar ecos del Erich Von Strohëim de GREED (Avaricia, 1924). El aparente happy end del film, tiene la virtud en esta magnífica película, de expresarse asi como la necesidad del reencuentro consigo mismo de un hombre necesitado de un aliento vital, de saborear simplemente algo que no sea sufrir un destino injusto, así como la búsqueda de la verdad por parte del atormentado inspector, aunque ello conlleve por parte de su esposa la asunción de la culpabilidad de su perjurio.
En definitiva, una vez más, la visión de THE LONG MEMORY nos ratifica en la necesidad de ratificar la valía del cine inglés, y nos emparenta con algunos rasgos consustanciales al cine de Hamer, como es esa capacidad descriptiva de alcance realista, o su apego a las historias criminales bajo las cuales se escondieran un entramado psicológico de raíz social. Cierto es que dichos rasgos no fueron exclusivos de su cine, y se extendieron en la obra de otros muchos realizadores. Sin embargo, la evidencia, lo que nos interesa a la hora de proyectar una mirada sobre una película sobre la que apenas existen referencias, es destacar su fuerza expresiva, la contundencia de su enunciado, y resultar muy superior a otros títulos de esta vertiente que, de manera incomprensible, gozan de mayor prestigio –es el caso de THE BLUE LAMP (El farol azul, 1950. Basil Dearden)-. Por ello, se impone su reivindicación, como con tantos otros exponentes de la producción británica, relegada al olvido durante décadas. A tiempo estamos de ello.
Calificación: 3’5
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