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CINEMA DE PERRA GORDA

SIN CITY (2005, Robert Rodríguez y Frank Miller) Sin City

SIN CITY (2005, Robert Rodríguez y Frank Miller) Sin City

No me hartaré de señalar una u otra vez, el escaso interés que siempre han despertado en mí las cada vez más frecuentes adaptaciones de películas basadas en referentes originales procedentes del mundo del cómic. No por ello pienso cuestionar las fidelidades a este mundo de expresión artística –aunque considero que se encuentra bastante sobrestimado en su valoración como un mundo de expresión personal, será sin duda una apreciación muy discutible, pero ahí queda-. En cualquier caso, parece que ese amplio club de fans da y quita a cada una de las adaptaciones que de diferentes manifestaciones de esta faceta se realizan, con una ferocidad que la verdad no se encuentran cuando se trata de llevar a la pantalla otros referentes sin duda menos arraigados en la cultura popular del siglo XX e inicios del siglo XXI. Siempre he manifestado, a este respecto, que me gusta considerar un producto cinematográfico en la valía de su propia configuración aunque, bien es cierto, en no pocas ocasiones, cualquier espectador más o menos avezado, pueda intuir bajo sus imágenes, el grado de interés de la misma en función del hipotético referente que retoma, incluso sin haber accedido al mismo.

Pues bien, nos encontramos con otra –al menos nadie le puede negar la impronta de la originalidad- adaptación del mundo del cómic, basada en esta ocasión en la creatividad visual de Frank Miller. Anteponiendo de antemano mi desconocimiento de su obra, en primer lugar cabe señalar que al menos la propuesta intenta abrir nuevos caminos en esta vertiente, pero lo cierto es que su resultado final es bajo mi punto de vista realmente enervante. Y en ello no me sorprende nada ver la firma de quien se muestra como artífice del proyecto, por más que un guiño para la previsible audiencia del producto, muestre la codirección del relato de la mano del propio Frank Miller. En efecto, SIN CITY (2005) es una muestra más de la nulidad como realizador del enormemente comercial Robert Rodríguez, enésimo discípulo bastardo de Quentin Tarantino –de quien no me considero seguidor ni de lejos, pero que en todo caso demostraba una inventiva cinematográfica que jamás se ha visto en los títulos de Rodríguez que he tenido la desgracia de soportar-. Aparentemente disfrazado en una inocua versatilidad de registros –una vez más asume diversos cometidos en los créditos de la película-, el mayor defecto del título que comentamos –y que es el que finalmente haga insufrible el devenir de la película-, es el de confundir el lenguaje de expresión del relato gráfico con el del cinematográfico. En este sentido, no se puede negar el esfuerzo de trasladar con sofisticación, una lograda atmósfera que rememora el universo del pulp, y un conjunto de actores en principio atractivo, el universo sórdido, cruel, sarcástico, nocturno y nihilista del retato negro degradado, al modo del Mickey Spillane y tantos referentes conocidos por los aficionados. Ya el propio preludio del relato –por más que en él intervenga uno de los peores actores de todos los tiempos; Josh Hartnett, y deje entrever el marchamo esteticista que se desplegará en todo su metraje-, es una atractiva llamada a una reconstrucción visual lograda mediante una serie de sofisticadas técnicas digitales.

Pero creo que resultaría cuanto menos inadecuado valorar una película en función de un look visual que además podría responder al de cualquier sofisticado videoclip –un género en el que además cualquier avance técnico pronto es superado por nuevas vertientes visuales –y si no, habría que comprobar como han envejecido en nuestros días míticos videos como el famoso Thriller filmado por John Landis para el hoy decreciente Michael Jackson-. Y es que, en definitiva, bajo mi punto de vista el film de Rodríguez –y Miller, no se me vaya a ofender-, no es más que una larguísima, eterna y extenuante demostración de este lenguaje visual al servicio de la nada. Por mucho que haya quien se quede fascinado ante este monumento a la vacuidad cinematográfica, uno no puede por menos que quedarse sorprendido ante la total ausencia de lógica del relato, ante la gratuidad de sus fotogramas, ante su humor chusco, al hecho de que sus personajes emerjan o desaparezcan del relato por capricho y sin obedecer a lógica alguna, o que la alternancia de imágenes en blanco y negro con insertos de detalles coloreados –que tan bien funcionaban en su escueta presencia en títulos como RUMBLE FISH (La ley de la calle, 1983. Francis Ford Coppola) o SCHINDLER’S LIST (La lista de Schindler, 1993. Steven Spielberg), no sean más que otra muestra más de esa auténtica ensalada de gratuidades en la que se convierte este artefacto tan costoso como inocuo a nivel cinematográfico.

Tan solo he de reconocer que dentro de un metraje a mi juicio interminable, solo me llegó a interesar de alguna manera la labor siempre espléndida de Clive Owen –encarnando a ese escéptico ayudante de las corporativistas, violentas y ultrasofisticadas prostitutas defensoras de su territorio-, que otorga de una especial densidad y mundo interior a su personaje y, muy especialmente, el breve momento en el que este se hunde en medio de una ciénaga de alquitrán, y el plano posterior en el que se muestra su voz en off narrando su experiencia en el fondo de la misma hasta que es rescatado “in extremix” por una de sus protegidas.

Mas allá de este momento puntual, y por mucho que me sorprenda la altísima calificación que la película tiene entre los numerosos seguidores de la base de datos IMDB –¡!que sitúa la película entre las cien mejores de la historia del cine¡¡-, lo cierto es que su visionado me resultó insufrible en una medida pocas veces igualada en los últimos tiempos, ante tal redundancia de voces en off de tonos graves y sombríos, complicadas angulaciones de cámara y personajes que en su inconsistencia solo muestran un parapeto visual ante el que, a poco que se rasgue, no se encuentra más que un monumento a la nada vestido de ropajes falsamente transgresores.

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