THE BIGAMIST (1953, Ida Lupino) [El bígamo]
Como en las obras de tantos y tantos realizadores que forjaron el denominado “Cinema Bis” norteamericano, no resulta nada fácil acceder a algunos de los exponentes que sumaron la andadura como realizadora de la excelente y personalísima actriz Ida Lupino. No lo es por que fueran apenas seis los títulos asumidos como directora, o por el hecho de estar casi todos ellos encuadrados bajo su propia firma productora The Filmakers, que sobrellevaba junto a su marido. Personalmente, opino que ese olvido tan generalizado, procede fundamentalmente por la propia singularidad que revestían sus películas.
Me tengo que ceñir un poco a referencias a la hora de hacer una caracterización de la obra de Lupino, en tanto en cuanto hasta la fecha, solo habría podido acceder a uno de sus títulos: THE HITCK-HIKER (1953), revelador de su personalidad estética, pero al mismo tiempo alejado de los rasgos que al parecer caracterizaron sus películas a nivel temático. En este sentido, la oportunidad que me brinda la edición en DVD de THE BIGAMIST (1953), supone por un lado confirmar el previsible interés de la trayectoria de Ida Lupino como directora, al tiempo que quizá nos acerque en mayor medida al universo temático en que desarrolló sus films. Fueron rasgos que quedaron definidos por dos coordenadas muy concretas: la apuesta por problemáticas generalmente poco tratadas en la pantalla que afectaban a mujeres, y por otra el hecho de insertar estas propuestas en un entorno marcado por el American Middle Class. Es por ello que sus películas se insertarán en entornos urbanos si bien no totalmente acomodados, si representativos de esa Norteamérica en apariencia floreciente y encaminada al progreso.
Es algo que definirá esta estupenda THE BIGAMIST desde sus primeros planos –escuetos-, que nos describen los exteriores de una San Francisco más inclinada en sus arterias, apelmazada y gris que nunca. Será este el marco inicial de la historia protagonizada por el matrimonio Gram. –Harry (Edmond O’Brien) y Eve (Joan Fontaine)-. Se trata de una pareja acomodada en la dirección de una empresa de electrodomésticos, que tramitan la adopción de un niño –más adelante sabremos que la esposa no puede tener hijos-. Un elemento circunstancial, permitirá detectar a la persona responsable de conceder la adopción –Mr. Jordan (Edmund Gwen)- que Harry esconde algo en su pasado. Decidido en dicha investigación, no tardará mucho en descubrir que en Los Ángeles está casado al mismo tiempo con otra mujer, de la que incluso tiene un pequeño. El atribulado bígamo le contará las circunstancias que le han llevado a dicha situación, y que se iniciaron con el encuentro casual con Phyllis Martin (Ida Lupino), iniciando una relación que le llevará a tan sorprendente circunstancia. Harry no dejará de atormentarse asumiendo el callejón sin salida en que se ha introducido, y decidirá entregarse, siendo juzgado y quedando en el aire tanto su destino con la justicia como, sobre todo, su futuro frente a las dos mujeres que sinceramente ama, pero a las que ha provocado una vivencia esencialmente dolorosa.
Lo cierto es que esas imágenes finales, ambivalentes y abiertas, en las que jamás sabremos el destino de Harry Graham frente a esas dos mujeres opuestas en carácter pero complementarias en afectividad, y que se despiden de él con dispar reacción pero común afecto, son el perfecto resumen de la singularidad demostrada por el film de Lupino. Una extrañeza a la que hay que añadir riesgo e incluso sabiduría cinematográfica, una voluntad por mostrar hechos en apariencia terribles –sobre todo para la estrecha mentalidad norteamericana de la época-, con la mayor naturalidad y cotidianeidad posible, una capacidad para introducir elementos incluso subversivos en torno a la capacidad ensoñadora de Hollywood como fabricante de alienaciones colectivas y, finalmente, una contundente habilidad para entremezclar los registros del melodrama y el cine noir, en una película que por momentos parece escaparse de los perfiles de ambas vertientes hasta mostrar una personalidad propia.
