RAIN MAN (1988, Barry Levinson) El hombre de la lluvia
No se trata ahora de hacer una diatriba en contra de la mayor o menor valía de los premios Oscar, máxime cuando si analizamos la trayectoria de los más prestigiosos festivales cinematográficos –Cannes, Venecia y Berlín incluidos-, están llenos de los mayores patinazos que imaginarse puedan –ahí van dos ejemplos de Cannes; el lejano UN HOMBRE Y UNA MUJER (Un homme et une femme, 1966. Claude Lelouch) y el muy reciente FARENHËIT 9/11 (2003) de Mr. Moore, ambas incomprensiblemente galardonadas con la “Palma de Oro”-. Sin embargo cierto es que a partir de mediada la década de los sesenta la relativa valoración –con las lógicas excepciones-, de títulos de notable entidad distinguidos en la academia norteamericana, empezó a deteriorarse en una curva descendente –también con sus excepciones- hasta confluir en una década como la de los ochenta ampliamente representada por films premiados de muy escaso interés. Es evidente que no es nada nuevo señalar que nos ubicamos en la peor década de la historia del cine y ello lógicamente había de tener su repercusión ante un prisma como el de estos premios, generalmente propicios a apostar por opciones conservadoras ideológica y narrativamente.
Solo desde estas premisas se puede entender –y aún así no encuentro explicación- que en 1988 se pudiera conceder el premio a la mejor película del año a una mediocridad como RAIN MAN (1988, Barry Levinson) –subtitulada en España EL HOMBRE DE LA LLUVIA-, galardón al que hay que agregar otros tres mas, entre ellos el de mejor actor protagonista para Dustin Hoffman ¿Cómo es posible que una película tan tópica, gris, plana, carente de ritmo cinematográfica, larguísima para lo poco que cuenta y con estética televisiva, siga aún manteniendo un cierto prestigio entre los aficionados? –en el IMDB de internet y con más de setenta mil votantes se encuentra clasificada entre las 250 mejores películas de la historia (sic)-.
Difícil respuesta ante una hábil operación comercial que no pretende más que servir en bandeja al estrellato de un Tom Cruise al que se intentó –y a tenor por lo demostrado con el paso de los años, con perspicacia- convertir en la “hisuperstar” de finales de los ochenta –los que me conocen saben de mi implacable aversión por el “arte” de Mr. Cruise-. Para ello ya se había iniciado en el terreno emparejándolo con actores de “prestigio” que curiosamente se oscarizaban –algo así había pasado con Paul Newman y la interesante EL COLOR DEL DINERO (The Color of Money, 1986. Martin Scorsese)-. En este caso se nos ofrece una historia típica del más convencional de los telefilms de sobremesa, en la que en primer lugar se describe la personalidad de un joven narcisista -¡que mal soportan el paso del tiempo los trajes de Armani!-, amante de las fáciles ganancias. Se trata de Charlie Babbitt (por supuesto, Cruise). De pronto Babbitt se entera de que su padre –con quien no mantenía relación alguna hacía años- ha fallecido, acudiendo a su funeral con la esperanza de obtener su herencia.
Su interés queda defraudado al ver que los tres millones de dólares de la misma quedan ingresados en una extraña situación, descubriendo muy pronto que tenía un hermano autista –Raymond (Dustin Hoffman)-. Pensando que al menos puede obtener la mitad de dicha herencia y al mismo tiempo salir de la difícil situación económica en la que se encuentra, Charlie se lleva a Raymond en una especie de road movie que nos llevará por las arquetípicas convenciones de este tipo de películas en las que la presencia de caracteres antagonistas harán prevalecer finalmente los buenos sentimientos y sobre todo permitirán que al personaje negativo –Babbitt- pueda albergar el cariño hacia un hermano disminuido en determinadas facultades pero dotado de singulares habilidades para el cálculo, e incluso para poder ganar en un casino en Las Vegas.
Todo en RAIN MAN es tan previsible como cansino en su desarrollo. Extenderse en más de dos horas de duración para una película plena de convenciones, con apenas momentos de relieve dramático, una estructura dramática sin complejidad alguna y puesta al servicio de la enervante presencia de la estrella juvenil del momento y el hábil histrionismo de Mr. Hoffman resulta finalmente una tarea ardua, puesto que es muy difícil destacar momentos en los que pudiera aflorar el buen cine.
Puestos a escarbar, señalaría algunos leves momentos de comedia en la relación de Raymond y Charlie –ciertamente muy pocos- y el brillo de los azulados nocturnos de Las Vegas en los momentos en que ambos hermanos bailan juntos en la lujosa habitación del hotel. Son escasos instantes que apenas brillan en un conjunto “guisado” para ser comido por el gran público, para que salieran de la pantalla del cine aparentemente conmovidos –aunque se trata de una película a mi juicio gélida-, y en la que la asepsia de Barry Levinson parece ser su única arma cinematográfica. Todos sabemos que las temáticas sobre disminuidos psíquicos y físicos siempre ha sido una debilidad de los miembros de la academia –y para muestra tenemos como hace muy pocos años se premió una película aún peor como fue UNA MENTE MARAVILLOSA (A Beatiful Mind, 2001. Ron Howard), curiosamente también con cuatro incomprensibles estauíllas-. Sin embargo, cierto es que en aquel 1988 sus componentes tuvieron ocasión de elegir como mejor película una brillante superproducción a la que le podrán objetar sus limitaciones, pero que se encuentra a años luz de esta mediocre RAIN MAN. Se trata de LAS AMISTADES PELIGROSAS (Dangerous Liaisons) con la que Stephen Frears pudo haber entrado en la galería de realizadores premiados en Hollywood. No fue así y el galardón de la película firmada por Barry Levinson constituye a mi juicio una de las páginas más olvidables de la historia de estos galardones.
Calificación: 1’5
5 comentarios
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