NIGHT NURSE (1931, William A. Wellman) Enfermeras de noche
Es indudable que el inicio de NIGHT NURSE (Enfermeras de noche, 1931. William A. Wellman), es revelador de la intención de su realizador por ofrecer un relato dotado de dinamismo cinematográfico. La cámara se inserta en el interior de una ambulancia que realiza un desplazamiento en plena actividad, hasta llegar a un hospital donde se desplegará la acción. Será un movimiento que, de forma circular, se reiterará en los compases finales de esta sencilla producción de la Warner, que permitió a Wellman la primera de sus diversas colaboraciones con la estupenda Barbara Stanwyck. Contemplando estas imágenes de apertura, se tiene bien presente el reciente éxito del director con THE PUBLIC ENEMY (1931), y demuestran que su artífice era un hombre que sabía pensar y expresarse en términos específicamente visuales, máxime en un periodo en el que el cine USA estaba demasiado dominado por los resabios teatrales. Mi progresivo acercamiento a varios de los títulos que firmó en aquellos años -HEROES FOR SALE (Gloria y hambre, 1933), WILD BOYS OF THE ROAD (1933)-, revelan que nos encontramos en uno de los momentos más inspirados de su ámplia filmografía. En el título que comentamos, ese dinamismo se manifiesta en las secuencias que se desarrollan en el hospital, cuando nuestra protagonista –Lora Hart (Stanwyck)- se interna en un recinto donde la cotidianeidad se manifiesta en un entorno masificado, en el que los enfermos no pueden gozar de habitaciones individuales –solo a un enfermo moribundo se le permite sufrir su agonía con una cierta intimidad, al proporcionársele un biombo-, y que evocan algunas de las estampas que King Vidor nos había ofrecido apenas tres años antes con THE CROWD (...Y el mundo marcha, 1928).
A partir de este atractivo comienzo, NIGHT… muestra las circunstancias que llevarán a Lora a convertirse en enfermera pese a la oposición inicial de la jefa de personal del hospital, a la amistad que desarrollará con su compañera –B. Maloney (Joan Blondell)-, a su accidentado encuentro con un joven gangster que la protegerá en determinados momentos y, sobre todo, a su llegada al cuidado de dos niñas que descuida una madre licenciosa y alcoholizada. Un entorno familiar que desea fulminar el dr. Ranger –el jefe de la protagonista-, y que se encarga de llevar a efecto el joven y violento chófer de la familia –Nick (un Clark Gable que cimentó parte de su fama inicial en esta película)-. Con estas aviesas intenciones, Ranger desea apoderarse de la fortuna de la familia, aunque sea nuestra protagonista la que contraponga las mismas, con la única intención de salvar la vida de las niñas, una de las cuales llegará a manifestar verdadero peligro en su supervivencia. Junto a ello contrapongamos la relación de amistad y respeto que nuestra protagonista manifestará por el veterano dr. Bell (el estupendo Charles Winninger), y tendremos la idea de lo que nos ofrece esta pequeña película, que en poco destaca ciertamente a partir de su insustancial base argumental –novela de Grace Perkins y guión de Oliver H. P. Garrett-. En este sentido, la intención que transmite la función es, primordialmente, el retrato de un personaje femenino valiente y atractivo, que permitiera a Barbara Stanwyck las máximas ocasiones de lucimiento, en la línea de las heroínas que le brindaría tanto Wellman como Frank Capra en aquellos años. Es innegable que la fuerza de su interpretación queda patente, pero lo cierto es que lo más perdurable de la película hay que buscarlo en esa capacidad revulsiva y, por momentos, transgresora, que permite que dejemos de lado ese inherente envaramiento que –como suele suceder en buena parte del cine de este periodo-, personalmente tanto me suele distanciar, y que en esta ocasión me impide destacar demasiado esta por otro lado apreciable película.
Ello, cierto es reconocerlo, se encuentra bastante dosificado en el escueto metraje, permitiendo por un lado rasgos humorísticos bastante disolventes, como esa broma con la que el compañero de hospital brinda a la pareja al ubicar un esqueleto en la cama de Lora, las constantes alusiones que en los pasajes iniciales se realiza del tic en la voz de la adusta enfermera jefe, o el impagable detalle final que nos sugiere la muerte en “off” del narcisista y violento Nick, del que Gable ofrece un retrato francamente lleno de magnetismo. Junto a estos elementos, conviene destacar la persistente intención de su realizador por proporcionar interés visual a un relato que no se podía tener demasiado en pie, y quizá precisamente por ello iban a ser más apreciados. Con ello me refiero a secuencias como las que se ofrecen de parto –bastante inusuales por su autenticidad para el cine de la época-, la operación que se desarrolla ante la mirada atenta de los estudiantes de medicina –excelentemente planificada y montada, y que muestra incluso unos picados en plano general sorprendentes, describiendo la estupefacción general al comprobar la muerte del sujeto de la operación-, o incluso la manera con la que nos es mostrada la acción de salvación de la niña por parte de la protagonista –intercalando hábilmente esa extraña muñeca, que proporciona por otro lado un elemento posteriormente muy utilizado en la pantalla-. Si a ello unimos la destreza con la que se trabajó sobre el off narrativo, obtendremos las cualidades de una película que jamás podría considerar entre lo más valioso filmado por su director, pero que muestra de forma bastante clara la raza, originalidad e inventiva visual que sobrellevó a lo largo de su larga carrera, y que en esta década afloró con especial intensidad, convirtiendo a Wellman en uno de los hombres de cine norteamericanos que sobrellevó con mayor acierto la transición del periodo silente a la instauración del cine sonoro.
Calificación: 2’5
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