THE MAN WHO LAUGHS (1928, Paul Leni) El hombre que ríe
Decía Jacques Tourneur que no había visión más terrorífica que aquella que permitiera contemplar de sorpresa el rostro de un payaso bajo la luz de la luna. En su producción lo aplicó en cuantas ocasiones pudo. Pero es que ya durante el cine mudo y los inicios del sonoro, títulos protagonizados por Lon Chaney y / o dirigidos por Tod Browning incidieron en el horror de la máscara o una apariencia monstruosa que albergaba un alma sensible. Ese gran director de cine que fue Paul Leni –al que muchos han determinado que solo una prematura desaparición en 1929 le impidió desarrollar una obra suficiente para ser considerado uno de los grandes del séptimo arte-, incidió en esa vertiente en la que sería su tercera película en Hollywood. Una incorporación que se producjo tras aceptar la llamada del astuto Carl Laemmle, quien supo atraer a la recién nacida Universal a talentos destacados de la escena y la cinematografía europea, en cuya confluencia se fue gestando una determinada forma de abordar el cine fantástico que entremezclaba una fuerte influencia europea –especialmente el expresionismo alemán-, con los condicionamientos tanto a nivel de género como de planificación que ya iba generando el propio cine de Hollywood.
Con todo su bagaje como escenógrafo en Alemania y una ya considerable experiencia como realizador cinematográfico –de la que puedo certificar las excelencias de EL LEGADO TENEBROSO (The Cat and the Cannary, 1927), una de las más valiosas comedias de misterio de la historia del cine-, es evidente que en la mente de Leni y de la propia Universal estaban presente éxitos cinematográficos precedentes como la estupenda EL FANTASMA DE LA ÓPERA (The Phantom of the Opera, 1925. Rupert Julian), o la más envejecida EL JOROBADO DE NOTRE DAME (The Hunchback of Notre Dame, 1923. Wallace Worsley -y el no acreditado William Wyler-). Ambas se definían como melodramas bizarros desarrollados en épocas pretéritas, con ambientes escenográficos llenos de posibilidades y grandes y suntuosos escenarios. Hasta tal punto es evidente el referente de ambos títulos que en un principio la productora quiso que fuera Lon Chaney –el magnífico protagonista de los dos títulos mencionados, y auténtico maestro del horror silente en la pantalla-. Sin embargo, el criterio de Leni se impuso hacia el actor Conrad Veidt, al cual ya conocía y con quien había trabajado en EL GABINETE DE LAS FIGURAS DE CERA (Das Wachsfigurenkabinett, 1924). El resultado –como más adelante destacaré- es sencillamente fabuloso y la creación de Veidt en el personaje de Gwynplaine ha pasado con auténticos honores en la historia del cine.
Si algo me llama poderosamente la atención en esta excelente THE MAN WHO LAUGHS es una cualidad que se deja de lado en demérito de otras quizá más llamativas. Esta no es otra que el profundo dinamismo que caracteriza todo el desarrollo de la película, que en su mezcla de géneros y el constante intercambio de escenarios y situaciones proporciona una inusual viveza aún plenamente vigente en nuestros días. Al margen de ello la película de Leni adquiere muchas otras cualidades, una de las cuales es esa singular variación de géneros que oscila entre el film histórico, la variación de film de horror, aventuras o melodrama puro, aplicando en esta última vertiente bastantes de los elementos aportados por David W. Griffith en tanto en cuanto a la intensidad de la relación que se establece entre los tres personajes protagonistas.
Nos encontramos en Inglaterra en el siglo XVII. El Rey Jaime II se encarga de eliminar a Lord Clancharlie con la ayuda del odioso bufón Barkilphedro. Clancharlie es eliminado por la tortura de la “Dama de Hierro”, mientras que su hijo ha sido entregado a unos “comprachicos” que se encargan a utilizar a niños para deformarlos quirúrgicamente y venderlos en atracciones de feria. El pequeño es nuestro protagonista, quién a última hora logra escapar y huir a través de un fantasmal paraje nevado lleno de ahorcados. Al pie de una de estas horcas encuentra a una joven muerta que porta en sus brazos el bebe de una niña y al cual rescata en la tempestad. El pequeño Gwynplaine llegará a la caravana del bonachón Ursus (magnífico Cesare Gravina) quién acogerá a ambos, descubriendo que el bebé está ciego y advirtiendo la deformidad del pequeño.
