Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

SILVER RIVER (1948, Raoul Walsh) Río de plata

SILVER RIVER (1948, Raoul Walsh) Río de plata

No sería la primera vez ni tampoco la última en la que, agazapada bajo la premisa de un producto de evasión de estudio –esencialmente la Warner-, el excelente Raoul Walsh lograba plasmar elementos, episodios y cambios ligados al pasado de los Estados Unidos. Más allá de su bagaje como vibrante western, lo cierto es que SILVER RIVER (Río de plata, 1948) sobrelleva una nada solapada parábola sobre la evolución de una sociedad que se encaminaba a un profundo cambio de unas fórmulas de convivencia libres y dominadas por el primitivismo, a otras encaminadas a un progreso de estructuras, complejas en el predominio del rendimiento económico. La virtud del film de Walsh se centra en la efectividad del relato, logrando integrar esa visión colectiva dentro de una propuesta siempre atractiva, dominada por lo trepidante de su argumento, integrando además en ella un personaje principal definido por agudos apuntes dramáticos. Es así como la película escenifica la andadura vital del despierto Mike McComb (un Errol Flynn aún en plana forma), desde que en las postrimerías de la Guerra de Secesión  es expulsado del ejército por haber realizado junto a su fiel compañero Banjo (Barton Mac Lane), una maniobra a la desperada para defender las nóminas del ejército… que finalizará con el incendio de un millón de dólares para evitar que caigan en manos enemigas. Curiosa paradoja la que permite el inicio de una andadura de un protagonista que navegará por los meandros del arribismo, siempre en la búsqueda de un beneficio económico, a partir del cual articulará una auténtica parábola sobre la fuerza que el dinero ejerce como eterno mecanismo de poder y sumisión. Será una plataforma en la que incidirá un hombre despechado ante el desprecio que ha recibido por una intuición en su labor, y que a partir de entonces desarrollará una andadura vital en la que su ausencia de rectitud puede que quede ejercida por esa ausencia de reconocimiento ético a un comportamiento personalmente asumido como fiel.

 

A partir de ese comienzo, McComb marcará en su discurrir vital la prolongación de una personalidad avispada que verá en la actividad y el ascenso económico una posibilidad de progreso existencial, extrayendo en ese nuevo campo social unas posibilidades que le había impedido el respeto a la institución militar. La virtud que ofrece el relato es que Walsh logra incardinar todos estos factores de manera brillante, integrando en ellos un ritmo vibrante y aportando además una considerable dosis de distanciación en su desarrollo. Así pues, las incidencias, en ocasiones revestidas de un notable tinte dramático, aparecen reflejadas en una progresión siempre relajada, incidiendo en aquellos instantes en los que procedía una mayor acentuación de sus giros –por ejemplo, la secuencia en la que el veterano John Plato Beck (el siempre excelente Thomas Mitchell), se atreve a reprochar a su fiel amigo la deriva abyecta de su comportamiento, en la nocturnidad y soledad del salón de juego que este último regenta-. Será el propio Beck uno de los ejes que motivarán un punto de inflexión en el comportamiento creciente en su abyección de ese amigo que inicialmente lo salvó de su destrucción por el alcoholismo, al que ha admirado por su audacia en los negocios, pero al que finalmente reprochará en la deriva de un modo de actuación dominada por el egoísmo. Y en ello entrará la presencia de la joven y emprendedora Gloria Moore (la injustamente olvidada Ann Sheridan), de la que nuestro protagonista quedará prendado desde su primer encuentro con la muchacha, convirtiéndose inicialmente en un competidor en sus negocios –logrará despojar a esta de unos carros de transporte, jugándose los mismos al poker con su propietario-, pero por la que siempre profesará una secreta atracción, que de manera paulatina irá incrementándose hasta provocar en McComb la proyección más genuina de sus posibilidades de poder, y llevar aparejado con ello la expresión más cuestionable de su personalidad. Y es que si hasta entonces, el avispado hombre de negocios había logrado intuir las posibilidades de futuro que le permitían esas nuevas fórmulas de expansión económica, propiciadas por una sociedad encaminada de manera casi traumática en un nuevo entorno social –y esos matices se encuentran muy bien expresados en sus secuencias-, con la progresiva sensación de poseer a Gloria se plasmará en él una obcecación desprovista de cualquier sentido ético. A partir de ahí, intentará lograr para sí a una mujer casada, para lo cual no dudará incluso en favorecer la posibilidad de la muerte de su esposo –uno de los elementos más terribles de la película, pese a estar mostrados con la aparente ligereza que permite el predominio de la elipsis-, y que marcará el momento de inflexión antes señalado por Beck. La diferencia que ofrece esta dolorosa circunstancia, quedará aunada por un progresivo desmoronamiento de ese mundo de oropel y “nuevo rico” que ha ido elaborando de manera paciente nuestro protagonista.

 

Es así como SILVER RIVER logra escorarse por unos terrenos no demasiado frecuentados dentro del western –algo que podría ejemplificarse igualmente en las insólitas I SHOT JESSE JAMES (Balas vengadoras, 1949) y THE BARON OF ARIZONA (1950), ambos de Fuller-, pero que al mismo tiempo revelan el buen momento creativo de que gozaba el cine de Walsh en aquel entonces, tanto en los contornos del cine del Oeste –muy cercamos están los ecos de las extraordinarias PURSUED (1947) y COLORADO TERRITORY (Juntos hasta la muerte, 1949)- como en ámbitos ligados al cine policíaco –WHITE HEAT (Al rojo vivo, 1949). Por todo ello, y pese a no estar demasiado considerada dentro de la filmografía de su realizador, nos encontramos con un título que aúna brío y sabiduría cinematográfica, una narrativa al mismo tiempo precisa, despojada de artificios y excesivas dramatizaciones, así como un notable equilibrio en su condición de mosaico de un periodo abocado a la evolución de la Norteamérica del Oeste, en medio de un contexto de forzada –y no siempre legítima- modernidad en sus mecanismos económicos y de desarrollo.

 

Calificación. 3’5

0 comentarios