Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

HAIRSPRAY (2007, Adam Shankman) Hairspray

HAIRSPRAY (2007, Adam Shankman) Hairspray

No puede decirse que mis expectativas al visionar HAIRSPRAY (2007, Adam Shankman) pudieran situarse en la posibilidad de contemplar un título inolvidable. Sin embargo, no dejo de reconocer que –especialmente- el diseño de producción que planteaba la película –centrada en la recreación del cromatismo tutti frutti de inicios de los sesenta-, me hacían albergar la ilusión de encontrarme ante un producto hasta cierto punto atractivo, como el que planteaba DOWN WITH LOVE (Abajo el amor, 2003. Peyton Redd). Si a ello unimos el hecho de que no he contemplado el referente de John Waters –cuya filmografía, por otra parte, nunca me ha interesado en demasía- en que se basa el film –posteriormente transformado en una exitosa comedia musical-, puede decirse que me encontraba ante un estado de inocencia que a priori me iba a favorecer el disfrute de la película. Es por ello que quizá mi decepción ha sido superior de la esperada. Puede que uno comience a apreciar con simpatía HAIRSPRAY, no lo niego, y llegue a contagiarse de la ingenuidad que plantea su historia, tamizada por esa luminosidad cromática que ofrece su diseño de producción en pantalla ancha. Sin embargo, pronto el globo se deshincha y lo que inicialmente agrada, transcurrido un rato pronto evidencia sus carencias. A saber; no se logra trascender lo que de alegato en defensa de la diferencia pudiera tener el planteamiento original, dulcificando su guión hasta extremos difíciles de soportar. Por otro lado, la película acusa una larga duración y, sobre todo, la excesiva abundancia de números musicales, intercalados realmente sin hacer progresar un planteamiento ya de por sí bastante insustancial. Unas secuencias coreografiadas que en sí mismas producen una sensación de reiteración en su plasmación cinematográfica, a lo que no es ajena la escasa fortuna de un montaje que no logra acertar en la visualización de dichas expresiones musicales. Hasta tal punto llega esa “domesticación” del planteamiento retomado a la pantalla, que lo que inicialmente se postulaba como un alegato sobre la integración, se dirime finalmente como una capitulación de estos colectivos marginales –gentes de raza negra y obesos-, a un entorno –el programa de televisión-, definido como un referente de conformismo y aburguesamiento.

 

Todo ello no sería grave en sí mismo –aunque justo es reseñarlo-, si el conjunto proyectado finalmente revistiera las cualidades necesarias. Pero resulta lamentable ver como se desaprovecha un planteamiento de producción francamente estimulante, un reparto competente, cuidadosamente elegido y que logra transmitir su entusiasmo a la pantalla –destacaría a John Travolta, la debutante Nikki Blonsky y el cada día más carismático James Marsden-, diluido en la falta de competencia de Adam Shankman, que es finalmente a quien deben pedirse responsabilidades al no solo haber desperdiciado las posibilidades de partida, sino especialmente al confluir en un resultado insustancial, carente de ritmo y progresión, y a la que unos veinte minutos menos le hubieran venido de maravilla. Todavía me viene a la mente un musical que en su momento pasó desapercibido ante público y crítica, llamado ABSOLUTE BEGGINERS (Principiantes, 1986. Julien Temple), que lograba en sus imágenes aquello que el título que comentamos carece por completo; garra visual, evocación ensoñadora y distanciada al mismo tiempo del entorno retratado –el Londres de finales de los 50-, sin olvidar ese alcance racista que aquella sociedad aún albergaba en algunos de sus sectores. Es por ello que comparar los momentos más agresivos y tensos que ofrecía aquella estupenda y aún menospreciada película, con el melifluo desfile de manifestantes negros del film de Shankman –diluyendo casi vergonzosamente la fuerza de la hermosa canción que sustenta la secuencia-, es lo que puede servir como referencia para destacar la escasa convicción que ofrece una película que, al menos, se postulaba como un brillante exponente del cine “de palomitas”.

 

Cierto es que algunas de sus canciones se encuentran bien filmadas y tienen una cierta garra –destacaría la que ilustra el momento en que madre e hija acuden a comprometerse para ser la segunda imagen de una firma de ropa, el dúo que se marcan Travolta y Christopher Walken cuando ambos se reconcilian en su hogar, las dos canciones en las que interviene con fuerza y sentido de la autoparodia James Marsden o, en líneas generales, los minutos finales. Sin embargo, estaría hablando de unos veinte minutos dentro de un conjunto de cerca de dos horas, azucarado, almibarado y, sobre todo, sin atractivo  cinematográfico. Una pena, puesto que lo que nos presuponía al disfrute de un espectáculo quizá no muy riguroso pero sí atractivo, en muy pocos momentos sabe zafarse de la mediocridad cuando, además, se contaba con un equipo técnico y artístico de gran valía.

 

Hay quien ha comparado HAIRSPRAY como el GREASE (Brillantina, 1978. Randal Kleiser) del siglo XXI. Personalmente tal semejanza carece de interés alguno, en la medida que el título que consolidó el efímero estrellato del entonces jovencísimo Travolta, siempre me pareció una mala película. El título que comentamos no es que mantenga un interés muy superior, pero al menos demuestra unas hechuras cinematográficas de las que carecía aquella exitosa y telefílmica producción de Robert Stigwood.

 

Calificación: 1’5

0 comentarios