Han pasado bastantes años y en ellas se establece una cordial relación entre Gwynplaine y Dea (sensible Mary Philbin). Ambos traspasan la frontera de la amistad por más que él se niegue a una relación más estrecha a causa del aspecto que ofrece su forzada y perenne sonrisa. En su ceguera Dea conoce más intensamente a aquel que la salvó siendo casi bebe y que ahora protagoniza un espectáculo de payasos; una comedia en dos actos que causa un enrome atractivo en el público. Cuando llegan a la feria de Southwark instalan su actuación a lleno diario, siendo descubierto por uno de los “comprachicos” que conoce el origen noble de Gwynplaine y manda un mensaje de la sensual y lasciva Duquesa Josiana (una sensual Olga Baclanova, que transmite en todo momento un extraordinario erotismo a la pantalla). Josiana es la hermana joven de la reina y una mujer absolutamente irresponsable que tan solo busca placer, diversión y nuevas experiencias en la vida, y a cuyo cargo se encuentra ya ascendido aquel repulsivo bufón del antiguo rey de Inglaterra. La duquesa acude a contemplar la actuación de Gwynplaine y queda fascinada por el atractivo singular que manifiesta el payaso, invitándole anónimamente y con los ojos vendados a su mansión. Allí este descubre su origen noble y el deseo de la reina de que se case con la joven aristócrata para que esta no pierda su rango. Ante tal perspectiva Josiana rompe a reír y humilla al deforme, quien huye pero que en esta incidencia ha logrado tener la suficiente autoestima para pedir a Dea casarse con él. Cuando está a punto de llevar a cabo este deseo es hecho preso para posteriormente ser investido como Lord.
Urdus queda hundido con la ausencia de Gwynplaine e intenta hacer disimular su ausencia ante Dea, simulando una escenificación para la cual harán de espectadores los propios actores de la compañía. Mientras tanto el protagonista es nombrado caballero y recibe la orden de casarse con la duquesa. Un mandato al que se opondrá iniciando una espectacular huída por tejados y fachadas hasta llegar al muelle donde logra alcanzar una pequeña barca que le permite llegar finalmente hacia su sincero benefactor y su amada Dea.
Como destila la enumeración de su argumento, es evidente que el elemento folletinesco tiene una considerable cabida en esta THE MAN WHO LAUGHS, que en todo momento está impregnada de dinamismo y a la que se aplican constantes destellos de inventiva cinematográfica en la creación de escenografías, elementos decorativos, movilidad en actores y figurante e igualmente detalles macabros o indisolublemente ligados al melodrama, que en su conjunción definen el magnífico resultado final. Ya desde sus planos iniciales aparece la siniestra visión de estatuas de las que emerge la repulsiva figura del bufón que urdirá buena parte de las incidencias de la película. Poco después contemplaremos la aparición de una “Dama de hierro”, una escenografía costera nocturna, siniestra y abigarrada, y un paraje nevado y fantasmal en la que nuestro protagonista de niño tendrá que discurrir sorteando literalmente horcas y cadáveres. A partir de esos momentos y variaciones tonales, la película de Leni destacará por su soltura narrativa, el dinamismo de la utilización de sus decorados, la participación de extras, una excelente ambientación, el destello de ocasionales detalles de avanzado erotismo –la primera aparición de Josiana vista por el ojo de la cerradura- o la vitalidad y el asombroso montaje que nos muestra la feria de Southwark. Quizá en las intenciones de Leni estuviera como premisa acentuar el contraste entre la “autenticidad” que destilan las secuencias que se desarrollan entre ambientes de clases bajas, con el apergaminamiento, hipocresía y severidad de aquellas que acontecen entre los aristocráticos. Ciertamente es un rasgo que impregna el devenir de una película que atesora constantes muestras de inventiva, utilización expresionista de la luz, caracterización de personajes y, tengo que reiterarlo, libertad formal unida a una enorme fuerza melodramática que, unido a ese carácter bizarro que ofrece el personaje de Gwynplaine, otorga a THE MAN WHO LAUGHS su permanente vigencia entre las grandes obras de los últimos exponentes del cine mudo.
Serían muchos los detalles a destacar de este magnífico film –del que tuve ocasión de visionar la copia que se sonorizó en su día en las secuencias en las que participan numerosos extras-, pero es evidente que no se podría concluir sin hacer hincapié en el rasgo determinante que le ofrece la sencillamente extraordinaria composición que Conrad Veidt ofrece del Gwynplaine protagonista. Una vez más, nos encontramos con un personaje de no muy dilatada presencia en pantalla. Sin embargo, su memorable e intenso trabajo que busca expresarlo todo en la mirada, y que en la intensidad de los primeros planos que aplica Leni marca el contraste entre un alma sensible y la aparente monstruosidad que le adorna, da como resultado fragmentos memorables que quizá tienen el cenit en el instante en el que dentro de la cámara de los lores, manifiesta su oposición a ser casado con Josina. Unos momentos que son planificados con contrapicados que contribuyen a enaltecer la actuación marcada por la sinceridad y la inadecuación a un entorno que le podría conferir comodidad, pero en el que jamás dejaría de ser considerado un monstruo.
Se comenta que la conclusión de THE MAN WHO LAUGHS iba a tener tintes más pesimistas. Es bastante probable que la elección obedece a lo marcado en el cine de Hollywood –e incluso otras cinematografías, recordemos el de EL ÚLTIMO (Der Letzte Mann, 1924. F. W. Murnau)-. En cualquier caso creo que esa aplicación de los rasgos instaurados por Griffith de “salvación en el último minuto” en nada deslucen una producción magnífica, llena de singularidad y que ratifica el enorme talento de uno de los realizadores más necesitados de ser reconocidos de toda la historia del cine, como es Paul Leni.
Calificación: 4
5 comentarios
LUIS -
Anónimo -
Alfredo Padilla -
mel -
me encanta el cine mudo =)
ANTONIO -