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CINEMA DE PERRA GORDA

UNCERTAIN GLORY (1944, Raoul Walsh) [Gloria incierta]

UNCERTAIN GLORY (1944, Raoul Walsh) [Gloria incierta]

Aunque sus propias cualidades la hagan merecedora de ello, es indudable que a la hora de referirnos a la producción de cine antinazi emanada por los estudios de Hollywood, no cabría olvidar esta extraña, atípica y, por momentos, admirable UNCERTAIN GLORY (1944, Raoul Walsh) –lógicamente no estrenada comercialmente en nuestro país, como sucedió con la inmensa mayoría de productos de estas características-. Quizá esta valoración tendría que hacerse extensible al conjunto de cuatro títulos que Walsh rodó dentro de estas coordenadas –de las cuales solo he podido acceder a dos de ellas- siempre en el seno de la Warner, pero esta adscripción debiera tenerse en cuenta dentro de un material de partida, a partir del cual el veterano pionero se adentró en terrenos bastante alejados de la parábola política. Por el contrario, estos productos le permitieron centrarse por un lado en propuestas cercanas al cine de aventuras, al tiempo que discurrir por derroteros dramáticos sorprendentes, que en el título que nos ocupa bordean el apólogo moral. UNCERTAIN… se inicia como uno de tantos –y, por lo general, brillantes- exponentes del thriller combativo de aquella época en USA, revelando en sus secuencias iniciales el ritmo inherente al mejor cine de su autor. Con una planificación llena de precisión, y un entorno definido en el París de la ocupación nazi, nos describirá las dos personalidades que dominarán el conjunto de la película. De un lado se encuentra Jean Picard (Errol Flynn), delincuente buscado por asesinato que ha sido finalmente detenido por la sureté francesa, y está a punto de morir guillotinado. Junto a él se encuentra el inspector Marcel Bonet (Paul Lukas), el hombre que finalmente lo detuvo pero que, sobre todo, conoce íntimamente a Picard, hasta el punto que su captura ha supuesto para él un auténtico objetivo personal. El escepticismo con el que Picard se enfrenta a la muerte le proporcionará finalmente una sorprendente prórroga en su existencia. Un bombardeo británico en torno a la prisión salvará al condenado de la guillotina, pudiendo escaparse de la misma. Picard buscará ayuda de manos de un amigo suyo, que no dudará en delatarle, logrando pronto Bonet volverlo a apresar. Sin embargo, y cuando ambos se disponen a regresar hasta París –Picard había huido a Burdeos-, una circunstancia llevará la extraña relación de dependencia entre los dos protagonistas a un derrotero insólito. Ambos conocerán que se ha cometido un sabotaje en un puente, estando los mandos nazis a la búsqueda de los responsables del atentado y llevando como rehenes a cien ciudadanos, a los que ejecutarán si el autor del mismo no se entrega. Picard se planteará la posibilidad de simular él ser el autor del sabotaje, logrando interesar a Bonet en esa sugerencia. Y es que aunque el veterano comisario dude de las intenciones del delincuente, en el fondo se planteará en su conciencia la viabilidad de ese sacrificio que llevaría a cien inocentes a ser salvados, por alguien que en el fondo está simplemente sustituyendo su manera de morir; pasar de ser guillotinado a ser fusilado y, sobre todo –y aunque esta circunstancia quede planteada de manera muy sutil a lo largo de la película-, la posibilidad de redimir una trayectoria vital nada estimulante por un sacrificio hacia la comunidad.

