GAMBLING HOUSE (1950, Ted Tetzlaff) [La casa de juego]
Especialmente reconocido como elegante operador de fotografía -NOTORIOUS (Encadenados, 1946. Alfred Hitchcock)- lo cierto es que se suele desconocer el aporte del californiano Ted Tetzlaff como realizador, aunque a lo largo de unos quince años -desde principios de la década de los 40, y hasta mediada la siguiente- rodara una quincena de producciones, entroncadas todas ellas en géneros populares de Hollywood. Fueron exponentes de estudio entre los que predominó su inclinación a relatos de suspense cercanos a las diferentes corrientes del noir. Es cierto que quizá su único título reconocido es una magnífica muestra de dichas tendencias, como lo supone THE WINDOW (La ventana, 1949). Pero a lo largo del tiempo he podido contemplar otras películas rodadas por Tetzlaff, entre las que se encuentran la no menos atractiva A DANGEROUS PROFESSION (1949), y a la que no dudaría en sumar GAMBLING HOUSE (1950), jamás estrenada comercialmente en nuestras pantallas, aunque editada digitalmente bajo la traducción literal de ‘La casa de juego’. Resulta significativo señalar que los tres títulos destacados aparecen en un ámbito temporal muy cercano, lo que podría indicar un momento de cierta inspiración en torno a su cine. Quizá fuera así, o quizá no. El desconocimiento del resto de su obra -puedo hablar del cierto interés que revela la previa RIFFRAFF (1947)- nos impide de momento apostar por dicho enunciado.
Nos encontramos en una calle solitaria descrita en la nocturnidad de la urbe newyorkina, donde camina lentamente un hombre vestido con una gabardina. Se introduce en un edificio de apartamentos, desde donde unos planos de detalle a ras de suelo muestran que está perdiendo sangre, mientras camina con dificultad, y finalmente se desploma en off cuando intenta llamar por teléfono, algo que logrará arrastrando el aparato. Se trata sin duda de un inicio impactante, ejemplarmente resuelto a partir de una ahustada planificación, y que demuestra que Tetzlaff sabía utilizar con precisión la cámara. Será la manera de presentarnos a su protagonista, Marc Fury (un sorprendentemente convincente Victor Mature). Se trata un jugador proclive a las apuestas, que ha vivido y sufrido las consecuencias de un tiroteo en una timba de cartas, donde el jefe de la banda a la que pertenece -Joe Farrow (magnífico, como siempre. William Bendix)- mato a un rival, que antes de morir acertó en un disparo a Fury. Este será detenido como partícipe en el asesinato, aunque logre salir exonerado del mismo, merced a la ayuda que le brindará un abogado contratado por Farrow, quien pedirá a Marc oculte su participación, por cuyo silencio percibirá 50.000 dólares.
Consciente de saber que juega con alguien que no es de fiar, nuestro protagonista recibirá un contratiempo inesperado al ser encausado con la intención de facilitar su extradición a Italia, puesto que sus orígenes se encuentran en dicho país. Mark solicitará la ayuda de Farrow, salvaguardando para ello una agenda propiedad de este que le permitiría meterle en dificultades, y de forma inesperada se topará con la joven Lynn Warren (Terry Moore), que trabaja como asistente social y trata con acogidos en inmigración. Será el punto de partida de una nueva forma de afrontar la existencia, de alguien hasta ese momento caracterizado por la misantropía más acusada, y que desde el momento en que ve peligrar su continuidad en los Estados Unidos, podrá contemplar situaciones que hasta ese momento jamás hubiera advertido.
