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CINEMA DE PERRA GORDA

KINSEY (2004, Bill Condon) Kinsey

KINSEY (2004, Bill Condon) Kinsey

Dentro del cine norteamericano de los últimos años se puede detectar una cierta mirada revisionista a ciertas facetas ocultas de la sexualidad de aquel país en épocas pasadas –especialmente centradas en el periodo que aconteció la II Guerra Mundial- y hasta entonces solo abordadas de forma solapada o con doble sentido. Títulos tan brillantes –y aparentemente dispares- como FAR FROM HEAVEN (Lejos del cielo, 2002. Todd Haynes), DE-LOVELY (2004, Irwin Winkler) o GODS AND MONSTERS (Dioses y monstruos, 1997. Bill Condon) demuestran, bajo una cierta ambientación retro, esa nueva mirada al mismo tiempo nostálgica y crítica sobre un periodo hasta entonces mostrado únicamente con lujos y oropeles –por más que en ellos se destilaran grandes películas-.

Pues bien, también de la mano de quién en 1997 dirigiera la ya mencionada GODS AND MONSTERS –Bill Condon-, otorga la vida cinematográfica a KINSEY (2004), en la que se da forma a una llamada a la singularidad del individuo equilibrada con su integración en el conjunto de la sociedad. Indudablemente, la película que nos ocupa tiene una clara vinculación con el anterior título de Condon, con el que comparte el retrato de un personaje singular que se encuentra en abierta oposición con la hipocresía del entorno social que le circunda, al tiempo que también en este caso se representan una serie de referencias de índole homosexual –Condon es abiertamente gay-. En este caso nos encontramos con el retrato de un personaje real, el biólogo Alfred Kinsey (Liam Nelson), que muy pronto, quizá inducido por el comportamiento de su propia sexualidad reprimida en base al carácter autoritario de su padre, se inclinará precisamente por el estudio de los comportamientos sexuales de la Norteamérica de su época. Será una faceta en la que influirá poderosamente su dedicación al coleccionismo de insectos, de los que llegará a albergar miles y miles de ejemplares, la que le permitirá aplicar un lenguaje científico a la toma de información en numerosos hombres y mujeres que le facilitarán un estudio serio y documentado sobre los mitos y usos de la sexualidad norteamericana en la década de los años cuarenta del pasado siglo.

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Un enfoque sin duda revolucionario para la época, que permitirá una mirada realista a la vivencia del sexo, en abierta contraposición a las que estaban permitidas en aquellos años. Una investigación sin duda concienzuda y valiente en la que le brindará una impagable ayuda el apoyo en todo momento de su esposa –Clara McMillen (Laura Linney)-, la propia condición de bisexual de Kinsey, su afán experimentador, sus contradicciones, la colaboración que le ofrecerá su más directo colaborador a amante ocasional –Clyde Martin (Peter Sarsgaard)-, los sistemas científicos que utiliza basándose en la confidencialidad, la cooperación ofrecida por sus otros dos ayudantes, a los que tendrá que aleccionar en su método de captación de información –uno de ellos es algo timorato mientras que el otro da muestras de cierta suficiencia-, la lucha a la hora de obtener la financiación necesaria para el proceso, a cargo de la Fundación Rockefeller, el estallido que supone para la sociedad norteamericana la publicación del volumen dedicado al comportamiento sexual del hombre –que logra ser el libro científico más vendido-, la contraprestación a ese éxito que suponen los ataques que Kinsey recibe al escandalizar con la publicación del informe correspondiente a la mujer –con la rápida retirada de sus ayudas económicas-, coincidiendo con los momentos de enfermedad y decrepitud en la figura del propio protagonista.

Nadie puede dudar que en el relato –que tiene como base un guión del propio Condon-, hay algunos elementos cercanos al biopic, pero no es menos cierto que sabe establecer facetas contradictorias del personaje y, sobre todo, nos encontramos ante una propuesta que narrativamente demuestra una evolución positiva al compararla con la igualmente atractiva GODS AND MONSTERS, aunque al igual que en aquella el realizador no se resista a introducir algunas licencias visuales un tanto facilonas –secuencias en blanco y negro-. En todo caso hay que destacar que en su conjunto KINSEY ofrece una excelente planificación que potencia la pantalla ancha, logrando secuencias tan magníficas como aquella que se desarrolla mientras el protagonista está en plena clase y con sus palabras en público, las miradas de los actores y la planificación de Condon, se logra expresar a la perfección la interacción que se establece entre el propio profesor, su esposa y Clyde –quien tras haber mantenido una fugaz relación homosexual con este, propone tener otra con su esposa-; la propia secuencia de la experiencia entre Kinsey y Clyde; el extraordinario momento tras la muerte de su madre, en el que Kinsey logra la colaboración de su padre –interpretado por John Lithgow- para que le relate su experiencia sexual, y este confiesa apesadumbrado los traumas sexuales que posibilitaron que se convirtiera en un ser especialmente puritano y represivo. Con ello logrará la comprensión del hijo –en el que quizá sea el mejor instante de toda la película-; el momento en que Kinsey y su ayudante Pomeroy (Chris O’Donnell) escuchan el relato de un veterano pervertido sexual, lo que provoca el límite de la aceptación por parte del joven Pomeroy y del propio profesor –quien subraya que el disfrute del sexo ha de estar acompañado por no forzar a nadie-; la tensa secuencia que se desarrolla entre Clyde y Paul Gebhard (Timothy Hutton) –este ha coqueteado con su mujer-, mientras se desarrollan los momentos de fuerte cuestionamiento a la figura de Kinsey; el breve secuencia final en la que una veterana mujer le confiesa que gracias a la labor del profesor logró salvar su vida y reconocer su lesbianismo con una relativa normalidad; o incluso esa inventiva idea visual que nos muestra un creciente mapa de los Estados Unidos, sobre el que quedan sobreimpresionados los rostros y testimonios anónimos de un gran número de ciudadanos confesando sus experiencias –al tiempo que formulando la eterna pregunta: “¿Soy normal?”-.

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Pese a la abundancia de buenos momentos, cierto es que en KINSEY se dan cita otros un tanto falsos o cercanos a efectismo. Con ello me refiero a la fácil solución de insertar los momentos de la publicación del primer volumen del profesor, insertando una canción alusiva e imágenes documentales del estallido de una bomba –una metáfora bastante elemental-; o la secuencia en la que le protagonista ve como se le van retirando los apoyos cuando va exponiendo su interés en proseguir la investigación –un matrimonio abandona su charla y se le encuadra en picado-, hasta que finalmente cae repentinamente abatido-.

Pese a estos pequeños inconvenientes, KINSEY es una película que tiene la cualidad de ir en un creciente interés –sus primeros minutos son un tanto formularios- y goza del apoyo de un reparto absolutamente admirable –es especialmente destacable la labor de Liam Nelson, Laura Linney, Peter Sarsgaard y John Lithgow, pero es que hasta el generalmente melifluo Chris O’Donnell logra estar convincente-, y permite confiar en el futuro de la trayectoria de un Bill Condon del que solo cabe desear no tarde tanto tiempo en realizar otro film.

Calificación: 3’5


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