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CINEMA DE PERRA GORDA

Ted Tetzlaff

GAMBLING HOUSE (1950, Ted Tetzlaff) [La casa de juego]

GAMBLING HOUSE (1950, Ted Tetzlaff) [La casa de juego]

Especialmente reconocido como elegante operador de fotografía -NOTORIOUS (Encadenados, 1946. Alfred Hitchcock)- lo cierto es que se suele desconocer el aporte del californiano Ted Tetzlaff como realizador, aunque a lo largo de unos quince años -desde principios de la década de los 40, y hasta mediada la siguiente- rodara una quincena de producciones, entroncadas todas ellas en géneros populares de Hollywood. Fueron exponentes de estudio entre los que predominó su inclinación a relatos de suspense cercanos a las diferentes corrientes del noir. Es cierto que quizá su único título reconocido es una magnífica muestra de dichas tendencias, como lo supone THE WINDOW (La ventana, 1949). Pero a lo largo del tiempo he podido contemplar otras películas rodadas por Tetzlaff, entre las que se encuentran la no menos atractiva A DANGEROUS PROFESSION (1949), y a la que no dudaría en sumar GAMBLING HOUSE (1950), jamás estrenada comercialmente en nuestras pantallas, aunque editada digitalmente bajo la traducción literal de ‘La casa de juego’. Resulta significativo señalar que los tres títulos destacados aparecen en un ámbito temporal muy cercano, lo que podría indicar un momento de cierta inspiración en torno a su cine. Quizá fuera así, o quizá no. El desconocimiento del resto de su obra -puedo hablar del cierto interés que revela la previa RIFFRAFF (1947)- nos impide de momento apostar por dicho enunciado.

Nos encontramos en una calle solitaria descrita en la nocturnidad de la urbe newyorkina, donde camina lentamente un hombre vestido con una gabardina. Se introduce en un edificio de apartamentos, desde donde unos planos de detalle a ras de suelo muestran que está perdiendo sangre, mientras camina con dificultad, y finalmente se desploma en off cuando intenta llamar por teléfono, algo que logrará arrastrando el aparato. Se trata sin duda de un inicio impactante, ejemplarmente resuelto a partir de una ahustada planificación, y que demuestra que Tetzlaff sabía utilizar con precisión la cámara. Será la manera de presentarnos a su protagonista, Marc Fury (un sorprendentemente convincente Victor Mature). Se trata un jugador proclive a las apuestas, que ha vivido y sufrido las consecuencias de un tiroteo en una timba de cartas, donde el jefe de la banda a la que pertenece -Joe Farrow (magnífico, como siempre. William Bendix)- mato a un rival, que antes de morir acertó en un disparo a Fury. Este será detenido como partícipe en el asesinato, aunque logre salir exonerado del mismo, merced a la ayuda que le brindará un abogado contratado por Farrow, quien pedirá a Marc oculte su participación, por cuyo silencio percibirá 50.000 dólares.

Consciente de saber que juega con alguien que no es de fiar, nuestro protagonista recibirá un contratiempo inesperado al ser encausado con la intención de facilitar su extradición a Italia, puesto que sus orígenes se encuentran en dicho país. Mark solicitará la ayuda de Farrow, salvaguardando para ello una agenda propiedad de este que le permitiría meterle en dificultades, y de forma inesperada se topará con la joven Lynn Warren (Terry Moore), que trabaja como asistente social y trata con acogidos en inmigración. Será el punto de partida de una nueva forma de afrontar la existencia, de alguien hasta ese momento caracterizado por la misantropía más acusada, y que desde el momento en que ve peligrar su continuidad en los Estados Unidos, podrá contemplar situaciones que hasta ese momento jamás hubiera advertido.

En realidad, la entraña dramática de GAMBLING HOUSE, que parte del guion elaborado por Marvin Borowski y Allen Rivkin a través de una historia de Erwin Helsey, se dirime en la historia de una redención una película que oscila en su metraje de poco más de 80 minutos, entre la plasmación de un relato inserto dentro de los contornos del noir, con un apólogo social en torno al drama vivido en la sociedad norteamericana a la hora de acoger familias que precisaban de patronazgos por parte de personalidades respetadas, para poder permanecer en suelo americano. El hecho de que este matiz discursivo aparezca provisto de la adecuada sensibilidad, y que su incardinación en el relato sombrío de su protagonista resulte adecuada supone, a fin de cuentas, la cualidad más reseñable de una película que acierta al serpentear por ambas vertientes.

