THE SICILIAN (1987, Michael Cimino) El siciliano
“No te perdonarán, pero nunca te van a olvidar” será la sentencia que Giovanna (Giulia Boschi), la abnegada y sufrida de Salvatore Giuliano (un esforzado y nunca reconocido trabajo de Christopher Lambert) le manifestará cuando el célebre bandolero vea como ese entorno que le ha aclamado durante tanto tiempo se ha vuelto en contra suya, bien sea por las tentaciones que le han brindado los representantes del poder, o incurrir en actitudes erróneas –la tristemente célebre matanza de Portella Della Ginestra-. A grandes rasgos, en esos parámetros se instala la esencia de THE SICILIAN (El siciliano, 1987), una película que en el momento de su estreno -como no podía ser de otra manera-, suscitó una enrome controversia, siendo rechazada por la crítica internacional, y ya antes de su estreno provocó las quejas del propio director, al comprobar como su metraje de cerca de ciento cincuenta minutos, era reducido en Estados Unidos a menos de dos horas. Puede decirse que la fría –casi gélida- acogida de la película, prácticamente supuso la conclusión de la andadura fílmica de uno de los directores en los que se preveía una más espectacular carrera en los años setenta –junto a Scoresese, Coppola, Friedkin, Bogdanovich…, curiosamente se dejó fuera al que quizá me parezca el más interesante de todos ellos; Paul Schrader-. Como quiera que nunca viví en carne propia estos fulgores, ni tuve especial interés en el seguimiento de un cine que se escapaba de una época en la que encontré un último periodo dorado –los años sesenta-, es por que lo que jamás fui participe de la entronización y la pronta defenestración que vivió Michael Cimino, quizá tan desproporcionada en uno como otro aspecto, pero de la que no puedo hablar con propiedad, puesto que apenas he seguido su por otro escueta filmografía –lo reconozco, siempre me han tirado para atrás tanto las temáticas elegidas como su presumible ampulosidad-. Es por ello que décadas después quizá se antoje el “caso Cimino” uno de los más curiosos del Hollywood de las últimas décadas.
Y en el ejemplo de THE SICILIAN, el recorte realizado por los productores en Estados Unidos, su negativa acogida, con el paso del tiempo se antojan ridículos cuando un cuarto de siglo después uno se asoma a la misma con inocencia, contemplando eso sí la copia estrenada en Europa. Y es cuando me alegro de haber hecho caso a mi intuición, al contemplar un producto quizá no redondo en su gestación, pero que se degusta como los viejos vinos, asistiendo a un relato de vertiente clásica, que abandona de forma clara los posicionamientos políticos que albergaba la versión rodada a comienzos de los sesenta por Francesco Rosi –de la que conservo un lejano pero grato recuerdo-, inclinándose en su lugar por el sendero de una mirada mítica en torno a la figura del célebre bandolero. Dejándose por el camino el escrupuloso respeto a la realidad, y oscilando en su construcción dramática como una curiosa mixtura entre THE GODFATHER (El padrino, 1972. Francis Ford Coppola) –la presencia de Mario Puzo en el origen dramático no es casual- e IL GATTOPARDO (El gatopardo, 1963. Luchino Visconti), convierte a esta película en una suerte de fresco coral centrado en torno a la figura de personaje con ínfulas mesiánicas, del que se desprende un carisma y un atractivo que el propio protagonista tenía asumido, pero que en el fondo no poseerá la hondura que su expresión exterior y la apreciación de sus vecinos sicilianos han mantenido de su vocación solidaria.
Lo primero que cabe destacar del film de Cimino, es la consistencia de un ritmo dotado de una cadencia casi elegíaca, iniciado con la visión de unas calles –en este recorrido inicial de por las calles de una ciudad en las que se hace evidente el dolor por la muerte del protagonista. Nos situamos en los años previos a la II Guerra Mundial, retrotrayéndonos a los orígenes de la gestación del mito de Giuliano; naciendo en la figura de un joven que tiene asentado su deseo de ayudar a dar comida a los pobres trabajadores de su Sicilia natal. A partir de las heridas que recibirá por parte de los agentes de la ley –a los que repelerá matando a uno de ellos-, uno de ellos empezará a dar vida su proyecto de lucha, siempre teniendo a su lado la ayuda de su inquebrantable amigo Pisciotta (John Turturro), hasta forjar un auténtico ejército que junto a su lado irán perpetrando una escalada delictiva en la búsqueda de botines encaminados a ser entregados a los pobres de la región –sobre todo en la parte que le correspondía al propio protagonista-. A partir de dicha premisa, Cimino elabora un auténtico mosaico sobre la miseria de una región dominada por el peso de una aristocracia representada en la figura del Príncipe Borsa (impecable Terence Stamp), cuya esposa, una joven norteamericana, caerá fascinada en la figura del joven y apuesto bandido –lo que propiciará una divertida secuencia, desmitificadora de su figura, en la que se descubrirá la superficialidad de su definición como mito sexual-. La conjunción de esa tensión entre la mafia, un gobierno democristiano que teme la llegada de los comunistas en las cercanas elecciones, y la iglesia, será una vez más la tela de araña en la que caerá este personaje que en un momento determinado gozaba de la admiración popular de esa Sicilia tostada y anclada en el tiempo, el temor y la miseria. Serán poderosos elementos que quizá por carecer de la distancia necesaria para poner en tela de juicio dicha veneración, le harán caer en la trampa que dichos poderes fácticos le proporcionarán, iniciando con ello su caída en desgracia que culminará en una muerte a la que no temerá, y que se producirá por la traición de su más fiel aliado, aunque la leyenda pretendiera hacerlo ver como caído por el peso de la ley.
