THE TALL MEN (1955, Raoul Walsh) Los implacables
Pocas veces he podido sentir de forma más cercana como espectador, la serenidad que puede ofrecer la grandeza del cinemascope adaptada a un western en el que sus exteriores son tan determinantes para la historia que describen sus imágenes. Esta es la sensación que me producía la contemplación de THE TALL MEN (Los implacables, 1955. Raoul Walsh) -tan desafortunadamente retitulada en España-, con la que el gran realizador norteamericano logró la que quizá fuera su última gran película –en su filmografía posterior no obstante, aún aportará algunos títulos brillantes- y una de sus mejores aportaciones dentro del gran género americano –junto a THEY DIED WIT THEIR BOOTS ON (Murieron con las botas puestas, 1941), COLORADO TERRITORY (Juntos hasta la muerte, 1949) o la ya comentada PURSUED (1947)-. Con ella además, logró establecer una mirada personal dentro de los senderos psicologistas que estaban enriqueciendo y al mismo tiempo llevando el cine del Oeste ante sus propios límites.
Estamos en la Montana de 1866. Los hermanos Ben (Clark Gable) y Clint (Cameron Mitchell) Allison han viajado desde Texas para intentar la oportunidad de una nueva vida tras la derrota en la Guerra de Secesión. Ambos robarán al acaudalado Nathan Stark (Robert Ryan), pero acabarán siendo perseguidos, alcanzados y posteriormente persuadidos por este, para que se responsabilicen del traslado de miles de cabezas de ganado hasta su estado de origen. Previamente, Ben logrará rescatar a Nella (Jane Russell) de una emboscada de los indios, iniciándose entre ambos una fugaz relación mientras se desarrolla una tormenta. La diferencia entre las aspiraciones vitales de ambos, provocará que Nella decida relacionarse con Nathan, cuya personalidad representa esas aspiraciones de una existencia llena de comodidades y lujo, al que Ben no desea aspirar en ningún momento. Sin embargo, secretamente esta nunca dejará de estar enamorada de él, y para hacer ostentación de esos celos se unirá a la expedición que dirigirán Ben, y los hermanos Allison a lo largo de mil ochocientas millas para trasladar el ganado. En la misma se pondrán a prueba los sentimientos, las fidelidades, el sentido de la amistad y el verdadero objetivo de sus vidas, mientras contemplan agrestes paisajes, sienten el polvo del camino, tienen que responder al ataque de los bandidos, cruzar peligrosos ríos o resistir al acoso de los sioux. Finalmente, y pese a la muerte de Clint, la caravana llega a su destino, logrando Ben anteponerse a las escaramuzas de Nathan, y alcanzando finalmente la declaración de amor de Nella. Esta ya ha advertido que sus aspiraciones vitales no pueden estar al margen de las de este veterano y vitalista capataz.
Todo este recorrido -en buena medida familiar en los confines del western-, es trasladado a la pantalla con mano maestra por un Raoul Walsh que supo adaptarse a los modos del género de aquellos años, y ofrecer un resultado que desde el primer momento destaca por una asombrosa utilización de los espacios naturales, quizá solo superada por la cima alcanzada por John Ford en la inmediatamente posterior THE SEARCHERS (Centauros del desierto, 1956). Y es que si ya de por sí estos transmiten intensidad en la pequeña pantalla, es de imaginar el impacto producido en las salas cinematográficas, con esa presencia física y telúrica que se adhiere a los personajes como un elemento determinante, forzando la relación entre Ben y Nella en medio de una impresionante tormenta, o sintiendo el polvo del camino. Este rasgo se logra por una intensa y espléndida fotografía de Leo Tover –uno de los expertos en el color de la 20th Century Fox-, alcanzando un cromatismo que potencia las intenciones de Walsh. El realizador nos describe desde los primeros instantes a los hermanos protagonistas, integrándolos en todo momento en el paisaje –sabemos que se trata de dos desplazados que buscan una nueva oportunidad en el futuro-. Ben es un hombre curtido y maduro, mientras que por su parte, Clint queda definido como un joven impulsivo y dado a la bebida, aunque pese a ello se deje llevar por la infinita mayor cordura y experiencia de su hermano. Ambos tendrán esa deseada nueva oportunidad de la mano de Nathan, el hombre a quien querían robar, y quien les convence de llevar a cabo ese gigantesco traslado de ganado. Se trata de un hombre elegante, reflexivo y dotado de una gran capacidad de convicción, facetas ambas que son potenciadas con la magnífica interpretación que del personaje ofrece Robert Ryan.
A partir de la presentación e interacción de los principales personajes se producirá ese recorrido moral y personal, en el que la presencia del contrapunto femenino servirá como motivo de rivalidad y para introducir oportunos toques de comedia. Es en este largo fragmento donde la aventura física quedará expresada con verdadera maestría por Walsh –la sensación de placidez que desprende la grandiosa secuencia en la que se inicia la caravana con el ganado es buena prueba de ello-, teniendo siempre en cuenta la poderosa e influyente concurrencia del paisaje, utilizando el cinemascope de forma ejemplar –la magnífica resolución del episodio del asedio y réplica a los bandidos-, y logrando del mismo modo una sutil evolución de los matices psicológicos de sus protagonistas. Es así, como entre el cansancio y los peligros del largo viaje –en el que el realizador por momentos parece evocar la estupenda THE BIG TRAIL (La gran jornada, 1930)-, Nella seguirá provocando a Ben, Clint manifestará su creciente hostilidad hasta Nathan. Mientras tanto este seguirá ofreciendo destellos de su elegante personalidad, aunque como hombre practico se dejará llevar en el itinerario ante la experiencia, valentía y carisma del mayor de los Allison, que además está totalmente respaldado por los jinetes que los acompañan. Finalmente, su impulsivo hermano será consciente de que con su carácter no va a llegar a ningún sitio, y decide intentar variar en su personalidad. Ya es tarde para ello. Tras una emotiva secuencia confesional entre ambos, espectador tiene conciencia de que no lo va a volver a ver con vida, como así sucede. En esos fragmentos, Nella descubrirá ante el lugarteniente de Ben el verdadero sentido de la amistad suprema, y con el rostro taciturno reconocerá lo mucho que a él le unen sus sentimientos.
Todo este recorrido, por instantes de una belleza casi mineral y potenciado por el bellísimo tema musical de Victor Young, es narrado por Walsh con la sencillez y la sabiduría de un pionero del cine, utilizando con magisterio la pantalla ancha tanto en las imponentes secuencias exteriores definidas en grandes y nítidos planos generales, como en aquellos momentos en los que la disposición de los actores dentro del encuadre es determinante para vislumbrar el sentido de sus escenas.
Al propio tiempo, THE TALL MEN goza de una perfecta dosificación de su ritmo ascendente, que permitirá que el espectador vaya conociendo y apreciando a sus personajes, de los que se desprenden matices ambivalentes, complejos y perfiles psicológicos de aparente sencillez y auténtica hondura. En su conjunto, puede decirse que –aunque aún restaban varios años para concluir su extensa trayectoria como director-, fue este uno de los cantos de cisne de un hombre para el que la sencillez cinematográfica estaba apalabrada con una verdadera maestría.
Calificación: 4
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