THE LONELY PASSION OF JUDITH HEARNE (1987, Jack Clayton) La solitaria pasión de Judith Hearne
Quien iba a decir que, pese a transcurrir bastantes años hasta que se produjo el fallecimiento de su realizador –acaecida en 1995 a los 74 años de edad-, esta se convertiría en la película póstuma de Jack Clayton. Singularidad donde las haya en el contexto del cine británico, creo que en su no demasiado extensa trayectoria no se puede hablar de un autor, pero sí de un cineasta concienzudo que cuando las condiciones le resultaban favorables, supo demostrar que la ausencia de un estilo personal, no impedía poder firmar –por ejemplo-, una de las más grandes obras de la historia del cine fantástico –THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961)-. Cierto es que su andadura como realizador está completamente vinculada a referentes literarios. Pero ¿no es ese el terreno abonado sobre el que se nutrieron buena parte de los grandes cineastas de siempre? Mas allá de estas disgresiones, si hubiera que definir con sencillez las cualidades y defectos de una película como THE LONELY PASSION OF JUDITH HEARNE (La solitaria pasión de Judith Hearne, 1987), creo que por un lado puede parecer a primera vista una de esas pulcras producciones de la BBC inglesa al servicio de una actriz prestigiosa. Pero finalmente y tras este aparentemente conformista envoltorio, se erige en una dura y por momentos incómoda diatriba en contra de una sociedad conformista basada en prototipos, convenciones y, fundamentalmente, una rígida moral elevada en torno a una castrante influencia de la religión católica.
Basado en una novela de Brian Moore –de la que al parecer se modifican algunos de sus elementos de localización-, el film de Clayton describe la azarosa andadura de Judith Hearne (Maggie Smith). Se trata de una mujer de mediana edad que toda su vida ha residido en la provinciana y agreste Dublín, situándose la acción en la década de los cincuenta. Judith ha dedicado prácticamente toda su existencia al cuidado de su tía –ella era huérfana de padres-, y que se ha caracterizado por recibir una educación estricta y de modales refinados. Pese a los lejanos recuerdos que guarda de ese pasado tan poco alentador, aunque inicialmente acomodado, lo cierto es que actualmente vive de sus pocos ahorros, una corta pensión, y dar clases de piano que cada vez le resultan más difíciles de realizar debido a la progresiva ausencia de alumnas –sus padres observan con recelo a la ya ajada profesora-. Por ello recala –al parecer ya lo ha hecho anteriormente-, en una residencia con habitaciones, comandada por una vieja mezquina que la contempla con desconfianza, y que en sus habitaciones cobija a un hijo bien poco recomendable. En ella se encuentra también el hermano de la dueña –James Madden (Bob Hoskins)- que, desde el primer momento, suscita en ella un interés, al ver en él la posibilidad de poder dejar atrás la soledad que le atenaza.
James bajo su apariencia de hombre de mundo venido de New York, no es más que otro fracasado que cree intuir en Judith a una mujer con posibilidades económicas, por lo que la galantea e inician una amistad bastante superficial, que esta pronto confundirá por una atracción hacia ella. El descubrimiento de la realidad de dicha relación y la falsedad que alberga James, será la amarga constatación para Hearne del desmoronamiento del mundo en que había depositado sus esperanzas, y que se ceñían en las apariencias de una educación culterana y una obsesiva presencia religiosa. Bajo ese hundimiento vital, se aparecerá ante ella la certeza de una vida inútilmente desarrollada y la intuición de la nada existencial.
Todo este aparentemente jovial y otoñal drama humano, es mostrado por la cámara de Clayton con sencillez, con minimalismo incluso, trasladando el foco de la historia en la extraordinaria labor ofrecida por una Maggie Smith en uno de los mejores trabajos de su carrera –logró el premio de la academia británica a la mejor actriz por este trabajo-. A través de sus ilusiones, sus miradas, sus recuerdos, sus delirios en borracheras en su misma habitación, de esconder una personalidad que ya está próxima a extinguirse, la película ofrece una narración pausada y progresivamente dolorosa de una frustración descrita en un Dublín tan presuntamente luminoso como opresivo. Por sus calles, por unas localizaciones escuetas –y siempre ceñidas al meollo de la historia central-, contemplamos el reflejo de toda una generación que ha sucumbido ante la tentación del conformismo, la apariencia y lo provinciano. Una generación de la que se desmarcan sus hijos –esos hijos de la amiga de Judith que huyen ante la presencia dominical de nuestra protagonista-, y ante la que finalmente se brindará una mirada compasiva, no antes de que la protagonista advierta la inutilidad del entorno represivo que ha rodeado su vida. En ellos tendrá una presencia preminente el rigor del catolicismo, frente al cual logrará atisbar su inutilidad y la falsedad de sus planteamientos, descubriendo con horror que el propio párroco al que solicita ayuda espiritual, no sabe responder con contundencia ante sus dudas existenciales. Pocas veces en este sentido, se ha logrado ofrecer en la pantalla una diatriba más contundente al sentido represor del catolicismo, que las que muestran esas imágenes –en algún instante, todo hay que decirlo, recurriendo al efectismo-, en las que la labor de Maggie Smith logra su registro más conmovedor.
Y es que aunque no se pueda hablar de estilo en la labor de Jack Clayton ¿no podríamos encontrar en Judith Hearne, una imagen más contemporánea de las represiones que caracterizaban a la institutriz que encarnó magistralmente Deborah Kerr en la citada THE INNOCENTS? Evidentemente, a pesar de su sencillez y de su aparente corto alcance, la pintura descrita por el realizador es precisa, llega a ser dolorosamente abrumadora, y finalmente deja un margen a la esperanza en ese desenlace incorporado con deliberada ambigüedad. En sus imágenes, retendremos que en las secuencias que albergan propuestas más importantes –el ofrecimiento de matrimonio de Judith, la secuencia final entre esta y James-, siempre se interferirá entre ellos la iconografía católica –la imagen de la parroquia en el primer ejemplo o la efigie de la Virgen que se encuentra en la puerta de la residencia en que la protagonista está internada en el segundo-. Una traslación visual de una película que, paso a paso, oscila entre la mirada casi complaciente de sus primeros fotogramas, hasta expresar con certeza el desperdicio de una vida, rendida a partir de una educación llena de prejuicios y convenciones.
Calificación: 3
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traka -