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CINEMA DE PERRA GORDA

COMES A HORSEMAN (1978, Alan J. Pakula) Llega un jinete libre y salvaje

COMES A HORSEMAN (1978, Alan J. Pakula) Llega un jinete libre y salvaje

Quizá a la hora de valorar las cualidades de COMES A HORSEMAN (1978, Alan J. Pakula) –desafortunadamente traducida en España como LLEGA UN JINETE LIBRE Y SALVAJE- hay que situarse en primer lugar en el modo de hacer cine que definía su época de creación –estamos a finales de la década de los setenta-. En un periodo dominado por la narrativa basada en el “zoom”, el teleobjetivo y los modos televisivos, no me extraña que la aparición de un “neo western” como este, que habla con voz callada y al mismo tiempo se encuentra firmado por alguien en teoría alejado de este tipo de cine, pasara desapercibido entre público y crítica. Su narrativa de raíz clásica, su huída de todo tipo de efectismo cinematográfico, la ajustada planificación, su cadencia y el perfecto uso del formato panorámico, estoy seguro que despistó a muchos y quizá en otros hasta les hiciera sentir incómodos. No es para menos ver una película en la que de nuevo recuperaba la presencia del paisaje, respirando en planos generales que transmiten tranquilidad.

Como tantos otros “westerns” crepusculares, COMES A HORSEMAN aplica y equipara en su desarrollo la llegada del progreso con la destrucción de la naturaleza y un entorno mítico. Pero afortunadamente esta circunstancia, que hubiera podido dar pie a un molesto tratamiento, no destaca por su matiz discursivo. Antes al contrario, son las propias imágenes, las miradas y las relaciones entre sus personajes, las que de modo pausado ofrecen un canto elegíaco pero nada complaciente de un modo de vivir y relacionarse que inevitablemente va formando parte del pasado. Al mismo tiempo la película se desarrolla en un periodo nada habitual para una película de estas características, como son los últimos momentos de la II Guerra Mundial. Una época que no parece corresponderse con la que destilan sus imágenes –prácticamente el único elemento de progreso son los autos que aparecen-, en una sensación de “tiempo detenido”.

El film de Pakula muestra la lucha de una ranchera –Ella Connors (Jane Fonda)- por rehacer su ganado y poder afrontar los pagos pendientes al banco. Ella se niega en todo momento a vender sus propiedades tanto al propietario vecino –J.W.Ewing (Jason Robards)- como a los que proponen en el mismo hacer extracciones petrolíferas. Incluso en el pasado tuvo una extraña relación amorosa con Swing, que fue amigo de su padre cuando esta era pequeña. Ella tiene como única ayuda a Dodger (Richard Farnsworth), viejo vaquero, y se le agregará el joven, lacónico y extraño Buck Athearn (James Caan), que pretende vengarse por el asesinato de su compañero en los momentos iniciales del film y a cargo de esbirros de Swing –ambos poseían unas tierras limítrofes- El propio Aterran resultó herido de gravedad en el asalto, aunque ello no le impidió eliminar a uno de los asesinos poco antes de caer exhausto.

El desarrollo de COMES A HORSEMAN deviene en una mirada plácida y tensa al mismo tiempo, entre esa lucha por el individualismo y contra las presiones que efectúan tanto Swing como aquellos que pretenden transformar las tierras en futuros pozos de petróleo. Esa sensación de pertenencia a un mundo que parece decir adiós y por el que intentarán luchar para preservarlo, constituirá el nexo de unión de una historia en la que tendrán gran importancia las relaciones entre sus personajes. La que se establece entre Ella y el aparentemente seco Buck; la siempre amenazadora presencia de Swing, que en todo momento denota el deseo de que Ella hubiera sido su esposa; la relación de humillación que este aparentemente poderoso potentado mantiene con el acaudalado Neil Atkinson (George Gizzard) –el primero mantiene fuertes deudas con el banco y ello le obliga a poner su rancho a nombre del segundo-; o en definitiva la mirada del viejo y experimentado Dodger, al cual si que se puede decir que lo matará la llegada del progreso –el sonido de las explosiones para perforar el suelo lo hacen caer de su caballo y ello le llevará a la muerte-. Ese acierto en la importancia de las miradas, los gestos, las relaciones, la voz callada en la inmensidad del paisaje, contribuyen a que casi tres décadas después de su realización, COMES A HORSEMAN demuestre su validez como producto cinematográfico, muy superior por cierto al que de algunas propuestas incluso mitificadas y que demostraban mayores debilidades narrativas –y estoy pensando incluso en algunos títulos de Peckimpah-.

Cierto es que en su conjunto se observa una cierta morosidad en el desarrollo de esta película, y al mismo tiempo momentos como las escasas cabalgadas y movimientos de ganado dejan en su tratamiento algo que desear. Pero no se puede negar que pese a que se evidencie el escaso apego que Pakula manifestó demostrar al “western”, la estupenda planificación, la ubicación y dirección de los actores, la presencia de exteriores y ese clasicismo cinematográfico que destila en todo momento, impregne el conjunto de un film ciertamente hermoso, que huye de fáciles sentimentalismos y habla de auténticos sentimientos, que en modo alguno resulta complaciente o lleno de “guiños” al espectador, y que muestra secuencias de gran belleza como la que finalmente concluye en la muerte de Dodger –quizá se erige entre los mejores momentos que jamás ha filmado Pakula entre toda su trayectoria-. Todo ello confluye en una auténtica fantasmagoría, elegíaca y cálida en su mirada –me recordó en su singularidad a EL HOMBRE CLAVE (The Nickel Ride, 1975. Robert Mulligan), esta en el ámbito del “thriller”- y sorprendentemente válida como producto de una forma de entender el cine desgraciadamente ausente en nuestros días.

Calificación: 3

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