No cabe duda que el director norteamericano intentó proseguir en THE SICILIAN el sendero seguido por los dos títulos antes citados, ofreciendo a su película una cierta cadencia operística que es muy probable se viera truncada en la versión americana que amputaba media hora de su metraje. Un metraje que no se antoja premioso. Antes al contrario, el discurrir de sus más de dos horas y cuarto se degustan con un notable sentido en la utilización de recursos narrativos como la elipsis –ese instante en el que uno de los soldados asaltados en el tren efectua una foto de Giuliano que se convertirá en portada de la revista Life-, combinando episodios o instantes de gran crudeza –el asesinato de un traidor de Giuliano en plena plaza, la crucifixión de un falso sacerdote infiltrado en el entorno del bandido-, con otros más relajados –el fragmento del secuestro de Borsa-, donde este reflexiona ante Giuliano la imposibilidad de que con su aventura logre cambiar el panorama de la región, y el peso que en ella ha tenido y seguía teniendo la aristocracia, sobre todo en lo relativo al dominio de las tierras. Poco a poco, la película va mostrando la pendiente en la que irá cayendo el irreflexivo, noble y al mismo tiempo narcisista protagonista –una especie de Lawrence de Arabia de Sicilia- incapaz de comprender como ha ido siendo utilizado por los poderes fácticos de la región.
Llegados a este punto, uno de los elementos más valiosos de la película, estriba en la extraña relación mantenida entre Giuliano y Don Masino (un excelente Joss Ackland), máximo representante de la mafia en la zona merced a sus oscuros contactos con los norteamericanos, y que mantendrá con el joven bandolero una estrecha relación de protección, al considerarlo como ese hijo que nunca tuvo –la secuencia en la que ambos se encuentran en la parte final del film, logra una considerable temperatura emocional-. Ni que decir tiene que algunos de los elementos del film me resultan poco convincentes –como la manifestación de los comunistas en el campo entonando “la internacional”, y que será el preludio de la cruel e histórica matanza, o lo pueril que resulta ese último plano que mostrará al bandido encuadrado en un hipotético sol y al galope. Sin embargo, los instantes previos en el cementerio en donde se encuentra enterrado su cadáver, con la visita de Don Masino, tendrán una extraña emotividad. Y es que para apreciar las cualidades que alberga el film de Cimino, hay que entender que nos encontramos ante un producto tan irregular como apasionado, que logra trasladar al espectador esa sensación agreste y dura de la Sicilia de su tiempo, que combina leyenda, épica y desmitificación –la versión europea si que transmite las contradicciones y el tormento interior de su figura-, y que con sinceridad no fue tratado como merecía en el momento de su estreno. Personalmente me parece una propuesta válida, discutible en su aspecto dialéctico, pero atractiva como un producto cinematográfico, que no tiene necesariamente que ceñirse a la verdad del elemento histórico asumido como base. En su defecto, también en el falseamiento dramático de cualquier histórica, puede erigirse el germen de un buen trabajo fílmico, del que, con sinceridad, este estimo resulta un ejemplo patente.
Calificación: 3
1 comentario
Roberto Amaba -
Hace poco volví a ver todas -pocas- las pelis de Cimino. Era muy fan suyo y después de revisarlo y de ver la única que no conocía, todavía más. Sin embargo Salvatore G. nunca me ha convencido, ni con problemas de producción o lo que sea de por medio. También los tuvo en las anteriores y siguen siendo obras totales.
Lo que sí parece claro es que se la ha ninguneado lo suyo. Es como si solo hubiera hecho dos cosas, The Deer Hunter y arruinar a un estudio con Heaven's Gate, sin reparar en lo grandiosa que es. Salvatore digo que no me convence porque su nivel medio es altísimo. Por ejemplo, Manhattan Sur es excelente y Sunchaser una obra maestra, y para mi gusto están poco o nada reconocidas.
Mencionadas el olvido de Schrader y te acompaño. Curioso el anonimato de sus tres últimas películas en España. No he visto todavía Adam Resurrected, pero The Walker y su versión de El Exorcista, eran magníficas.
Un saludo.