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CINEMA DE PERRA GORDA

THEY MADE ME A CRIMINAL (1939, Busby Berkeley)

THEY MADE ME A CRIMINAL (1939, Busby Berkeley)

Ciertamente tenía bastante curiosidad en contemplar esta película dirigida por Busby Berkeley, y que no se encuadraba en sus tan célebres y coreográficos musicales, tan   ajenos a mis preferencias cinematográficas. La relativa fama de THEY MADE ME A CRIMINAL (1939) y la presencia de un reparto encabezado por el gran John Garfield en sus primeros pasos y el veterano Claude Rains me hacía prever un relativo interés previo... que justo es señalarlo se fue difuminando a los pocos minutos de empezar la función. Y es que el título que nos ocupa no es más que uno más de los numerosos melodramas que la Warner lanzó en los años treinta, donde se entremezclaban historias de jóvenes cercanos a ámbitos de delincuencia, un relativo trasfondo en el tratamiento de bajos fondos y finalmente se destilaba un discurso moralista o en ocasiones apelando al respeto de aquello que se entendía como “el buen camino”. Una tendencia que incluso caracterizaba buena parte de los títulos policíacos realizados en este periodo, antes de la que la llegada e implantación de los parámetros del cine negro dotara de espesura, ambigüedad y un mundo de sombras y malestar a un amplio conjunto de películas que todos conocemos.

En este contexto de aparente travesura, THEY MADE ME A CRIMINAL queda como una más de esas tantas películas quizá destinadas a públicos juveniles, que aprovecha la presencia de los The Dead End Kids, populares a través del éxito logrado con la película DEAD END (1937, William Wyler). Y en este caso, creo que por encima de todo habría que destacar los casi increíbles giros de guión que los derroteros de su argumento marca y que visto a más de seis décadas después de su realización, no invitan más que a una entrañable carcajada. Hagamos un pequeño resumen del mismo. La película se inicia con un combate en el que Johnnie Bradfield (John Garfield) logra un título mundial de boxeo. Bradfield aparece en todo momento como un joven generoso con su rival y de vida intachable. En sus manifestaciones tiene siempre en boca el nombre de su madre y no se le conocen vicios. En realidad bajo esa fachada el nuevo campeón en un joven pendenciero y juerguista –primer anacronismo ¿alguien puede creer que un campeón de boxeo pueda mantener oculta la falsedad de sus orígenes y su propia personalidad?-. Precisamente en una borrachera que protagoniza junto a su manager y una chica dependiente de ambos, llega otra mujer acompañada por un individuo que se identifica como reportero tras conocer la verdadera cara del boxeador –nuevo anacronismo ¿qué periodista que se mete en la búsqueda de un exclusiva descubre su condición a riesgo de perder la noticia?-. En el incidente que se produce tras el anuncio, Bradfield queda inconsciente y el representante mata accidentalmente al periodista, teniendo la astucia de hacer pasar al campeón como responsable de la misma. Junto al joven lo lleva a su casa y lo despojan de su dinero y su reloj, con la mala fortuna que mueren en un accidente que incendia su auto, haciendo parecer a todo el mundo –por el señuelo que deja el reloj- que se trata del boxeador. Este despierta de su inconsciencia y por la lectura del periódico advierte lo sucedido, buscando la ayuda de un asesor suyo que aviesamente le despoja de los diez mil dólares que el campeón tenía en una cuenta de seguridad –otra incongruencia; si tan difícil tiene poder acudir con su auténtica identidad para recoger su dinero ¿cómo es que le resulta tan fácil a la persona a la que ingenuamente entrega la llave de la caja?-.

Podría seguir con las incongruencias, pero está lleno de trucos de guión expuestos con la mayor tosquedad. Solo decir a este respecto que Bradfield tendrá que huir por medio Estados Unidos –por momentos parece un esquemático precedente del Tom Neal de la excelente DETOUR (1946, Edgar G. Ulmer)-, que incluso variará su identidad hasta encontrarse en una finca rural donde encontrará una posibilidad de redencion y un grupo de gente que le brindará su cariño. Invariablemente, el peso de su pasado se manifestará en la presencia del detective Monty Phelan (Claude Rains, en una de las peores interpretaciones que le recuerdo –algo extraño en un intérprete de su calibre-), quien no solo desconfiará en todo momento de la muerte accidental del boxeador, sino que incluso llegará a localizarle ¡¡por una foto aparecida en la prensa!! Y llegará a capturarlo, aunque finalmente en un conato de remordimiento lo dejará que el antiguo boxeador –que ha variado su identidad llamándose Jack Dorney-, permitirá que prosiga el nuevo rumbo tomado en su vida.

Ciertamente, dentro del cúmulo de convenciones y truculencias de guión que definen una película por momentos inverosímil, solo cabe destacar el propio tono verista de la película, especialmente cuando esta se centra en sus imágenes en un entorno extrañamente rural que se haría familiar en un determinado cine norteamericano. Por otro lado no cabe omitir la fuerza que imprime la presencia de un jovencísimo John Garfield, por más que su labor no adquiera aún los matices que harían posteriormente célebres sus trabajos más conocidos y prestigiados, y al mismo tiempo la singularidad de alguna secuencia aislada que adquiere cierta fuerza dramática. En este caso me gustaría destacar de forma especial la que se desarrolla en un deposito de agua, donde se bañarán el camuflado boxeador junto a los Dead End Kids, en la que un riego repentino pondrá en peligro de muerte a todos ellos al descender el nivel del agua y con ello impedir que todos ellos puedan emerger de la misma.

Poca cosa para una película que ciertamente no cabe citar más que como una muestra representativa de un cierto tipo de cine popular caracterizado por su escasa sutileza y por llevar la medida de lo verosímil a unas fronteras tan difícilmente superables como escasamente convincentes.

Calificación: 1’5

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