En realidad, la entraña dramática de GAMBLING HOUSE, que parte del guion elaborado por Marvin Borowski y Allen Rivkin a través de una historia de Erwin Helsey, se dirime en la historia de una redención una película que oscila en su metraje de poco más de 80 minutos, entre la plasmación de un relato inserto dentro de los contornos del noir, con un apólogo social en torno al drama vivido en la sociedad norteamericana a la hora de acoger familias que precisaban de patronazgos por parte de personalidades respetadas, para poder permanecer en suelo americano. El hecho de que este matiz discursivo aparezca provisto de la adecuada sensibilidad, y que su incardinación en el relato sombrío de su protagonista resulte adecuada supone, a fin de cuentas, la cualidad más reseñable de una película que acierta al serpentear por ambas vertientes.
El film de Tetzlaff fue realizado al objeto de servir como vehículo para Mature, y tuvo que ser pospuesto en su rodaje para dar paso al previo, menospreciado y magnífico EASY LIVING (1949) de Jacques Tourneur, también para la RKO, estudio en el que el intérprete estaba contratado, a razón de un título anual. Y lo cierto es que pese a los vituperios que han ido acompañando la andadura del intérprete -en muchas ocasiones, justo es reconocerlo, justificados- en esta ocasión funciona eficazmente en la película. Es más, sus limitaciones expresivas en esta ocasión le benefician a la hora de revertirlas en un determinado laconismo. Y además lo hace albergando una química en apariencia imposible con la joven Terry Moore -una jovencita que se abrió paso como estrella juvenil, aunque jamás albergó una andadura digna de relieve, y que sorprendentemente aún se encuentra con vida-. A partir de esas premisas, del encuentro casual de ambos en el que Mark esconderá en su abrigo esa agenda que le sirve de salvoconducto ante el temible Farrow, se irá fraguando no solo un acercamiento entre la pareja, sino ante todo un despertar a una nueva realidad ante la que el descreído protagonista, siempre proclive a sortear la frontera de la Ley, le hará olvidar unos orígenes de clase e incluso de nacionalidad que, de la noche a la mañana, se plasmarán ante él con extraordinaria crudeza. Es por ello que las secuencias en las vistillas que protagonizará ante el juez Ravinek -un extraordinario Basil Ruysdael, otorgando de asombrosa humanidad su breve presencia en pantalla- revestirán una notable sinceridad en su plasmación fílmica. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión de la película lo propiciará el inesperado encuentro de Mark -al acompañar a Lynn en una de sus misiones- con los Sobienski, una familia de inmigrantes que se encuentran a expensas de alguien que se ha ofrecido como patrocinador y responsable de ellos, para asegurar su permanencia en suelo americano.
A partir de esas premisas nuestro protagonista aunará el deseo de vengarse de Farrow, que finalmente ha logrado recuperar esa agenda por la que suspiraba, y su deseo de alcanzar esos 50.000 dólares que este le prometió si le tapaba de su condición de autor del crimen que iniciará el argumento. Todo ello conformará un recorrido argumental bien llevado por su realizador y que si bien nunca alcanzarán episodios de especial significación, no es menos cierto que su desarrollo irá provocando un aura de creciente densidad que, justo es reconocerlo, alcanzará su clímax en un bloque final sobre el que se cernirá una catarsis de vislumbre trágico, en el que el espectador intuirá una buscada inmolación de Fury a cargo de ese gangster al que ha logrado detraer en un asalto el dinero que le correspondía, y destinando dicha cantidad a procurar la estancia de esa familia inmigrante que, en última instancia, modificó su percepción de la existencia. Es cierto que esos instantes de conclusión quizá precisen de un esfuerzo de verosimilitud, al entender que la última modificación de la misma aparezca un poco pillada por los pelos. En cualquier caso, se trata de un pasaje final revestido de aura casi mortuoria, en el que Tetzlaff se empeña en un tempo casi perfecto, en la soledad de la noche -como en sus pasajes iniciales- y donde la inevitabilidad de la muerte del protagonista, de manera inevitable modificará su destino. Por fortuna, el evitar una conclusión trágica será tamizado con una conclusión abierta y elegante; Mark Fury iniciará un nuevo sendero en su vida.
Calificación: 3
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