El film de Tetzlaff fue realizado al objeto de servir como vehículo para Mature, y tuvo que ser pospuesto en su rodaje para dar paso al previo, menospreciado y magnífico EASY LIVING (1949) de Jacques Tourneur, también para la RKO, estudio en el que el intérprete estaba contratado, a razón de un título anual. Y lo cierto es que pese a los vituperios que han ido acompañando la andadura del intérprete -en muchas ocasiones, justo es reconocerlo, justificados- en esta ocasión funciona eficazmente en la película. Es más, sus limitaciones expresivas en esta ocasión le benefician a la hora de revertirlas en un determinado laconismo. Y además lo hace albergando una química en apariencia imposible con la joven Terry Moore -una jovencita que se abrió paso como estrella juvenil, aunque jamás albergó una andadura digna de relieve, y que sorprendentemente aún se encuentra con vida-. A partir de esas premisas, del encuentro casual de ambos en el que Mark esconderá en su abrigo esa agenda que le sirve de salvoconducto ante el temible Farrow, se irá fraguando no solo un acercamiento entre la pareja, sino ante todo un despertar a una nueva realidad ante la que el descreído protagonista, siempre proclive a sortear la frontera de la Ley, le hará olvidar unos orígenes de clase e incluso de nacionalidad que, de la noche a la mañana, se plasmarán ante él con extraordinaria crudeza. Es por ello que las secuencias en las vistillas que protagonizará ante el juez Ravinek -un extraordinario Basil Ruysdael, otorgando de asombrosa humanidad su breve presencia en pantalla- revestirán una notable sinceridad en su plasmación fílmica. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión de la película lo propiciará el inesperado encuentro de Mark -al acompañar a Lynn en una de sus misiones- con los Sobienski, una familia de inmigrantes que se encuentran a expensas de alguien que se ha ofrecido como patrocinador y responsable de ellos, para asegurar su permanencia en suelo americano.

A partir de esas premisas nuestro protagonista aunará el deseo de vengarse de Farrow, que finalmente ha logrado recuperar esa agenda por la que suspiraba, y su deseo de alcanzar esos 50.000 dólares que este le prometió si le tapaba de su condición de autor del crimen que iniciará el argumento. Todo ello conformará un recorrido argumental bien llevado por su realizador y que si bien nunca alcanzarán episodios de especial significación, no es menos cierto que su desarrollo irá provocando un aura de creciente densidad que, justo es reconocerlo, alcanzará su clímax en un bloque final sobre el que se cernirá una catarsis de vislumbre trágico, en el que el espectador intuirá una buscada inmolación de Fury a cargo de ese gangster al que ha logrado detraer en un asalto el dinero que le correspondía, y destinando dicha cantidad a procurar la estancia de esa familia inmigrante que, en última instancia, modificó su percepción de la existencia. Es cierto que esos instantes de conclusión quizá precisen de un esfuerzo de verosimilitud, al entender que la última modificación de la misma aparezca un poco pillada por los pelos. En cualquier caso, se trata de un pasaje final revestido de aura casi mortuoria, en el que Tetzlaff se empeña en un tempo casi perfecto, en la soledad de la noche -como en sus pasajes iniciales- y donde la inevitabilidad de la muerte del protagonista, de manera inevitable modificará su destino. Por fortuna, el evitar una conclusión trágica será tamizado con una conclusión abierta y elegante; Mark Fury iniciará un nuevo sendero en su vida.

Calificación: 3

A DANGEROUS MISSION (1949, Ted Tetzlaff) [Una profesión peligrosa]

A DANGEROUS MISSION (1949, Ted Tetzlaff) [Una profesión peligrosa]

