EASTER PARADE (1949, Charles Walters) [Desfile de pascua]
En bastantes ocasiones, y cuando uno tiene ocasión de contemplar los tan mitificados como frecuentemente envejecidos musicales del periodo “dorado” de la Metro Goldwyn Mayer, se tiene la impresión de que los títulos digamos escorados a un segundo plano de la mítica, quizá han envejecido con mayor salud. En mi opinión se trata de una impresión basada en un espejismo en apariencia convincente. Lo que sucede es que buena parte de las preferencias de los aún numerosos seguidores del género se han basado en apreciaciones ajenas sus reales valores cinematográficos. Es por ello que ese nivel medio más o menos discreto – apreciable – cursi (según la opción que quiera escoger cada uno) de buena parte de la producción amparada por el equipo de Arthur Freed, en realidad fue bastante homogénea, quedando una decena larga de títulos entre los que realmente estarían los exponentes más valiosos de esta corriente en el musical cinematográfico.
A partir de estos prejuicios, es cuando quizá un título de las modestas cualidades y encanto de EASTER PARADE (1949, Charles Walters) emerge a partir de esa sensación de inocencia que parte de no haberse situado nunca entre los exponentes más valorados del género. Película pequeña, modesta, casi intimista en su peripecia argumental, el film de Walters narra una historia casi insustancial –por previsible- de triángulo sentimental y de comedia con tintes de vodevil, en el que un veterano bailarín –Don Hewes (Fred Astaire)-, se ve rechazado por su habitual compañera –Nadine (Ann Miller)-, al no resistir esta la tentación para firmar un contrato con un espectáculo de Ziegfreld. Hewes se sentirá herido no solo en su vanidad, sino también en sus sentimientos, puesto que se encuentra secretamente enamorado de su compañera. A partir de la ausencia de Nadine, no tendrá más remedio que intentar ejercer de pigmalíón de otra jóven sustituta, algo que encontrará en un café con una bailarina de conjunto –Hannah Brown (Judy Garland)-. Pese a un encuentro desastroso –y bastante divertido-, Hewes intentará perfilar la personalidad artística de Hannah convirtiéndola en una bailarina sofisticada, lo que le llevará sino al fracaso, si a una infravaloración de sus reales posibilidades, que finalmente llegarán al potenciar la sencillez y el encanto de su registro. Será algo que finalmente funcionará en la escena, pero que al mismo tiempo hará hacer en ellos una relación sentimental latente pero nunca confesada entre ambos, en la que interferirán por un lado los celos de la recelosa Nadine, y por otro la atracción que siente por Hannah el joven a amigo de Don –Jonathan (Peter Lawford)-.
Por supuesto, la conclusión se la pueden imaginar no solo ustedes, sino cualquiera que se detenga a contemplar esta tan simpática como convencional película musical, destinada fundamentalmente a exhibir los talentos como cantantes y bailarines de dos estrellas tan consgradas como Fred Astaire, Judy Garland y, en menor grado, la infravalorada Ann Miller, que si bien muestra una vertiente chirriante como actriz de comedia, no es menos cierto que ratifica su destreza ante la pantalla con la ejecución de algunos números de gran elegancia. EASTER PARADE es uno de esos musicales “de segunda categoría” –como pudiera ser en la filmografía de Stanley Donen el ejemplo de ROYAL WEDDING (Bodas reales, 1951), con el que comparte la presencia del endeble Peter Lawford-, a los que quizá el paso del tiempo no les ha afectado tanto el envejecimiento de sus propuestas, porque realmente no pretendían más que escenificar una sencilla historia, equilibrar el elemento de comedia y de melodrama, dar rienda suelta al lucimiento de sus estrellas, y jamás salirse del ámbito secundario en que estas se configuraron. En este sentido, puede decirse que el resultado respondió a las intenciones de esta pequeña película en la que no puede dejarse de lado la presencia de elementos horriblemente kistch –el número musical que ensalza el papel de las revistas de tendencia femenina de la época, poblado por afectadas y sonrientes señoritas ataviadas según mandan los cánones de la época-, en donde quizá el elemento de comedia no está lo suficientemente aprovechado, pero en el que sí se valora ese esfuerzo de ambientación urbana de principios de siglo XX, que conecta esta película con otros títulos –que van de los previos MEET ME IN ST. LOUIS (1944. Vincente Minnelli) a LIFE WITH FATHER (Vivir con papá, 1947. Michael Curtiz), pasando por THE LATE GEORGE APLEY (1946, Joseph L. Mankiewicz)-, en su descripción de un periodo especialmente amable en la configuración urbana de las grandes ciudades americanas, faceta esta en la que la fuerza de su fotografía en color tiene un especial protagonismo.
En cualquier caso, creo que sin recurrir a innecesarias mitologías, el verdadero atractivo del film de Walters se centra en contemplar la química generada entre las dos estrellas protagonistas. Nunca me he inclinado a valorar en exceso esta circunstancia en intérpretes especializados en este género, pero lo cierto es que hay bastantes momentos en los que Fred Astaire verdaderamente “disfruta” con su partenaire Judy Garland, estableciéndose entre ellos una extraña nuance en la que la célebre cantante resulta victoriosa, puesto que logra que el célebre bailarín se adapte a su estilo, e incluso la canción más conocida de cuantas interpretan en el film –la que en el teatro supone su consagración-, renunciará al virtuosismo de Astaire, e incluso el look de ambos les llevará a interpretar a basureros y deshollinadores, dedicando con ello una serie de elementos más centrados a las características de la Garland.
En su conjunto, con la incorporación de canciones de Irving Berlin, con la recurrencia –una vez más-, de una historia centrada en el propio mundo del espectáculo, y con la relativa originalidad de centrar la acción a principios del siglo XX, lo cierto es que EASTER PARADE queda como un pequeño y agradable exponente del género. Nada novedoso ni especialmente destacable en sí mismo, pero que en algunos momentos nos permite contemplar la extraña “chispa” que originaron la presencia de dos estrellas tan valiosas y, al mismo tiempo, contrapuestas en el género, como fueron Astaire y Garland.
Calificación: 2
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