SUMMER STOCK (1950, Charles Walters) [Repertorio de verano]
Aunque el año anterior, la Metro Goldwyn Mayer había estrenado la magnífica ON THE TOWN (Un día en Nueva York, Stanley Donen & Gene Kelly), lo cierto es que en 1950, el cenit del musical, que llegaría muy poco tiempo después, aún se encontraba en plena cocción. Prueba de ello lo tenemos con SUMMER STOCK (1950, Charles Walters) -jamás estrenada comercialmente en nuestro país, aunque si emitida en TV y editada digitalmente-, en la que muy pronto se aprecia una curiosa dualidad. Por un lado, nos encontramos con una agradable comedia musical, en la que se ausentan esos elementos de cursilería que llevarían aparejadas buena parte de las muestras del género en dicho estudio. Pero por otra, nos encontramos ante una propuesta absolutamente predecible, encerrada en unos márgenes de título familiar, que en modo alguno parecen predecir esa renovación del género, que por otro lado ya se había ensayado con éxito en la anteriormente citada obra de Donen & Kelly.
SUMMER STOCK, en esencia ofrece una mirada en torno a un contraste de mundos. Uno es el rural, en que se encuentra la gran de la que es propietaria Jane Falbury (Judy Garland, protagonizando su última producción con Metro Goldwyn Mayer, tras la cual se mantuvo cuatro años ausente de la gran pantalla). Y otro es el que recibirá aquel entorno, formado por el equipo de actores y técnicos, de la función que comanda Joe D. Ross (Gene Kelly) que, por azarosas circunstancias propiciadas por la hermana de Jane, se verán hasta el granero de la granja, para ensayar un musical. Es curioso señalar, la presencia como uno de los dos guionistas de la película, del prestigioso George Wells, a quien recordaremos como artífice del libreto de la mejor comedia de Vincente Minnelli -DESIGNING WOMAN (Mi desconfiada esposa, 1957), caracterizada precisamente por plantear en los modos de comedia, uno de los enfrentamientos de mundos más brillantes de la historia del género-.
La confluencia de ambos contextos, se produce cuando Jane se encuentra en una situación de extrema debilidad en su granja, ya que sus operarios se han marchado, teniendo que recurrir al padre de su prometido -Orville Wingait (el actor cómico Eddie Bracken)-, quien le cederá un tractor, para con ello poder llevar a cabo la cosecha. Casi desde el primer momento, se producirá un flechazo entre la joven propietaria y Joe que, en esos momentos, se encuentra ligado emocionalmente a su hermana, una muchacha terca y caprichosa. A partir de esa premisa argumental, Charles Walters urde una simpática comedia, en la que destaca desde el primer momento, la impronta cromática de su Technicolor, mediante la iluminación de Robert Planck. Y al mismo tiempo, proporciona algunas buenas secuencias dentro de dicho género -no dejaría de destacar una impagable, en la que los componentes del show duermen en el pajar, incapaces de poder levantarse, hasta que la asistente de Jane tiene que disparar dos tiros con su escopeta-.
En cualquier caso, lo que finalmente proporciona a un relato más o menos previsible su verdadero encanto, son detalles, como ese intento inicial de Walters con la cámara, introduciéndose en un largo plano de grúa hasta el interior de la granja, presentándonos a Jane en pleno baño. En el intento del padre de Orville -Jasper (Ray Collins)- de consolidar la boda de su hijo con Jane, lo cual unificaría de nuevo a las dos familias más antiguas de la población. En aparecer casi involuntariamente, como un precedente de la muy posterior -y olvidable-, FOOTLOOSE (Idem, 1984. Herbert Ross). En la divertida secuencia, donde Phil Silvers destroza el nuevo tractor de que disponía Jane. En lo percutante que aparece ese aburrido baile de las fuerzas vivas de la población en el granero, finalmente transgredido con el asalto del mismo por parte de los miembros de la función musical, bailando los nuevos ritmos ajenos hasta entonces entre sus habitantes, y en donde se exteriorizará por vez primera, a ritmo de musical, la atracción, hasta ese momento latente entre la pareja protagonista. O, por no dejar de citarlo, en ese número final protagonizado por la Garland, que fue rodado meses después de finalizado el rodaje de la película, y que si bien aparece desgajado de la misma, propone un punto de sofisticación en torno a su figura, cantando Get Happy. Será el elemento más recordado de esta pequeña pero entrañable película, aunque uno, personalmente, prefiera el fantástico número protagonizado por Kelly -por cierto, bastante contenido en la película-, resuelto por Walters en tres únicos planos, y para el cual el bailarín contará con la ayuda de unas simples hojas de periódicos.
Todos estos elementos, son los que en su conjunto brindan, en definitiva, el modesto pero estimulante aliciente de esta propuesta que por momentos oscila entre su adscripción a la comedia y el Americana, y en el que cualquier espectador puede percibir como aún no se encontraba en toda su madurez, la estructura que hizo del musical un género de singular popularidad poco tiempo después. Números y canciones tan inanes, como la que protagoniza la Garland, de regreso a la granja con su nuevo tractor, cantando a los granjeros que se va topando en el camino, son detalles kitsch que revelan esa interinidad en la que se sitúa una película que, sin embargo, mantiene incólume, no poca dosis de encanto.
Calificación: 2’5
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