WILD GIRL (1932, Raoul Walsh) El beso redentor
En una filmografía que supera ampliamente el centenar de largometrajes -unos 115-, extendida en casi seis décadas desde el propio periodo silente y hasta inicios de los sesenta, es justo señalar que en la vasta obra de Raoul Walsh -como la de Ford- estén insertos no pocos títulos medianos, que se encuentran totalmente olvidados. Uno de ellos, en la obra del ilustre tuerto, es WILD GIRL (El beso redentor, 1932), una producción ubicada en los primeros años del sonoro, y que supone un cierto retroceso en una filmografía que ya atesoraba a sus espaldas exponentes tan valiosos e inclusos más lejanos en el tiempo como REGENERATION (1915), la espectacular y reconocida THE THIEF OF BAGDAD (El ladrón de Bagdad, 1922), dentro del periodo silente, o la magnífica THE BIG TRAIL (La gran jornada, 1930) en los instantes iniciales del sonoro. Al lado de dichos referentes, no cabe duda que el título que comentamos palidece -lo hacen en mayor medida otros exponentes de este periodo-. Sin embargo, su conjunto no deja de ofrecer ciertas cualidades, que permiten que una película con más de noventa años de antigüedad siga ofreciendo cierto grado de frescura y, sobre todo, merezca ser referenciada.
De entrada, WILD GIRL sorprendiendo en sus títulos de crédito con una dinámica presentación de sus personajes, a modo de páginas con sus retratos, mientras todos ellos se presentan con un par de frases más o menos lapidarias que aciertan a definir sus psicologías. Esa misma característica se prolongará en el conjunto del relato, sucediéndose sus diferentes secuencias precisamente a través de encadenar las mismas con dicha sucesión de páginas, que incluso en dos ocasiones adquirirá -como en la secuencia de la fuga de Billy (Charles Farrell), el extraño recién llegado- una extraña y borrosa configuración.
Situado entre la mixtura de un western primitivo y el Americana, la película de Walsh traza el retrato colectivo de una comunidad, a partir del protagonismo y la mirada de la joven Salomy Jane (una joven y sorprendente Joan Bennett). Se trata de la hija de un veterano ranchero, caracterizada por sus actitudes escasamente sutiles e incluso masculinas, que desprende una personalidad tan abierta como huidiza, y no deja de ser objeto de la pasión de los hombres. Hasta ella se propasará el hipócrita y lascivo Phineas Baldwyn (Morgan Wallace), que entre la comunidad se expresa como hombre de intachable moralidad y desea ocupar la alcaldía de Redwood City, en California. También la desea el oscuro y acaudalado Rufe Waters (el posterior director Irving Pichel, eternamente ligado a personajes torvos), empeñado incluso presionando a su padre, en que la muchacha se case con él. Todo ello irá conformando un cuadro colectivo, a partir del cual se escenifica esta adaptación de la obra teatral de Paul Armstrong Jr., en la que la figura de la protagonista, aparecerá como punto de inflexión en torno a la coralidad de personajes, a la hora de plantear una fauna humana en la que el primitivismo, la hipocresía, el deseo oculto o la sinceridad de la llegada de un inesperado amor, se da de las manos en un relato más que estimable, en el que su vertiente positiva se encamina a un excelente aprovechamiento de los escenarios boscosos de exteriores, que fueron rodados en el parque nacional de Sequola. Es algo que podremos percibir ya en su secuencia inicial, que servirá para describir a Salomy en pleno bosque, rodeada incluso de animales salvajes, o se planteará en numerosas escenas, como aquella en la que los perseguidores acosan a Billy, que se tendrá que esconder en el interior de un árbol gigante.
En su vertiente negativa, la película acusa cierta teatralidad, en especial en secuencias donde se encuentran encuadrados numerosos personajes -la mayor parte de las desarrolladas en el interior del Saloon-.
En cualquier caso, dada su condición de película prácticamente desconocida, nos encontramos ante un relato que va creciendo poco a poco y que, en última instancia, sirve como envoltorio para recrear la inesperada evolución hacia la madurez de una muchacha cuya psicología, de haberse habido realizada años después, perfectamente podría haber sido interpretada por la Katharine Hepburn de sus primeros años de carrera. Esa Salomy alejada de estereotipos, como diríamos hoy, empoderada, y capaz de encontrar la inesperada intuición de un inesperado amor, que descubrirá en ese inesperado recién llegado, al que le unirá inicialmente la repulsión que a ambos les provoca el despreciable Baldwyn, y que inician los estilemas de una relación, en la que ella aparece como el rol activo, y el amable Billy asumirá una vertiente más pasiva. En esa oposición, en el reencuentro de ella con su feminidad, al mismo tiempo que su madurez como ser humano. En una ascesis final, tan sencilla, llena de complicidad, como con ciertos ecos “borzaguianos” -la presencia de Farrell resulta reveladora-, se encuentran buena parte de los atractivos de la película.
En todo caso, pese a resultar en cierto modo un título alejado a los rasgos característicos de su cine -Walsh rodaría durante estos años títulos muy dispares, y en líneas generales no demasiado relevantes-, lo cierto es que en ella no deja de atisbarse en alguno de sus mejores momentos, esa maestría a la hora de mostrar percutantes y admirables episodios de violencia. Prueba de ello lo constituirá la persecución y huida de Baldwyn al ataque de Billy -ese impactante, explosivo, encuadre de Walsh, mostrando el intento de escapada del primero y el seguimiento del segundo por una ventana superior, hasta concluir con el aniquilamiento del primero, mientras que una de las mujeres de vida alegre que conocen la hipocresía de la víctima, ríe ante su cuerpo agonizante-. O la brutalidad y tensión interna que reviste el dilatado episodio del ahorcamiento del ladrón y la disposición a hacerlo con Billy, que despertará la inesperada expresión del amor que la protagonista siente por él, provocando la contrariedad de Rufe. En todo caso, nos encontramos con una película rodada antes de la aplicación del frustrante y restrictivo Código Hays. Por ello, sus imágenes no dejan de expresar esa capacidad de mostrar lúbricos comportamientos sexuales, como el que exterioriza el hipócrita Baldwin con la protagonista, o incluso el poco recomendable Rafe, deseando casarse con Salomy, aun percibiendo el persistente desprecio por parte de la joven. Esa libertad temática permite esas secuencias en el lago, donde su alcance erótico sea ostensible con toda naturalidad, y en donde los niños aparecen desnudos.
Al margen de todas estas precisiones, cualidades y limitaciones, WILD GIRL acusa cierto sesgo excesivamente bufonesco, en la caricatura brindada por el personaje cómico encargado por el generalmente brillante Eugene Pallette. Sin embargo, a lo largo de su recorrido argumental y galería de personajes, de manera sorprendente, el más interesante de todos se centra en el joven Jack Marbury, en el que quizá sea uno de los roles más insólitos e interesantes de la carrera del entonces jovencísimo Ralph Bellamy. Apareciendo inicialmente como alguien inquietante, un tahúr ataviado con elegancia y algo de arrogancia, y eterno pretendiente de los favores de la protagonista, de manera progresiva se irá modulando como alguien de extraordinaria sensibilidad y comprensión, capaz en el último momento de renunciar a sus pretensiones, y facilitar el encuentro con esa muchacha que ama interiormente, con aquello que le puede proporcionar su felicidad.
Calificación: 2’5
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