Reconocido fundamentalmente por sus excelencias como operador de fotografía, Ted Tetzlaff sobrellevó de forma paralela una filmografía como director, cercana a los quince títulos, todos ellos encuadrados en las décadas de los cuarenta y cincuenta. A la hora de referirse a ellos, la mirada se dirige al que quizá sea el más valioso y reconocido THE WINDOW (La ventana, 1949), un estupendo thriller narrado desde el punto de vista y la mirada de un niño que ha contemplado un asesinato. No son muchos los exponentes de Tetzlaff como director que se han podido contemplar, pero en ellos predomina una cierta apatía, que no le hace destacar de manera especial dentro de la numerosa pléyade de artesanos que hicieron grande el cine USA de aquellas dos décadas. Sin embargo, y como suele suceder en ocasiones, la sorpresa viene a corroborar que incluso en profesionales de limitadas cualidades, pueden surgir en ocasiones títulos que ratifican ese enunciado particular que tanto suelo seguir de la “política de las películas”, por encima de la un tanto periclitada y cahierista “política de los autores”. Un ejemplo pertinente de ese enunciado nos lo proporciona A DANGEROUS PROFESSION (1949) –nunca estrenada en España, aunque editada digitalmente con la traducción literal de UNA PROFESIÓN PELIGROSA-, que tras la mencionada THE WINDOW –que se rodó inmediatamente antes de la misma-, probablemente se erija como el título más solvente del en otras ocasiones más plomizo realizador. De entrada, partimos con un plus de originalidad, al adentrarnos en un argumento centrado en una de las agencias de préstamos que se sitúan muy cerca de los juzgados, al objeto de servir como responsables de las fianzas de cualquier tipo de detenido. Un rápido montaje aunado con la irónica voz en off de Nick Ferrone (Jim Backus), teniente de policía y amigo del protagonista- –Vince Kane (un George Raft más creíble que en otras ocasiones)-, nos describe esta actividad tan legal como adornada de elementos cuestionables. Kane es un ex policía que decidió asumir la condición de fiador, junto a su socio mayoritario Joe Farley (Pat O’Brian). Ambos conocen a la perfección los trucos de un submundo en el que han de despachar con delincuentes y todo tipo de personajes y situaciones. Personalmente, no recuerdo ninguna otra película que tenga como eje de su narración el mundo de los prestamistas en el entorno de la justicia. Un prometedor punto de partida que tendrá una acertada continuidad al ir descubriendo la relación de Kane con Ferrone –antiguo compañero de profesión-, y la pasión que años atrás mantuvo con Lucy Brackett (Ella Raines), cuya ruptura para casarse con Claude Brackett (Bill Williams), sumió a nuestro protagonista en un contexto de escepticismo, pese a su declarada condición de mujeriego, tal y como comprobaremos al inicio del film. El destino marcará la detención de Claude -que se encuentra relacionado con un grupo de estafadores en los que se esconde incluso un asesinato-, que inesperadamente le acercará de nuevo a su añorada Lucy, de la que en cualquier caso se sentirá despechado, y quien le pedirá ayuda para cubrir los veinticinco mil dólares de fianza que se le han aplicado, teniendo ella tan solo cuatro mil. Pese a las reticencias iniciales, Kane aceptará cubrir la fianza, enfrentándose incluso con su socio. Sin embargo, de nada servirá el favor prestado puesto que Claude será asesinado –el instante en que Kane contempla el cadáver de Williams al serle mostrado por Ferrone es uno de los más brillantes del film, el ser encuadrado el momento tras una puerta con cristal opaco, viendo tan solo la sombra de los dos testigos. A partir de ese momento, A DANGEROUS PROFESSION se introduce en el sendero de la intriga policíaca, tomando el hilo de la misma el propio Kane –al que con la desaparición de Claude les sería devuelta la fianza-, sin duda sintiendo interiormente la desolación de la que fue el gran amor de su vida, quien de todos modos le confesó que no mantenía una relación estable con ese esposo que interrumpió la relación con ella. A partir de una duración escueta, provisto de unos diálogos afilados y cortantes, acertando de manera muy especial en la relación establecida entre los dos socios –a lo que contribuye la inesperada química que se establece entre Raft y el excelente O’Brian-, Tetzlaff lograr ensartar los mimbres de un interesante relato policíaco, en el que nuestro protagonista irá introduciéndose de manera peligrosa en un marasmo donde personas muy cercanas a él, conforman una sospechosa red en la que se encontraba el asesinado Brackett, y cuyo brazo ejecutor fue el temible Jerry McKay (Roland Winters). Más allá de la singularidad de la temática elegida, un elemento de especial interés en la película, podría centrarse en la recuperación por parte del protagonista de tres personas importantes en su vida. De un lado la estima del agente Nick Ferrone –que en un momento dado ha dudado del sentido de la legalidad de sus actuaciones-. Por otra parte la de su propio socio –que del mismo modo llegará a plantear sospechas ante nuestro protagonista, de estar ligado al entramado que orquestó la muerte de Claude y previamente un agente de policía-. Y, finalmente, el inesperado reencuentro con Lucy. Un extraño triangulo que devolverá el sentido de la existencia a un hombre escéptico y dominado por una soterrada amargura. Junto a ese señalado sentido punzante de los diálogos, A DANGEROUS PROFESSION destacará por la eficacia de su ritmo, la presencia de un seguimiento final por parte de los agentes de Ferrone –ayudado por Lucy, a la que Kane ha dejado una señal en un recipiente-, sin faltar en su conjunto destellos de ironía. De ellos, no puedo dejar de destacar quizá el más brillante, capaz de definir todo un carácter. Se trata del que sucede tras la conversación disuasoria de Farley con Kane, ofreciéndole una bebida poco recomendable que este rechaza, al mismo tiempo que su proposición para que deje de indagar en el caso tan peligroso al que se ha encomendado. Tras señalarle nuestro protagonista lo horrendo de la bebida y marcharse, el socio intuirá y se percatará de la veracidad de la misma. Sin embargo, ello no le impedirá aprovechar la situación, devolviendo el líquido a la jarra de donde procede.