Lo cierto es que el conjunto de THE BIGAMIST, parece replegarse por momentos en torno a esos melodramas tan críticos con la sociedad USA de los años cincuenta, firmados por Nicholas Ray –que tanta afinidad mantuvo con la propia actríz-, Lang, Preminger y tantos otros. Pero pese a ello, la propuesta de Lupino alcanza personalidad propia -en su alcance y también en sus limitaciones-, al proponer una historia cotidiana, en la que en ningún momento se atisba posibilidad de tensión –el propio título nos indica el principal “gancho” del film; a los pocos minutos el espectador descubre la dualidad vital de Harry; la conclusión de la película deja la resolución de cualquier interrogante en el aire-. No, no es esa la intención de la realizadora. Creo, por el contrario, que quiso ofrecer un “estado de ánimo”, una fugaz visión, tan venenosa en ocasiones como sensible en otras, de lo que puede producir la transgresión –tan sincera como bienintencionada-, de un hombre tan acomodado y bondadoso, como gris y mediocre, en un entorno que ahoga cualquier huída dentro de los cánones establecidos.
Es así como, en voz baja, sin subrayados, combinando la intensidad del melodrama con la crónica verista de un marco urbano aparentemente neutro, pero en realidad nada favorecedor para el enriquecimiento del individuo. Todo ello es mostrado con sutileza, capacidad de síntesis, ajustándose a los márgenes de una serie B, demostrando una dirección de actores magnífica –en la que destaca sin embargo la fuerza y personalidad del personaje encarnado por la propia directora; un oasis de sinceridad dentro de un contexto caracterizado por la mediocridad existencial-, y un notabilísimo conocimiento de las posibilidades del lenguaje cinematográfico. En este sentido, propone elementos tan atractivos como la inserción de un inesperado flash-back con el que la historia cobra un giro inesperado, una planificación en líneas generales que destaca la profundidad de campo, y algunos movimientos de cámara dotados de una fuerza expresiva admirable. Es en este capítulo donde me gustaría destacar el elegante y sostenido movimiento de grúa que se inicia cuando Harry y Phyllis se dan el primer beso. La continuidad de ese plano y el desplazamiento de la cámara en retroceso mientras contemplamos sin interrupción como ambos amantes no desean finalizar la expresión de esa afectividad, llegan a emocionar.
Cierto es que THE BIGAMIST no es un título perfecto. Aquí y allá se echan de menos unos perfiles más delimitados. Parece en ocasiones que Lupino deje las costuras que propiciaran un resultado más rotundo –estoy convencido que las condiciones de producción incidieron en ello-. De todos modos, y reconociendo estas objeciones, no cabe duda que nos encontramos con una propuesta valiosa y por momentos apasionante, y que incluso demuestra una mirada repleta de mala uva en torno al papel adormecedor del propio cine. La secuencia en la que los personajes encarnados por O’Brian y Lupino se conocen, se desarrolla en un autobús que recorre Beverly Hills portando turistas a los que el conductor señala donde se encuentran ubicadas las mansiones de conocidas estrellas cinematográficas como James Stewart, Oscar Levant, Jack Benny… o el propio Edmund Gwen –actor en el film-. Estoy convencido que los planos de recurso que muestras dichas mansiones son los de los propios intérpretes señalados, mientras nos centramos en los torpes intentos de Harry por llamar la atención de Phyllis. Detalles como este, o los planos ubicados en el decrépito restaurante chino en el que trabaja la joven –donde como cliente se encuentra incluso un oriental con una gruesa cicatriz surcándole su rostro-, demuestran el carácter insólito de un producto rodado sin duda a contracorriente, y que llega a nuestros días con sus cualidades mantenidas de forma casi inalterable.
Calificación: 3
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