HOLLYWOODLAND (2006, Allen Coulter) Hollywoodland
No cabe duda que HOLLYWOODLAND (2006, Allen Coulter) es un producto que busca desesperadamente la condición de cult movie. Todos sabemos que cualquier propuesta ambientada en el contexto del pasado cinematográfico, cuenta apriorísticamente con una entrega absoluta y entusiasta por parte de determinado sector de público. Un público que disfruta con las citas, los giros y las referencias cinéfilas de un ayer que aún se mantiene como referencia de muchos aficionados, por más que en dicha visión en ocasiones destaque una mirada oculta sobre elementos de dicho pasado. No importa. Incluso productos tan lamentables como MOMMIE DEAREST (Queridísima mamá, 1981. Frank Perry) abordan dicha dualidad, demostrando que una visión aparentemente negativa de dicho contexto, no ha de llevar necesariamente aparejado un producto de interés.
En este sentido, es indudable que no cabe situar el film del debutante Coulter a la bajísima estatura del comentado de Perry. Sea más o menos apreciada, HOLLYWOODLAND alcanza la virtud de una puesta en escena que en todo momento mantiene el ritmo, que logra una cualidad tan aparentemente sencilla como tan infrecuente en el cine de nuestros días: su amenidad. Sus dos horas de metraje se suceden con una dosificada progresión, alternando quizá no siempre con acierto las dos líneas narrativas de su propuesta –quizá sea este uno de los rasgos más discutibles del film-, pero indudablemente ofreciendo un plus a una historia que, si se rasca con un poco de sentido de la memoria, no resulta original en sí misma, en momento alguno deviene apasionante ni, por supuesto, aporta nada nuevo en ese revisionismo que intenta ofrecer una visión aparentemente crítica sobre los mecanismos que guiaron al Hollywood clásico –en esta ocasión descrito en la década de los cincuenta-. Desde la influencia de los productores a los personajes que pululaban en su entorno, el desarrollo del título que nos ocupa se va describiendo en dos espacios temporales divergentes. El primero de ellos se desarrolla a partir de las investigaciones que efectúa el investigador Louis Simo (Adrien Brody). Se trata de un joven que vive una crisis personal, y que habitualmente se desenvuelve en pequeños casos de infidelidades. En esta ocasión hurgará en las circunstancias que han rodeado el aparente suicidio del actor George Reeves (Ben Affleck). Contratado por la madre del fallecido, Simo será el que introduzca en la película el recuerdo paralelo de la trayectoria de Reeves, actor sin fortuna en su andadura, muy probablemente sin verdadero talento, y que únicamente encontrará en la vida el apoyo que le brinda su amante, Toni Mannix (Diane Lane), esposa ya madura del poderoso dirigente de la Metro, Eddie Mannix (Bob Hoskins). Ni siquiera la ascendencia que le proporciona este contacto, impedirá la andadura mediocre de un ser mediocre, que probablemente solo adquirió conciencia de esa condición, momento antes de pegarse un tiro y quitarse la vida.
El guión de Paul Bernbaum y la puesta en escena –bastante convencional- de Allen Coulder, inciden progresivamente en las líneas que confluyen en los personajes protagonistas, hasta alcanzar una conclusión bastante ingeniosa –aunque no aprovechada lo suficiente en la pantalla-, en la medida que el conocimiento que Simo adquiere de la personalidad de Reeves, les llevará cinematográficamente casi hasta un contacto físico. Creo personalmente, que interesa más la vertiente de la evocación de la andadura del mediocre actor que encarnó a Superman en una tan lejana como recordada serie televisiva, que la andadura vital que define las progresivas investigaciones del atormentado Simo. Todo ello conformará una pintura aparentemente caracterizada por su dureza, pero en el fondo bañada por el estereotipo y lo complaciente. Prolongando la estela de un título tan brillante como L.A. CONFIDENTIAL (L. A. Confidencial, 1997. Curtis Hanson), la cámara de Coulder se instala por el Hollywood de los cincuenta, descrito por medio de una dirección artística que profundiza en la vertiente retro. Sin embargo, jamás sus imágenes abordan cualquier atisbo de profundidad. Todo resulta tan previsible como finalmente consecuente, escapándosele al realizador debutante, la posibilidad de ofrecer esa película “de culto” que finalmente ni siquiera llega a ser.
Y es que su propuesta no llega a alcanzar la capacidad reflexiva que permitía olvidar el ocasional efectismo de GOOD AND MONSTERS (Dioses y monstruos, 1997. Bill Condon). La blandura de la película solo es comparable con la pulcra e impersonal eficacia de su narrativa. Es algo que se extiende a la labor de sus principales personajes. Resulta a este respecto comprensible que para encarnar a uno de los más mediocres actores de aquellos años, se recurra a uno de los peores actores de nuestro tiempo –un Ben Affleck que incomprensiblemente se llevó el premio al mejor actor del Festival de Venecia 2006-, y pese a ciertos excesos de “enarcamiento”, se pueda valorar el aplomo con el que Adrien Broody encarna a su personaje. Sin embargo, lo mejor de HOLLYWOODLAND se centra en la recreación del matrimonio Mannix, encarnados con tanto acierto por el veterano Bob Hoskins y una madura Diane Lane que recuerda sus tiempos de juventud y preludia un nuevo y prometedor nuevo rumbo a su carrera.
En definitiva, un producto ligero y entretenido, pero al mismo tiempo perfectamente olvidable, que sigue senderos marcados en ocasiones precedentes con mayor acierto, y dirigido a un sector de aficionados más fácil de contentar de lo que pudiera parecer. De todos modos, ya es bastante.
Calificación: 2
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