Calificación: 3

RIFF-RAFF (1947, Ted Tetzlaff)

RIFF-RAFF (1947, Ted Tetzlaff)

Tendría que remontarme a otro título de aquellas postrimerías de los años cuarenta –estoy refiriéndome a THE STRANGER (1946) de Orson Welles-, para encontrar una referencia cuyos minutos iniciales sean tan apasionantes como los que plantea RIFF-RAFF (1947), segunda de la docena de películas que firmó el prestigioso director de fotografía Ted Tetzlaff, un par de años antes de responsabilizarse del que probablemente sea su obra más recordada THE WINDOW (La ventana, 1949). En esta ocasión, con el fondo de una estruendosa tormenta nocturna –insertando el plano de una amenazadora guayana-, la cámara del realizador describe con intensidad y una planificación expresionista, tanto el contexto físico del momento –un grupo de hombres situados en un contexto tropical-, como la ansiedad por vivir una situación que en esos instantes desconocemos –pronto averiguaremos que estamos asistiendo a una extraña pista de aterrizaje, y los nerviosos personajes esperan el despegue de un vuelo particular-. La tensión se mantendrá en los minutos siguientes durante el desarrollo de este vuelo –que descubriremos ha partido de un lugar de Perú y tiene como destino Panamá-, en el que uno de los pasajeros cae al vacío –la cámara no nos mostrará, aunque lo intuiremos; ha sido asesinado-. Todo este episodio conforma, un fragmento magnífico, casi apasionante, que hace preludiar al espectador el disfrute de un producto que, lamentablemente, ya jamás alcanzará las expectativas planteadas aunque, cierto es reconocerlo, en bastantes de sus secuencias posteriores se observe ese interés por parte de Teztlaff por insuflar de un cierto expresionismo formal a una propuesta que, en definitiva, no supone más que un complemento de programa doble surgido de la R.K.O. en sus años florecientes.

 

No quisiera con ello dar a entender una visión negativa de una película, que no pretende ofrecer al espectador más que una combinación de thriller con comedia, envuelto todo ello en un marco exótico y tropical. Una fórmula bastante en boga en aquellos años y que, justo es reconocerlo, produjo exponentes bastante atractivos, aunque quizá no brindara en su conjunto obras de especial significación. Dentro de estas coordenadas, RIFF-RAFF se desenvuelve bastante bien cuando sus discurrir se centra más en los elementos de suspense que cuando, a mi juicio, se integra de manera más acusada por los senderos de la comedia. Todo ello sirve como base a la trama que se inicia en realidad cuando el tripulante superviviente –Charles Hasso (Marc Krah)- contrata los servicios de un peculiar personaje –Dan Hammer (Pat O’Brien)-, mitad detective mitad diletante en esa ciudad panameña en la que se desenvuelve con especial desparpajo. Hasso tiene en su poder un valioso mapa que, más adelante lo descubriremos, describe la presencia de una serie de pozos petrolíferos de gran cotización. Pero sucede lo que en tantas otras ocasiones, ese mismo plano es ansiado por representantes de una compañía, pero de igual manera por un siniestro personaje Eric Molinar (estupendo, como siempre, Walter Slezak), quien no dudará ni en liquidar a Hasso ni en acosar con los métodos más crueles posibles a Hammer, con tal de hacerse con ese tan codiciado documento. A partir de estas premisas, aparecerá entre estos personajes la figura de la cantante Maxine Manning (Anne Jeffreys), quien a pesar de ser la amante de uno de los representantes de la empresa petrolífera que desea encontrar dicho plano, de manera paulatina irá ligándose a la figura de Hammer, hasta lograr convencer a este –en principio escéptico-, de la sinceridad de sus intenciones.

