FLESH AND BONE (1993, Steve Kloves) Como uña y carne
Aún siendo una película relativamente atractiva, no me encuentro entre el sector de aficionados que tienen una especial consideración hacia THE FABULOUS BAKER BOYS (Los fabulosos Baker Boys, 1989. Steve Kloves). Crónica agridulce de un grupo de músicos de fiestas de restaurante, cierto es que dejaba entrever una serie de cualidades matizadas en una relativa sobriedad narrativa, melancolía en la mirada de sus personajes y una facilidad para establecer eses retratos de personajes entre mediocres y perdedores, que por un lado ofrecen una mirada contrapuesta al gran sueño americano, mientras que por otro indudablemente tienen una mayor facilidad en lograr la admiración por parte de ese público quizá más adulto –aunque ello finalmente encubra una cierta complacencia-.
En todo caso sorprende que pese a aquel relativo éxito, su realizador no lograra una mayor continuidad cinematográfica –más centrada en los últimos años con sus incursiones como guionista-, aunque en 1993 dirigió su segundo –y hasta ahora último film-, del que nos vamos a ocupar, y que a mi juicio es una obra bastante más lograda que su título de debut, por más que su relativo fracaso comercial quizá impidiera una prolongación de su andadura como director cinematográfico.
FLESH AND BONE (Como uña y carne, 1993. Steve Kloves) fundamentalmente nos relata el reencuentro de su personaje protagonista –Arliss Sweeney (uno de los mejores trabajos de la carrera de Dennis Quaid, lleno de mesura y sobriedad)-. Arliss es un hombre atractivo e introvertido, que sobrelleva una vida común centrada en su trabajo –trabaja como empresario de máquinas tragaperras en Texas-, que cuenta con mujeres esporádicas para satisfacer sus necesidades, pero que en el fondo encierra en el interior de su personalidad una traumática experiencia en su infancia. La rutina de su vida cambia cuando conoce casualmente a Kay Davies (sorprendente Meg Ryan), típica mujer que inicia su madurez y quiere huir de un mundo lleno de rutina y frustraciones –está casada con un pendenciero aficionado al juego-. El contacto entre ambos personajes parece encender la llamada de la esperanza, pero el peso del destino girará en contra de ambos.
FLESH AND BONE se inicia con una secuencia impactante, que marcará el desarrollo de toda la película. En ella contemplamos como siendo Arliss pequeño, contempló y de alguna manera participó en la matanza que efectuó su padre –Rey (James Caan)- para robar una casa de campo, asesinando a toda la familia que vivía en la casa asaltada salvo un joven bebé. La acción se trasladará hasta el presente, mostrándonos la mecánica del trabajo del protagonista, caracterizado por su sequedad, la huída instintiva de las armas o la grisura del modo de vida que sobrelleva. La cámara de Kloves se muestra segura y diestra en una narrativa serena y descriptiva, huyendo en todo momento de efectismos o gratuidades visuales, y adoptando un tono absolutamente descriptivo caracterizado por planos largos y el uso de panorámicas –bellamente fotografiadas por Philippe Rousselot-, o la fuerza que tienen esas grúas en plano general que puntean algunos de sus momentos más intensos, contribuyen a trasladarnos la idea de una rutina existencial provocada quizá por la ausencia de ese enfrentamiento por el trágico acontecimiento que en el fondo ha marcado su vida y en las que solo el peso de la belleza de los parajes puede matizar una existencia gris y monótona.
El encuentro con Kay quizá aparezca ante él –pese a su renuencia a aceptarlo-, como una oportunidad en su vida. Bien sea para encontrar ese amor que en él está ausente o para sobrellevar una vida paralela, también supondrá para ella una ocasión para salir de una vida mediocre y frustrada –la descripción que se nos ofrece de su propio aspecto y de su entorno vital es ciertamente desoladora-. Y para ambos se abrirá un breve paréntesis en su frustración vital, expresado visualmente con notable sentido de la contención, pudor y sencillez. Secuencias como la que se desarrolla cuando Kim se baña en la laguna e incita a que Arliss haga lo propio, la actitud recelosa de este mientras le anuncia la proximidad de una tormenta, la pasión que se desarrolla entre ambos mientras la tormenta resuena, son momentos llenos de sinceridad y nobleza, a los que hay que unir la estupenda noción de Kloves a la hora de hacer evolucionar el peso de la acción, ofreciendo detalles que describen la psicología de sus personajes. Un ejemplo de ello es esa leve panorámica descendente que nos describe el reguero de cigarrillos que Arliss ha dejado en el suelo –ese detalle revela la extensión de espacio de tiempo que ha estado meditando si retorna con Kay o no, al saber que su padre conoce las circunstancias que rodean el pasado de su reciente-.
Toda una amalgama de circunstancias marcadas por el peso del destino, se dan cita en esta historia que cuenta con un brillante guión del propio Kloves, y que discurre con dolorosa serenidad y la imposibilidad de un final complaciente, en la que destaca poderosamente un modulado sentido de la realización realmente valioso, poco común en el cine de nuestros días, y que capacita a su artífice para una trayectoria sin duda apreciable. Ello no impide señalar que quizá en ocasiones se recurran a métodos proclives para la expresión de romanticismo un tanto forzado –esa cena en el restaurante a puerta cerrada en la que los dos repentinos amantes bailan al compás de una canción de la máquina de discos; modos ya utilizados en la citada …BAKER BOYS-, pero que en su conjunto no desmerecen una película que camina a paso firme, férreamente ejecutada, dotada de una notable sensibilidad, brillantemente interpretada –la excepción sería el poco definido y escasamente logrado personaje que encarna la joven Gwyneth Paltrow-, y que estimo debe ser considerado en su conjunto como una propuesta perdurable dentro de la faceta íntima y sensible del cine norteamericano de principios de la década de los noventa.
Calificación: 3
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