IVAN GROZNYY I (1944) Iván el Terrible, e IVAN GROZNYY II: BOYARSKI ZAGOVOR (1958) La conjura de los Boyardos. Ambas de Sergei Milhailovich Einsenstein
Desmesurada, profundamente barroca, tan desequilibrada como irresistible, singularidad dentro del cine mundial de los años cuarenta, genialidad imperfecta, reflexión sobre los mecanismos del abuso de poder y la intención en su aplicación, las dos partes de IVAN GROZNYY I (Iván el terrible, 1944) y IVAN GROZNYY II: BOYARSKI ZAGOVOT (La conjura de los boyardos, 1958) me parecen el mejor legado brindado al séptimo arte por Sergei Milhailovich Einsenstein. Habiendo podido acceder a la mayor parte de sus largometrajes, que por lo general conocieron siempre problemas de producción y de montaje, creo que de Einsenstein podemos quedarnos con la fuerza de algunas de las irrepetibles secuencias de sus películas, pero en líneas generales sus resultados finales siempre han pecado –y pido perdón por la posible “herejía” que voy a cometer- de desequilibrios formales y narrativos. Es evidente que al atender la obra del influyente realizador ruso, y para saber apreciar sus cualidades, hay que olvidarse de la atención a una narrativa ordenada y homogénea. Sus revolucionarias teorías sobre el montaje son conocidas y patentes en el concurso de su obra… y quizá con el paso del tiempo queden como el matiz más discutible de la misma –al menos bajo mi punto de vista-. Y es que personalmente considero a Einsenstein como un gran experimentador de la imagen, explorador de las posibilidades del montaje, y maestro en la indagación expresiva del rostro humano. Sin embargo, y con ser de interés, su obra me resulta menos valiosa de lo comúnmente aceptado. Esa insistencia en la retórica visual es la que, de forma intermitente, resta a mi juicio interés a sus títulos, plasmado en secuencias tan apreciadas y en su momento novedosas en su aplicación pero bajo mi punto de vista tan elementales como el montaje de OKTYABR (Octubre, 1928), en el que se ejemplifica el ascenso de Kerenski, comparándolo con esa estatua de león que es insertada en diversos encuadres sucesivos. Ni que decir tiene, que valorar actualmente al Einsenstein cineasta en función de su militancia revolucionaria, es algo bastante simple a nivel dogmático, y es algo en lo que no pienso recaer.
Pero he aquí que tras su azarosa aventura mexicana –que dio como resultado un título incompleto pero por momentos fascinante; ¡QUE VIVA MÉXICO! (1933)-, el director ruso se embarcó en la gestación de una auténtica epopeya fílmica que vivió –como era habitual por otro lado-, considerables conflictos. Baste recordar que pretendía realizarla en tres partes, en vez de las dos que finalmente presentó. Un reto que a la postre quedará como su prematuro testamento cinematográfico, y probablemente creo que su mejor aportación a la pantalla. El díptico IVAN GROZNYY es una de esas obras que, a través de sus enormes cualidades plásticas y estéticas, y sin obviar sus notables desequilibrios, se resiste a la prosa del análisis. Su nada oculta desmesura y pretensión de genialidad, pueden ser más o menos apreciadas, pero están ahí, en sus imágenes, sus angulaciones de cámara, la magnificencia de sus escenarios, sus constantes reminiscencias pictóricas, la asombrosa utilización de las sombras como motivo amenazador, o en la propia utilización de los actores como un todo a la hora de crear auténticos frescos en todos sus fotogramas.
