HERR TARTÜFF (1926, Friedrich Wilhelm Murnau) Tartufo o el hipócrita
Adentrarse en el cine del gran F. W. Murnau resulta tan fácil de disfrutar como complejo de desentrañar. Es uno de los primeros hombres que supo penetrar en las enormes posibilidades de un nuevo arte al que aplicó no solo sus enormes conocimientos y bagaje cultural, sino que fundamentalmente incorporó en sus películas una de las personalidades estéticas y visuales más perdurables e influyentes del arte fílmico.
Es por ello y en razón a una obra cinematográfica que si bien ha llegado a nuestros días en sus títulos más inmortales, en otros se ha perdido irremisiblemente -4 DEVILS (1928), DER JANUSKOPF (1920, esa tan prometedora versión de la obra de R. L. Stevenson “Dr. Jekyll y Mister Hyde”)-, es por lo que hay que recibir con verdadero alborozo la edición en DVD de uno de los últimos títulos de su etapa alemana. Se trata de TARTUFO (Herr Tartüff, 1926), un encargo de Erich Pommer que el maestro alemán puso en imágenes tras la magistral EL ÚLTIMO (Der letzte mann, 1924) y que solventó con bastante rapidez ya que para él tenía más interés acometer el rodaje de su siguiente título FAUSTO (Faust, 1926) que coronó su obra germana hasta trasladarse a Hollywood y allí filmar con todos los medios posibles a su disposición la mítica AMENECER (Sunrise, 1927).
Como término medio entre sus films perdidos y aquellos que se conservan tal y como los rodó Murnau, TARTUFO se brinda actualmente a partir de la restauración efectuada de una copia norteamericana, incorporando en ella elementos –los subtítulos, por ejemplo- de otros negativos, ya que en el cine mudo era algo normal que en cada país las copias fueran modificadas, bien fuera para introducir nuevos subtítulos, para modificar algunas secuencias, o incluso para someterlas al juicio de la censura –como sucedió en USA-. En cualquier caso, considero que es bastante evidente el cierto desequilibrio que se manifiesta en los fotogramas que hoy podemos contemplar de esta película –fundamentalmente centrados a mi juicio en la escasez de motivaciones que llevan a Orgon (Werner Krauss) para quedar prácticamente idiotizado por la aparente beatería que le inocula Tartufo (un a mi juicio excesivamente sobreactuado y bufonesco Emil Jannings)-.
En cualquier caso para llegar a la historia de Tartufo propiamente dicha la película nos brinda un extraordinario prólogo, cuyos pasajes además de resultar enormemente transgresores y provocadores –llegan a plantear preguntas y reflexiones al espectador tanto en el inicio como el epílogo final- se pueden registrar entre los fragmentos más vibrantes y apasionantes jamás filmados por Murnau. Sus imágenes nos adentran en el hogar de un anciano funcionario cuya hipócrita criada desea alcanzar la fortuna del mismo, despojando al nieto de este –un alegre actor- de sus legítimas propiedades. La cámara de Murnau sabe extraer un enorme partido de los interiores, elaborando encuadres y planos de gran fuerza expresiva, insertos –el sonar de las campanillas de la puerta-, un magnífico uso de los primeros planos y los claroscuros y, en definitiva, conformando un entramado visual y dramático lleno de atractivo. En este fragmento al darse cuenta el joven de que su abuelo ha sido manipulado por la criada –llega incluso a expulsarlo de su propia casa-, se dirige en primer plano a la pantalla hablando por un instante al espectador y anunciándole que sabe de las estratagemas de la sirviente y no va a consentir que se salga con la suya. Es esta la primera ocasión en la que el film adquiere un tono de ficción dentro de la ficción, que en mi opinión es uno de sus rasgos más significativos. A continuación el legítimo heredero se disfraza de anciano y regresa al domicilio con una caravana en la que se proyecta ¡¡el cine mágico!!. Con fáciles adulaciones logra convencer a la criada y esta al anciano, proyectando en el interior de la casa la película en la que se muestra la historia del Tartufo.
Con un sorprendente planteamiento, que de alguna manera apuesta por ese lenguaje fantastique tan intrínseco al arte de Murnau, se nos introduce en la mansión de Orgon y su mujer Elmire (la bellísima y excelente actriz Lil Dagover). A la misma llega el señor de la casa absolutamente fascinado por la figura del Tartufo, llegando a despedir a los criados, despojar de ornamentos la mansión y obedeciendo la aparentes órdenes de austeridad del aparente espiritual personaje. Elmire añora la anterior personalidad de su esposo –en un excelente momento en la que vemos caer dos lágrimas de su rostro en la imagen que de Orgon cuelga de su cuello-. Es por ello que decide acometer una serie de “representaciones” para forzar a Tartufo a revelar su verdadera personalidad y que este quede desacreditado ante su marido, que casi llega a otorgarle el testamento de sus bienes. Una vez más hay que acometer la representación de nuevo para extraer de la misma la verdad; el apólogo moral del film –retomado de la obra de Molière- se extenderá a lo largo de este interesante, a veces apasionante, pero en todo caso descompensada película.
Mas allá de que se pueda aducir si una u otra secuencia, momento o planificación se pudo adjudicar a la decisión del propio Murnau, TARTUFO parece adoptar la impresión de una película dentro de otra película. En todo momento tenemos esa sensación de artificio, de charada. En las secuencias ubicadas en las escaleras interiores de la mansión de Orgon se aúnan momentos planificados casi con lenguaje de film de horror –pienso en un plano en el que la criada sube iluminada únicamente con el haz de luz de un candelabro-, en otros instantes se observa un cierto estatismo teatral, mientras que algunos se caracterizan por la influencia de un elemento de iluminación exterior –el reflejo de las barandillas cuando se despide a los criados-, adoptando un aire inquietante.
Hay que destacar que incidiendo en esa buscada ficción los exteriores de la mansión son claramente una maqueta que no se preocupa en disimular, y al mismo tiempo no deja de parecer significativo que en ocasiones la figura y perfil de Tartufo en cuerpo entero configurado entre sombras, recuerde por momentos al tenebroso Nosferatu encarnado por Max Schreck.
Como antes señalaba, TARTUFO tiene un epílogo que nos retorna a la historia inicial, cuyo regusto el espectador no ha podido quitarse de la mente ante la narración que le sigue –caracterizado por inferiores cualidades-, en la que el nieto del funcionario logra desenmascar a la codiciosa criada que ha estado a punto de envenenar al a su señor. Esta es expulsada de la casa, recibiendo los insultos de la algarada de niños que juegan en la puerta, llamándola “Tartufa”. Los subtítulos hacen una extraña llamada al espectador con la necesaria advertencia de la siempre cercana presencia de la hipocresía en torno al ser humano. De esta forma, tan atractiva como apresurada, finaliza este pequeño cuento moral, que si bien no cabe ubicar entre las obras mayores del maestro alemán, sí resulta más que interesante en sus resultados, al tiempo que permite hacernos completar las múltiples piezas de ese apasionante universo cinematográfico filmado por F. W. Murnau.
Calificación: 3
2 comentarios
brenda -
Jesús -