Sin duda un magnífico planteamiento de base, para una película que sabe tratar con destreza los vericuetos de la oposición de caracteres que se establece entre el astuto y aventurero delincuente y el cartesiano y reflexivo comisario, dando paso a una cinta que combina con sorprendente agilidad su condición de relato de aventuras, su elemento preponderante de drama psicológico centrado en dos personajes opuestos y, muy especialmente, en la sensibilidad demostrada a la hora de plasmar un marco de tensión en el que la sensación del final de la existencia y el acceso a un entorno rural, dominado por la placidez y la lejanía del ambiente de la ciudad, así como el encuentro con una joven, abrirán a Ricard nuevas perspectivas a su hasta entonces muy codificada trayectoria vital. Es indudable que a la hora de plasmar ese antagonismo de partida entre Picard –quien finalmente modificará su identidad, como elemento previo de cara a su entrega como saboteador- y Bonet, existe un elemento que Walsh logra expresar con auténtico placer, como es el magnífico duelo interpretativo manifestado por dos intérpretes tan opuestos como Errol Flynn y Paul Lukas, hasta el punto de erigirse en uno de los elementos más singulares del conjunto. Una propuesta, por otra parte, que en esa diversidad de objetivos, sabe plantear elementos llenos de interés que van desde la manera con la que ambos protagonistas intentan desafiarse uno a otro, la complicidad que, sin ellos pretenderlo, irán extendiendo en esa forzosa, densa y al mismo tiempo efímera convivencia entre ambos, plasmando igualmente esa reflexión entre individualismo y colectividad que estará bien presente a lo largo de todo el relato. Y es una característica que se manifestará cuando en la localidad rural a la que recalan los protagonistas, se plantea por parte de la madre de uno de los aldeanos tomados como rehén. Se trata de una mujer en apariencia piadosa –y la visión que se plantea en la película de la hipocresía escondida en una falsa religiosidad es realmente demoledora-, que no dudará en tomar a Picard como base para preparar una falsa acusación contra él, intentando con ello salvar especialmente a su hijo, aunque encubriendo esta circunstancia dentro de una vertiente colectiva.

Lo cierto es que la película logra entremezclar diferentes perspectivas y elementos, lográndolo casi a la perfección mediante la adopción de puntos de vistas y rasgos narrativos contrapuestos y complementarios, combinando secuencias definidas en la acción, otras en su vertiente de observación psicológica y, finalmente, otras en donde el ritmo de la película dejará paso a una sensación de placidez, serenidad e incluso romanticismo –esos momentos que a Picard le llevarán a una visión más sosegada, y un alcance espiritual del que hasta entonces carecía por completo-, hasta cierto punto inhabituales en el cine de Walsh –aunque bien es cierto que una mirada más atenta a su cine, nos llevará a apreciar fragmentos como este en su dilatada filmografía-. En cualquier caso, ese duelo entre comisario y delincuente alcanza una fuerza irresistible –en ningún momento se abandona la sensación de asistir a un constante juego del gato y el ratón-, en medio de una puesta en escena magnífica, que sabe alternar y valorar situaciones, emplazamientos y personajes, mostrando en su conjunto una reflexión existencial, al tiempo individual y colectiva, combinada a la perfección en su expresión como extraño exponente de cine de aventuras.

Cierto es. UNCERTAIN GLORY no es un film redondo. Hay un elemento –procedente de ciertas convenciones de guión-, que llega a chirriar un poco. Me estoy refiriendo al recurso marcado por parte de nuestros protagonistas al enterarse de las novedades existentes manejadas por los mandos nazis, en base a los comentarios que –en apariencia espontáneamente-, mantienen con los mandos franceses en las calles de la pequeña localidad. Podría ser creíble en un momento determinado, pero la acumulación de estos permite que esta circunstancia resulte un formulismo de guión bastante cuestionable. Pese a esa objeción, la película llega a resultar apasionante en varios de sus pasajes, incisiva en las reflexiones que plantea, y magnífica en su conjunto. Sus minutos finales pueden llevarnos a pensar en lo innecesario de la secuencia que muestra la entrega final de Picard dentro del cuartel nazi, pero la misma va preludiada con el bellísimo travelling en el que Picard y Bonet conversarán, se despedirán y se mostrarán finalmente su afecto, antes de que el primero se entregue. Aún más, la culminación del film va revestida de los sonidos de paz y alegría de los campanarios –al aceptarse la entrega del protagonista, los rehenes han quedado liberados-, mientras Bonet recuerda a la joven que ha amado Picard durante unos días –Louise (Faye Emerson)-, que actuó como un auténtico francés. Una conclusión digna del mejor melodrama de Frank Borzage, para una película semioculta dentro de la amplia filmografía de Walsh que personalmente me ha supuesto toda una sorpresa.

Calificación: 3’5

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