 

Antes lo señalaba. El film de Tetzlaff –que, con todo, se deja ver con bastante ligereza- tiene sus mayores elementos de interés, cuando el desarrollo de la película incide en sus elementos sórdidos –la manera con la que de forma elíptica, insertando en la pantalla las rejas de unos ventanales, nos es mostrado el asesinato de Hasso; la original forma con la que se describe la tortura de la paliza que sufre Hammer, utilizando para ello la facultad que para el dibujo muestra Molinar-. Sin embargo, no es menos cierto que en ocasiones el apunte irónico también alcanza una cierta eficacia, cuando se centra en la extraña y ambigua relación que mantiene Hammer con ese anguloso y quijotesco taxista, con el que intercambiará diálogos sarcásticos revestidos de extraña naturaleza.

 

En cualquier caso, hay dos elementos que impiden que RIFF-RAFF alcance una mayor entidad. El primero de ellos sería el ya remarcado desequilibrio en la combinación de suspense y comedia antes señalada. Algo que curiosamente también afectaría a otro título del estudio como HIS KIND OF WOMAN (Las fronteras del crimen, 1951. John Farrow) –con todo, de superior entidad al que nos ocupa-, en el que quizá tuvo que ver la presencia de dos realizadores en un rodaje conflictivo –además del firmante participó el aún neófito Richard Fleischer-. En esta ocasión, esa indefinición o quizá la carencia de la suficiente sutileza, impide alcanzar una necesaria simbiosis que elevara el conjunto del grado de discreción al que finalmente se acomoda. Y para ello –y he ahí la segunda característica que limita el alcance de la película-, creo que en poco contribuye la escasa química alcanzada por la pareja encarnada por Pat O’Brian y la desconocida e insulsa Anne Jeffreys. O’Brian fue siempre un actor notable, pero en modo alguno aparece como el intérprete adecuado para encarnar un aventurero del estilo de los protagonizados por Humphrey Bogart, aspecto del que se beneficia el ya citado Slezak para imponerse componiendo uno de sus habituales y contundentes retratos de villanos. De dicho miscasting se resiente esta, con todo, simpática propuesta, que tiene en última instancia la relativa mala suerte de comenzar con una fuerza inusitada, hasta ir deshinchándose poco a poco e ir diluyendo su eficacia como simple relato de evasión, concluyendo de un modo previsible y decepcionante.

 

Calificación: 2

THE WINDOW (1949, Ted Tetzlaff) La ventana

THE WINDOW (1949, Ted Tetzlaff) La ventana

Creo que no voy a descubrir demasiado si consideramos el notable impacto que produjo en el cine de Hollywood el estreno del admirable film de Roberto Rossellini GERMANIA ANNO ZERO (1947). Más allá del retrato de un Berlín devastado tras la conclusión de la II Guerra Mundial, creo que atrajo fundamentalmente el protagonismo y la visión completamente divergente a los estereotipos habituales del protagonismo de los niños en un film. Fruto de ello la M.G.M. dio vida LOS ÁNGELES PERDIDOS (The Search, 1948), en la que Fred Zinnemann recreaba los ecos de la mencionada obra de Rossellini con un carácter más sentimental. Por su parte, la RKO auspiciaba algunas obras en esta vertiente –CHILD OF DIVORCE (1948), el debut de Richard Fleischer- y dos producciones de ese inteligente hombre de cine que fue Dore Schary. Una de ellas fue la prestigiosa EL MUCHACHO DE LOS CABELLOS VERDES (The Boy with Green Hair, 1948) y otra este pequeño e impecable LA VENTANA (The Window, 1949) con la que el estupendo operador de fotografía Ted Tetzlaff logró el que a la postre sería el título más reconocido de su trayectoria como realizador –confieso que el buen resultado del mismo me motiva a seguir otras obras suyas-.

