LA SIGNORA SENZA CAMELIE (1953, Michelangelo Antonioni) La señora sin camelias
Desde sus primeros fotogramas, se puede destacar la sensación de extrañeza y la personalidad que desprende LA SIGNORA SENZA CAMELIE (La señora sin camelias, 1953), segundo de los largometrajes realizados por el italiano Michelangelo Antonioni, tras su debut tres años atrás con CRONACA DI UN AMORE (1950). Y creo que esa singularidad proviene, fundamentalmente, de la simbiosis que se establece en el seguimiento de un argumento bastante ligado al cine popular italiano que se venía realizando en aquellos años, en su contraste con la mirada que el realizador ya empezaba a plasmar en su cine, y que muy pocos años después le llevaría a entronizarse como el adalid de la denominada “incomunicación” cinematográfica.
Es así como la película centra su radio de acción en el repentino lanzamiento cinematográfico que vive una joven empleada de una tienda de telas –Clara Manni (Lucia Bosé)-, a partir de su breve presencia en un film que le llevará a protagonizar una posterior película de consumo, que finalmente abandonará al casarse con uno de los productores del film –Gianni (Andrea Checchi)-. Este es un hombre maduro y al mismo tiempo bastante posesivo, que desea que la joven abandone el mundillo cinematográfico, dominado por los celos que le produce tener compartir un ser tan hermoso. Hasta tal punto llega esta obsesión, que llega a dirigir una película protagonizada por ella, basada en la vida de Juana de Arco, que se convierte en un enorme fracaso tras su presentación en el Festival de Venecia. Mortificada al conocer el alcance de este batacazo, Clara huirá del dominio de su esposo y mantendrá un romance con Nardo (Ivan Desny), un hombre bastante extraño que ejerce como cónsul, y que en el fondo y con maneras más sibilinas, no es más que la reedición de esa utilización que su mismo marido pretende con ella. Cuando conoce el alcance del entorno que le rodea, la joven atiende al consejo de un actor y se dedica a estudiar interpretación, rechazando guiones de producciones consumistas rodados en Cineccittá. En su oposición retorna con su marido –con quien desea formalizar definitivamente la separación-, para pedirle que la admita en el reparto de una película que está rodando. Este le opone que el papel que le pedía ya se encuentra comprometido con una actriz norteamericana, lo que le llevará a nuestra protagonista adquirir conciencia de que jamás podrá llegar a status artístico que ella busca, teniendo que conformarse con ser una más de tantas starlettes que proliferaron en el cine italiano de aquel periodo desarrollista, aceptando su participación en uno de aquellos abundantes y populares peplums que ya entonces se rodaban en aquel país, bien firmados por realizadores autóctonos, o por veteranos hombres de cine norteamericanos que llegaban a Italia atraídos por productores que certificaban los bajos costes allí reinantes.
Es evidente que pese al ilustre equipo que participó en la elaboración del apartado argumental del film, las mayores debilidades de este, varias décadas después, estriban en esa mirada aparentemente caracterizada en su dureza, pero en el fondo imbuida de cierta ingenuidad y un cierto atisbo de complacencia, que no deja de recordarnos ejemplos previos no muy lejanos como BELLISSIMA (1951) de Visconti. En esa visualización, no dejaremos de comprobar los tejemanejes de esos productores a los que el cine, en el fondo, no les importa nada, o ese director que, contra sus deseos, tiene que comulgar realizando películas de bajo presupuesto. Al mismo tiempo, al parecer el personaje principal de la película fue retomado tomando como base el lanzamiento de la entonces juvenil Gina Lollobrigida, y en sus imágenes no dejan de plasmarse lugares comunes del entorno de ese cine popular entonces tan floreciente, al menos en la cantidad de títulos de consumo realizados.
Pero junto a ello, LA SIGNORA… deja ver de forma esporádica y con ocasional contundencia, la personalidad cinematográfica de su realizador. Y es algo que se manifiesta en ocasiones en forma de realidad paralela, por medio de una planificación basada en planos largos, muy meditados y con elaborados reencuadres, que no obstante, respiran una notable autenticidad. También la ofrece en esos exteriores tristes y lúgubres, caracterizados por calles lluviosas, o en las secuencias en las que la presencia del viento complementa el matiz dramático mostrado por sus personajes. Son instantes en los que destacan localizaciones urbanas caracterizadas por su impersonalidad y un extraño aire fantasmagórico, punteadas por paseantes y figurantes caracterizados por ese aire impregnado de alienación que los define como auténticos autómatas. En ese contexto, la lividez fotográfica proporcionada por la iluminación de Enzo Serafín, se aúna con las intenciones de un Antonioni que sabe definir con pequeñas pinceladas a personajes como los dos pretendientes de la protagonista. En primer lugar a quien de forma inconsciente se convertirá en su marido y, más adelante, a ese extraño personaje de Nardo –atención a la forma sibilina con la que describe extraños gestos con sus manos-, que en el fondo no considera a Clara como una conquista más. Todo ello tendrá su punto más álgido con las secuencias finales desarrolladas en Cineccittá, en las que la protagonista tendrá que enfrentarse a la realidad de su triste condición de fímera estrella debido a su belleza, teniendo que asumir la realidad de tantos y tantos aspirantes al mundo del cine, que deambularon por estos estudios mendigando papeles de extra, en un instante de concepción casi fantasmagórica.
Mezcla de cine popular y reflexión personal, LA SIGNORA… demuestra que el cine de Antonioni encaminó desde sus primeros compases, unos senderos coherentes y valiosos, además de muy personales en la plasmación de su singular concepto de la sintaxis cinematográfica.
Calificación: 3
0 comentarios