OUTRAGE (1950, Ida Lupino)
Conforme voy teniendo la posibilidad de acercarme a lo no muy extensa andadura como directora de Ida Lupino, es fácil comprobar que en ella se detecta la personalidad de una mujer que ya en su vertiente interpretativa supo salirse de los cánones habituales. Su cine le permite ejercer como una cronista de los recovecos de la vida urbana de esa Norteamérica adscrita al progreso tras la II Guerra Mundial. Una cronista del lado oscuro de una cotidianeidad aparentemente plácida, que quizá ya solo por dicha opción –incómoda y atrevida- nos debería llevar a mirar con simpatía su aportación, pero que varias décadas después puede ser compartida, fundamentalmente por las cualidades que despliega en sus relatos, escorados siempre en los lindes de la serie B, pero demostrativos de una inquietud visual y temática aparentemente inhabitual en el cine USA de aquellos años. No puede afirmarse sin embargo dicha circunstancia, si la aplicamos con un marchamo de exclusividad, en un contexto donde numerosos fueron los realizadores que apostaron en sus películas por mostrar las grietas y las fisuras de una sociedad aún en estado de “schock”, y siempre más débil en sus signos de funcionamiento de lo que podría a dar a entender su faz dominada por casas unifamiliares entre jardines. Pese a dichas generalizaciones, es indudable que el cine de la Lupino poseía un rasgo de identidad propio, internándose de manera muy directa en el tratamiento de temas espinosos y poco accesibles en la pantalla, siempre desde una mirada limpia y directa, ausente de sensacionalismos y escorada al terreno del melodrama.
Dentro de dicho contexto, OUTRAGE (1950) es quizá la primera película que en el contexto del cine USA, se atrevió a narrar las consecuencias de una violación. Un suceso este que vivirá en carne propia la joven contable Ann Walton (Mala Powers), de manos de un oscuro y claramente desequilibrado vendedor de un puesto ambulante, y que obligará a nuestra protagonista a sufrir un calvario personal de incalculables consecuencias. Al asco que mantiene por haber protagonizado un acto tan atroz, se unirá la sensación de ser constantemente observada y señalada. Incluso en su círculo profesional y familiar intuirá el hecho de convertirse en un cuerpo molesto. Esa sensación de suciedad sentida en carne propia, le llevará a separarse de su prometido e iniciar un viaje hasta Los Ángeles. Un recorrido que de forma accidental le acercará a un rancho en el que, pese a sus reticencias iniciales, será atendida y mimada por sus propietarios. Especialmente grato para ella supondrá las constantes atenciones que recibirá del joven pastor Bruce Ferguson (Tod Andrews), con quien paulatinamente encontrará una especie de serenidad personal, mientras nuestra protagonista trabaja como contable en el mencionado contexto agrícola. Aún teniendo en su interior una cierta sensación de miedo –que se muestra cuando algún indicio le lleva a pensar que está siendo perseguida por las autoridades-, poco a poco se consolidará en ella una nueva oportunidad para reiniciar su vida. Sin embargo, en una fiesta a la que acude por indicación de Ferguson, responderá a la insistente insinuación de un joven, al que agredirá finalmente con una llave inglesa. Ann huirá desorientada pero será rescatada por el pastor, asumiendo una vista judicial de tintes inciertos, que finalmente valorará el trauma psíquico que sigue sufriendo en su interior. Es así como la encausada aceptará el deber de ser sometida a tratamiento, mientras que el agredido retiraba los cargos –de manera un tanto traída por los pelos-, y en la vista se anuncie que el agresor ha sido detenido, aunque sin embargo llegue para nuestra protagonista el momento de enfrentarse con su vida anterior, y evitar aislarse de esa necesidad vital, tomando como referencia su atracción hacia la figura y amabilidad de Ferguson.
Lo sorprendente en la película de Lupino –que desarrolla sus títulos de crédito tomando como referencia la secuencia de la violación que muy pocos minutos después va a reiterar-, es la singularidad de la mirada que ofrece de un contexto ciudadano aparentemente normalizado y hasta tedioso en su configuración, en el que la presencia del hecho delictivo de la violación, se ofrece como un elemento catalizador para mostrar ante la cámara la otra cara que plantea esa misma cotidianeidad. Una secuencia, la del hecho traumático, que resulta todo un alarde de planificación y de dilatación y manipulación del espacio cinematográfico. Convertir el espacio urbano en un marco aterrador, utilizar la banda de sonido con un efecto dramático –al estilo de las películas de terror producidas por Val Lewton-, y utilizar el montaje de una manera perfecta, son los elementos que precisa la realizadora para lograr canalizar cinematográficamente una larga secuencia, magníficamente modulada, en la que precisamente se obviará la propia violación. Y es a partir de ahí, cuando la película escamotea, secuencia por secuencia, el rosario de clichés por los que su desarrollo dramático podría haber recurrido. En vez de inclinarse por el terreno de la denuncia, del recorrido de crónica policíaca, o alcanzar una vertiente moralista, lo cierto es que OUTRAGE sabe encontrar una personalidad propia. Una vía que ennoblece la propuesta de la realizadora, ya que esta se centrará en la mirada interior de una mente trastornada por la vivencia de un hecho lamentable y traumático. Será esta una vía por la que girará buena parte del ajustadísimo metraje de poco más de setenta minutos, en el que nuestra protagonista llegará a sugestionarse en el olvido de lo vivido, para lo cual tomará como referente su nuevo destino –logrado tras huir de su casa-, y la sincera amabilidad del joven pastor. Incluso en ese nuevo terreno, la honestidad de planteamiento dramático se acentúa en los momentos finales, donde de forma expresa se renuncia a los matices melodramáticos en una película que, como todas aquellas que he podido contemplar de su realizadora, alcanza una gran importancia el elemento del viaje o traslado.
Sin embargo, más allá del atrevimiento en el tema elegido, destaca en la película esa mirada con voz baja pero aliento firme, esa crónica atenta con los pequeños detalles, y una capacidad descriptiva de notable alcance. Si olvidamos las pequeñas debilidades de guión que se registran en su tramo final, con la inclusión de elementos de resolución introducidos con demasiada ligereza, la pobrísima interpretación de Tod Andrews o cierta –aunque minoritaria- presencia de momentos dramáticos resueltos a través de un montaje de planos cortos, lo cierto es que en OUTRAGE encontramos otro eslabón más de la honestidad y precisión con la que esa magnífica actriz e ilustre desconocida como cineasta que fue Ida Lupino, se planteaba su labor como directora.
Calificación: 3
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