Adaptada de un –presumiblemente- sencillo y atractivo relato del escritor de novelas de intriga Cornell Woolrich (William Irish), es evidente que en THE WINDOW se integran dos relatos paralelos que discurren con bastante fortuna en pantalla. Por un lado el correspondiente al planteamiento de una historia de suspense, con su habitual planteamiento, y por otra la fábula de un fantasioso niño Tommy (el pequeño Bobby Driscoll, desaparecido aún en plena juventud por sobredosis de drogas), que en medio de un entorno urbano de postguerra ha de integrarse en la batalla del aprendizaje de la vida y la integración en la realidad creciendo repentinamente.

Si en la segunda vertiente ciertamente la película puede parecer ingenua y bienintencionada –estamos lejos de alguna propuestas posteriores del gran Alexander Mackendrick destacando la maldad congénita que se manifiesta en la infancia-, ciertamente LA VENTANA permanece aún hoy día como un estupendo ejercicio de estilo dentro del cine de suspense, ajustado en una escueta duración, bien estructurado en sus elementos de tensión y, sobre todo, impecablemente narrado, con una espléndida utilización de luces y sombras, picados, contrapicados y toda una serie de elementos cinematográficos que llegan a tener algunos momentos de gran refinamiento e incluso originalidad plástica.

La película se abre con una excelente secuencia de apertura que nos traslada a la dualidad de sus intenciones, barajando con habilidad la inflexión del suspense y la constatación del punto de vista del pequeño protagonista –en este aspecto el film es impecable en su aplicación- Un movimiento de grúa nos lleva desde un exterior urbano obrero a una ventana, un cambio de plano nos introduce al interior de una casa abandonada caracterizada por su siniestra penumbra en la que descubrimos a Tommy. A continuación se nos describen la fantasía de sus actuaciones, recorriendo él –y nosotros por la descripción de la cámara de Tetzlaff-, el entorno de viviendas en ruinas comunicadas por las terrazas y escaleras –que tendrán una especial importancia en la conclusión de la intriga-.

Tommy es un niño que siempre está inventando historias y situaciones y ello conlleva la desconfianza de sus padres, hasta que en una noche de enorme calor el pequeño contempla desde la escalera exterior de su edificio el crimen que ha cometido el matrimonio Kellerson. Como no podía ser de otra manera la realidad del relato será increíble dentro de la trayectoria de invenciones de Tommy, por lo que sus padres no creen su relato pese a que los asesinos paulatinamente van descubriendo la información que el pequeño alberga y poco a poco adquieren conciencia de la necesidad de eliminarlo, en especial el esposo –Joe (el siempre admirable Paul Stewart)-. A partir de esta sencilla premisa –que evidentemente tiene algo de similitud con LA VENTANA INDISCRETA (Rear Window, 1954), una de las obras cumbres de Alfred Hitchcock, también procedente de un relato de Woolrich-, la película de Tetzlaff creo que se articula con notable interés a través de tres premisas primordiales.

La primera de ellas es obviamente la acertada introducción del punto de vista del niño, que proporciona al metraje una especial singularidad aún vigente en nuestros días. Por otro lado es evidente que el realizador sabe “hablar” con la cámara, ofreciendo una planificación muy inteligente, mezclando instantes de gran movilidad en sus planos con otros fijos caracterizados por una perfecta iluminación ambos. En cualquier caso THE WINDOW destaca por la precisión de su planificación, en la que cualquier elemento mostrado jamás resulta gratuito y brindando una construcción a fin de cuentas precisa que siempre se ha definido como “hitchcochiana” pero que personalmente considero como una particular visión del thriller asumido por la RKO y puesto en practica por realizadores como el propio Hitchcock, Tourneur, Lang y también otros de inferior personalidad.

Pero si algo que da en la retina de esta pequeña pero finalmente estupenda película es, sin lugar a dudas, la larga secuencia de persecución del asesino a Tommy en el interior del edificio en ruinas, en una sucesión de planos, encuadres y momentos en penumbra que se pueden incluir en las antologías del género. Especialmente en la sorprendente persecución por las decrépitas escaleras que finalmente se derrumban con una perfecta utilización cinematográfica de dichos momentos. Es una lástima que los pocos minutos que se suceden a esta impresionante secuencia estén a un nivel convencional, ya que el impacto de las mismas se reduce. En cualquier caso, con su aparente corto alcance y su enrome precisión, THE WINDOW se erige en un pequeño clásico que pese a no estar firmado de un nombre quizá no de primera fila, no merece quedar en el olvido del aficionado.

Calificación: 3