TILL GLÄDJE (1950, Ingmar Bergman) [Hacia la felicidad]
No es la primera vez que señalo mi sorpresa ante el escaso aprecio que se suele manifestar ante las películas que comportan el primer periodo en la extraordinaria obra del sueco Ingmar Bergman. Ni que decir tiene que en ello interviene su mayor desconocimiento, o incluso reconocer que sus características se encuentran lejos de proponer el hipnótico atractivo de sus títulos más célebres, en la medida de encontrarse más cerca de los estilemas del melodrama nórdico de su tiempo. Sin embargo, si se toma la molestia de ir accediendo a ellos, lo cierto es que asistimos a exponentes que no solo son parangonables a algunos de películas reconocidas -y a mi juicio algo sobrevaloradas- sino que en ellas podemos encontrar algo más que incipientes muestras de su mundo personal. Un ejemplo pertinente de este enunciado lo encontramos en la atractiva TILL GLÄDJE (1950) -editada digitalmente como Hacia la felicidad-, octava de sus películas, y curiosamente una de las más desconocidas. En sus imágenes se encuentra perfectamente reflejada esa mirada ambivalente sobre la condición humana, la búsqueda del refugio en el arte, la desolación de la fractura de los sentimientos, o la integración del ser en su contexto natural. De todo ello se enriquece este relato que alberga desde sus imágenes iniciales un tinte de tragedia, ya que describe el conocimiento por parte de Stig Eriksson (Stig Olin), joven violoncinista en una orquesta de segunda fila, de que su esposa ha fallecido quemada por la explosión de un hornillo. A partir de un shock inicial descrito en soledad, la película recorrerá en un amplio flashback desarrollado en varios ámbitos temporales sucedidos en el tiempo, el devenir de la relación mantenida con la desaparecida -Marta Olsson (magnífica Maj-Britt Nilsson)-, desde que ambos se conocieran al incorporarse esta a la orquesta como única mujer dentro de la misma. También conoceremos la interacción que efectuará en dicha relación el tan irascible como en el fondo humano director de la misma, el veterano Shonderby -el primer encuentro de Bergman con el inolvidable cineasta Victor Sjöström, años antes de su conmovedor rol protagonista de SMULTRONSTÄLLET (Fresas salvajes, 1957)-. A partir de ese momento se sucederán de manera aleatoria su primer contacto, la demostración de la inmadurez e inestabilidad de la personalidad de Stig, en contraposición por la entereza y humanidad de la muchacha. Los altibajos de su relación inicial, el deseo de ambos de casarse coincidiendo con la renuencia del futuro esposo ante esa niña que espera ella -en una secuencia admirable, dominada por el control de la temperatura emocional entre ambos, y en donde se revelará el egoísmo y la mezquindad del esposo-. La aceptación de este de su condición como padre, su fracaso en el intento por destacar como solista… La vivencia de la felicidad junto a la naturaleza. El hastío en su relación, que llevará al marido a consolidar su relación adúltera con la casada Nelly (Margit Carlqvist), la separación de la pareja -descrita en la que quizá sea la secuencia más dura de la película, en la que incluso el esposo agredirá a la paciente, aunque finalmente hastiada Marta-. La separación de ambos, viviendo ella con sus hijos en el campo, mientras el inestable esposo se harta de su enfermiza relación con Nelly, mientras esta aún vive con ese viejo esposo al que detesta, y que se encuentra cerca de la muerte…
Todo este cúmulo de vivencias colectivas marcarán este relato agridulce, por lo general envuelto entre claroscuros -magnífica la iluminación en blanco y negro de Gunnan Fischer- que Bergman rodó tras su segundo divorcio, y que se encuentra dominado por fondos de obras de música clásica compuestos por Mendelssohn, Mozart y Beethoven. Con estas premisas asistiremos a una historia en la que se percibe en todo momento ese intenso juego de cámara del cineasta, escrutando el drama interno y la convulsa deriva emocional de una pareja progresivamente degradada por la inmadurez e inestabilidad emanada del esposo, y al que ni siquiera el temple y el vitalismo de su siempre positiva mujer logrará vencer en un momento dado. La película adquiere ya desde el primer momento un alcance sombrío al conocer la muerte de Marta, que se erigirá a lo largo de la película como el auténtico sostén emocional de una relación dominada por continuos vaivenes emocionales. Bergman acierta al bandear esos quiebros en su convivencia, en ocasiones casi de un plano a otro, ayudado por su destreza en la cámara y su intensa dirección de actores, a lo que habrá que añadir algunos oportunos espacios temporales que permitirán que el relato vaya a la esencia, a las ondulaciones en dicha relación. Y puestos en ello -y no es la primera vez que señalo estas influencias en obras bergmanianas- en algunos aspectos esta película me retrotrae a las andaduras cotidianas de la inolvidable familia Sims de THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928. King Vidor). Esa manera de describir una pareja que lucha por salir de la mediocridad. Esa ondulación entre drama y comedia, entre romanticismo y desazón. Algo que, por cierto, un par de años después aparecería de manera muy similar en la que considero la obra cumbre de George Cukor -THE MARRYING KIND (Chica para matrimonio, 1952)-. ¿Verían esta obra de Bergman los responsables de Columbia, Garson Kanin, Ruth Gordon o el propio Cukor? Lo cierto es que sus imágenes logran transmitir al espectador ese desasosiego emocional de dos seres grises y mediocres, uno de los cuales anhela inútilmente emerger de dicha grisura sin albergar el temple ni el talento para ello, mientras Marta asume la vida que le ha tocado vivir con entereza e incluso con actitud receptiva. Todo ello conformará una ronde de sentimientos contrapuestos en la que junto a momentos casi insoportables por su dureza -aparte de los ya señalados, no dudaría en evocar la crueldad del episodio que muestra el fracaso absoluto de Stig como solista, que Bergman describe escrutando los rostros del protagonista, su esposa y el propio director de la orquesta, o la sórdida secuencia en la que el marido abandone a su amante ante el moribundo esposo de esta-, se sucederán otros en ocasiones opuestos en su definición. Es por ello que destacan por su sensibilidad a la hora de mostrar el romanticismo de los mejores momentos de la pareja, ese plano en soledad de Stig en la penumbra de su casa, cuando Marta ya ha ido al hospital para dar a luz, mientras se abraza amorosamente a su bata y llora al echarla de menos. O el momento de su reencuentro con ella en la habitación del hospital, abrazándose inconsolable a ella mientras Marta lo acoge con su superior estadio de madurez emocional. O, como no podría ser de otra manera, esas breves secuencias impresionistas que, bajo la narración en off del veterano Shonderby, nos describen esos instantes de dicha cotidiana inmersos en el periodo más estable y dominado por la felicidad del matrimonio protagonista. Junto a ello, resultará ya familiar en el cine del sueco esa presencia en segundo término del mar en algunos de sus instantes confesionales, y proporcionando a esos instantes de una personalísima sensación de verdad.
Pese a su dureza, TILL GLÄDJE concluye con una llamada a la esperanza. El pequeño hijo del violinista acudirá por sorpresa a un ensayo sin público de la orquesta, en el momento en que esta entona la ‘Oda a la alegría’. La mirada y complicidad que se establecerá entre padre e hijo, quizá proporcione un futuro a una relación hasta entonces inestable, y permita con ello conectar y recuperar aquello que Stig perdió en el pasado, así como mantener en la memoria aquellos pedacitos de felicidad que se albergan en su memoria.
Calificación: 3
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