Pero al mismo tiempo, y antes de intentar detenerse descriptivamente en la magnificencia de su conjunto, creo que procede decir que a nivel temático IVAN GROZNYY se ofrece con facilidad como la película más valiente de su autor. Relativamente accesible era en el contexto del periodo revolucionario, filmar títulos propagandísticos como BRONENOSETS POTYOMKIN (El acorazado Potemkin, 19255), la mencionada OKTYABR o la previa STACHKA (La huelga, 1925) –ello sin olvidar que Einsenstein fue un artista incómodo al poder. Sin embargo, no lo era tanto dar vida un proyecto de estas características en pleno estalinismo. Esa capacidad crítica del realizador ante los excesos dictatoriales de Stalin, se encuentran presentes en todo momento en la andadura del zar Nicolás -portentosa labor de Nicolai Tcherkassov-, que parece resultar un referente imitado en el tiempo. No resulta de extrañar por ello, que el realizador ruso dejara de recibir las simpatías gubernamentales y su segunda parte fuera censurada durante años.
En la primera parte de IVAN… sucede realmente poco a nivel argumental. Con el peculiar tempo narrativo del cine soviético, su metraje se consume en la descripción de una serie de grandes momentos en la trayectoria del primer zar ruso. Asistimos a su coronación –con los negros augurios que provoca en los representantes que asisten a la ceremonia-. Se escenifica también la batalla en la que conquista los pueblos Kazan y Astrajan, la aplicación de la revolucionaria Oprichnina –que provocará la profunda irritación de los nobles boyardos-, el envenenamiento de su esposa Anastasia y la retirada del zar a un monasterio, desde donde los rusos lo aclamarán para que retorne como gobernante.
La segunda mitad –BOYARSKI ZAGOVOR- adquiere un mayor dinamismo y quizá alcanza un más elevado grado de genialidad en algunos de sus fragmentos, pero al mismo tiempo se tiene una constante sensación de asistir a una obra inacabada. En su desarrollo se narra el plan de Ivan para combatir la lucha de los Boyardos, que tienen en la propia tía del zar su mayor aliada, y también alcanza la oposición de la iglesia ortodoxa. La veterana familiar del protagonista –que fue quien ordenó el asesinato de su esposa-, pretende llevar al trono a su hijo disminuido. Al final, será el protagonista el que aniquile al joven, utilizando las armas que su tía había dispuesto en contra suya.
Toda esta epopeya es plasmada con una deslumbrante combinación de grandes planos generales, en los que se destaca la inmensidad del decorado, sus techos muy elevados, en contraste con esas oquedades por las que desaparece Ivan, cuya iconografía física y tono amenazador me recordó en bastantes momentos al NOSFERATU, EINE SYMPHONIE DES GRAUENS (Nosferatu, 1922) de Murnau. Entre un desmesurado expresionismo y la riqueza plástica de algunos grandes instantes, IVAN… se desarrolla a través de una sucesión de planos que se impregnan en la retina del espectador. Los cuerpos ensartados en modos pictóricos en la conquista de Kazan, el túmulo que contiene el cuerpo sin vida de Anastasia, el desfile de los rusos que reclaman el retorno del zar, el pequeño bloque en expresivos colores que describe el emborrachamiento del joven simplón a quien quieren entronizar como zar los boyardos… Seguro que cada aficionado tendrá en sus recuerdos diferentes fragmentos. Lo que es indiscutible es la magnificencia y riqueza expresiva del complejo retrato de alguien que ha de luchar desde bien joven contra la incomprensión del entorno que le rodea, y en donde la crueldad, la astucia, el manejo de los resortes del poder y una creciente experiencia marcó una de las figuras más influyentes de la historia rusa.
Inútil es señalar los tintes de tragedia shakesperiana que alcanzan algunas de sus propuestas, o el referente que supuso para un reconocido Orson Welles, en sus posteriores –y sobrevaloradas- MACBETH (1948) y THE TRAGEDY OF OTHELLO: THE MOOR OF VENICE (Otelo, 1952). Lo que importa aquí es concluir señalando que nunca como en este fresco histórico, Sergei M. Einsenstein pudo plasmar tan adecuadamente su abigarrada y crítica personalidad fílmica, con un título que se acercó tanto al –imperfecto- logro absoluto.
Calificación: 4
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