THE BARON OF ARIZONA (1950, Samuel Fuller) [El Barón de Arizona]
Segunda de las películas dirigidas por el inclasificable Samuel Fuller –jamás estrenada comercialmente en nuestro país- THE BARON OF ARIZONA (1950) es no solo una de las propuestas más singulares de de su filmografía –en la que su aportación como guionista y argumentista fue un elemento de interés siempre prioritario- sino, especialmente una de las películas más originales e inclasificables que el cine norteamericano brindó a finales de la década de los cuarenta. Con su mezcla de western, cine de aventuras, relato gótico, elementos de comedia, esforzada reconstrucción histórica –es destacable en este sentido esa cuidada descripción de los lugares que visita el protagonista en la España del siglo XVIII- y finalmente rasgos melodramáticos -que tendrán una incidencia muy especial en sus pasajes finales-, lo cierto es que el film de Fuller se erige como un extraño relato, basando su desarrollo en la sorprendente andadura de James Adison Reavis (Vincent Price) –un personaje real-, quien a finales del siglo XIX pergreñó una sorprendente estrategia que le permitió, utilizando sus argucias como falsificador de escritos y documentos, crear la hipotética descendencia de los sucesores del Señor de Peralta, representando esa descendencia en la joven Sofia (Ellen Drew), a la que Adison conocerá y preparará desde bien pequeña, ya que su plan está centrado en casarse con ella cuando apenas se convierta en una joven, y en esos años él haya podido preparar las pruebas necesarias que acrediten la efectividad de la falsificación de su título. Para ello reproducirá en una gran piedra una inscripción falsa, llegará a permanecer ¡tres años! en un monasterio español para lograr falsificar los registros que figuran en un viejo libro real, e incluso viajará hasta Madrid junto a unos gitanos para ratificar esta operación falsificando dicho registro en un libro paralelo que allí se encuentra. A partir de ahí, su boda con la entusiasmada Sofía le convertirá en el barón consorte, acreditando la legalidad de sus propiedades ante las autoridades estadounidenses, y creando un conflicto tanto en la población allí residente –que ha pagado ya sus propiedades-, como en los desconcertados representantes gubernamentales, quienes no saben como reaccionar ante una situación semejante.
No cabe duda que nos encontramos ante una situación tan extravagante como de tantas posibilidades cinematográficas, que permitirán a Fuller activar un relato en el que la pobreza de medios empleada apenas se acusa –se trata de una producción del estudio de Robert Lippert-, puesto que su desarrollo confía sus posibilidades en función de los insospechados giros de su desarrollo argumental, y que sobre la practica centra sus mayores rasgos de interés a través de la extraordinaria labor fotográfica en blanco y negro de James Wong Howe y, muy especialmente, la interpretación de un ya magnífico Vincent Price, que llena la pantalla con los diversos matices de su personaje protagonista. Resulta a este respecto prácticamente imposible imaginarse el personaje encarnado en otro intérprete, por más que inicialmente las intenciones de Fuller se centraran en Fredrich March, a quien no pudo contratar por su elevado caché. Con la seguridad que podían proporcionar ambos elementos, el cuidado general que presenta su reparto –especial mención a esa sensible actriz que fue Ellen Drew-, la garra que proporcionaba el material preparado por el propio Fuller como guionista y esa sensación de despreocupación que envuelve el conjunto argumental, lo cierto es que el realizador jugaba con unas bazas seguras a la hora de plasmar un relato ante el que la mediocridad y la rutina jamás podría hacer mella. Esa ligereza de tono que preside el recorrido de las andanzas de Addison, está narrado con desenfado, acentuando la vertiente siniestra del personaje o una determinada trascendencia, pero siempre dentro de un conjunto ágil, que inicialmente depende demasiado de la voz en off del oficial Griff (Reed Hadley), quien inicialmente trae el recuerdo de su figura en la secuencia de apertura, en medio de una serie de compañeros gubernamentales que se sorprenden que evoque la obra de un estafador.
A partir de dicha introducción, la película se desarrollará a tarvés de una serie de secuencias separadas a modo de capítulo con una excesiva dependencia de los fundidos en negro, y también incidiendo en ciertos momentos en uno de los pequeños lastres de la función, la presencia de un marcado didactismo a la hora de comentar los detalles de las falsificaciones practicadas por el protagonista, defecto quizá de una mayor incidencia del Fuller guionista antes que el Fuller realizador, lo que finalmente impide a la película alcanzar el grado de excelencia que sí alcanzarían otros títulos del primer tramo de su filmografía. No por ello debemos llevarnos a regatear halagos en un producto vibrante, resuelto dentro de los parámetros de la serie B, y donde se puede atisbar esa inclinación por la originalidad por parte de quien sería pronto definido como uno de los hombres de cine más valiosos surgidos en esta generación. Desde la sorprendente mezcolanza de géneros practicada, la apuesta decidida por una escenografía atrayente –ese interior de la mansión del ya autoproclamado Barón-, pasando por la incorporación de peripecias tan sorprendentes como esa larga estancia en un monasterio -¡el detalle de los manuscritos encadenados en su biblioteca!-, lo cierto es que nos encontramos con un producto en buena medida gozoso, validado por el propio riesgo que plantea su articulación dramática y en el que, preciso es reconocerlo, se puede echar de menos esa capacidad que pocos años después demostraría el propio realizador para articular cinematográficamente los argumentos fruto de su propia imaginación y creatividad. Hay momentos y ocasiones en los que se echa de menos una cierta desmesura cinematográfica, aunque ello no nos impida disfrutar de la singularidad de la propuesta, que se cierra con un emotivo y sostenido primer plano del protagonista, cuando ha cumplido ya su condena, y se reencuentra con su esposa y las dos personas que le acompañaron con sinceridad y lealtad en sus andanzas; el viejo Pepito (Vladimir Sokoloff) y la atildada Loma (Beulah Bondi)
Para finalizar, tres curiosos apuntes. Detectar ciertas semejanzas con la adaptación cinematográfica de la novela de Jan Potocki en REKOPIS ZNALEZIONY W SARAGOSSIE (El manuscrito encontrado en Zaragoza, 1965. Wojciech J. Has), y detectar por otro lado como esta película prefigura claramente el look de la célebre serie televisiva THE WILD WILD WEST –“Jim West" en España-, así como revelar en los instantes más dramáticos de entre las vivencias del protagonista encarnado por Price –su intento de linchamiento antes las hordas enardecidas-, un insólito referente –la caracterización así parece indicarlo- del retrato del antepasado de Charles Dexter Ward, que el mismo intérprete encarnó en la estupenda y menospreciada THE HAUNTED PALACE (1963) de Roger Corman.
Calificación: 3
1 comentario
cristóbal -
Ahora qué menos que una crítica sobre Balas vengadoras...
Muy buena la entrevista, por cierto. Saludos.