LE CHIAVI DI CASA (2004, Gianni Amelio) Las llaves de casa
Quizá para valorar en su justa medida la sinceridad cinematográfica y la sensación de verdad que transmiten sus imágenes, tan solo habría que imaginar una historia que con el planteamiento de LE CHIAVI DI CASA (Las llaves de casa, 2004. Gianni Amelio) se trasladara a Hollywood y fuera explotada por un Barry Levinson de turno. Es muy probable que incluso recibiera algún que otro Oscar, pero no es menos cierto que su resultado carecería de interés cinematográfico y, sobre todo, humano. Ha sido quizá necesario realizar ese ejercicio de suposición, simplemente para describir los senderos por los que no discurre esta brillante, serena, hermosa y, en ocasiones también algo excedida en su contención, LE CHIAVI DI CASA.
Con unos modos sencillos, en los que se ausenta la noción de dramatización, cuando se plantea una secuencia peligrosa en ese sentido, Amelio la resuelve con el uso de la elipsis, revelando al espectador toda la información. Me refiero especialmente a los momentos en los que Paolo (Andrea Rossi) se escapa viajando por tranvía en Berlin, situando la cámara delante del rostro de un estremecido y atónito Gianni (Kim Rossi Stuart), padre del muchacho.
Sin embargo, me he referido al instante más complejo en la vertiente de la dramatización. Y es que la tensión de esta película está tamizada de serenidad y de reencuentros, con un ser que el protagonista rechazó nada más nacer –con su parto, su joven esposa murió- y al que ahora acompañará hasta la capital alemana al objeto de someter a Paolo a un proceso de rehabilitación de las minusvalías físicas y mentales que le acompañan. El contacto se producirá entre un muchacho disminuido pero de alegre personalidad y su padre, un hombre atractivo y bien situado socialmente aunque definido por una personalidad bastante débil –cuando a su hijo le sacan sangre se tiene que retirar, ya que le impresiona la visión de la misma-. Gianni es un buen hombre, atormentado interiormente por el doloroso recuerdo que le producen las trágicas circunstancias que acompañaron el nacimiento de su hijo, pero que con el paso del tiempo se ha autoimpuesto el derecho de conocerlo personalmente y poder ayudarlo –Paolo tiene ya quince años-. En este sentido, justo es destacar la extraordinaria interpretación que Kim Rossi Stuart brinda de su personaje, en un trabajo definido por sus miradas, su sutileza y un enorme pudor emocional que se extiende por todos sus foros, y que constituye uno de los principales asideros en los que Amelio se apoya para aplicar su sobria y casi documentalista propuesta al terreno del drama puramente cinematográfico.
Padre e hijo iniciarán en Berlín el proceso de rehabilitación, y en las salas del hospital se encontrarán con la atractiva y veterana Nicole (Charlotte Rampling), cuya hija es deficiente cerebral de nacimiento. Nicole ha estado desde entonces centrada en el cuidado de su hija –hace ya veinte años- y se brindará como apoyo a Gianni, que se encuentra bastante desplazado en un hospital en el que lógicamente solo se habla en alemán y no se comprende el italiano, y un tanto desalentado ante la frialdad de los métodos empleados. Será precisamente la extrema dureza de dichos métodos, los que producirán una singular exteriorización del cariño entre padre e hijo, que se plasma en el conmovedor momento en el que Gianni recoge a Paolo y le hace parar sus duros ejercicios de recuperación. A partir de ese instante, y pese a los consejos de Nicole –que en una estremecedora confesión a Gianni señala que en ocasiones piensa en la conveniencia de la muerte de su hija-, intentará que Paolo pueda ir valiéndose por si mismo, al recibir como máximo apoyo el amor de un padre que lo quiere y desea que a su regreso viva en su propia casa, junto a su mujer y el pequeño hermano que tiene. La descripción de estas secuencias, quizá induzcan al lector a pensar en una vertiente melodramática compasiva. Nada hay más lejos de ello, en unos momentos en donde se respira un sentimiento de “verdad” cinematográfica, de sinceridad entre los personajes que adquieren más fuerza que nunca, y que incluso han transformado al joven y apocado padre en un hombre de personalidad más abierta –a retener el cambio de vestuario que pone en práctica-, con la alegría de describir a su hijo y verse correspondido con la complicidad con que este lo recibe.
Para que no todo parezca un cuento de hadas, poco antes de finalizar la película se produce una discusión entre padre e hijo –el pequeño se excede en la oferta del primero de intentar manejar el volante por unos instantes-. El vehículo se detiene y Gianni sale de él y finalmente llora, quizá decepcionado al pensar que avanzaría más en la enseñanza de su hijo, o arrepentido por no haber comprendido realmente que al acometer la decisión más trascendente de su vida, tenía que estar –como le dice en un momento dado la sabia Nicole- preparado para sufrir.
Calificación: 3
0 comentarios