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CINEMA DE PERRA GORDA

WILD BOYS OF THE ROAD (1933, William A. Wellman)

WILD BOYS OF THE ROAD (1933, William A. Wellman)

Al contemplar la secuencia de apertura de WILD BOYS OF THE ROAD (1933), uno puede tener una cierta sensación de encontrarse ante un relato en el que las capacidades como realizador de William A. Wellman, se sitúen muy por encima de una película que inicialmente parece centrarse en el terreno del cine de pandilleros, bastante frecuente por otra parte en el seno de la primitiva Warner. Es así como la presentación de los dos amigos protagonistas y su incidencia en una fiesta, a la que uno de ellos tiene que acudir disfrazado de mujer -ya que en su familia escasea el dinero-, nos puede inducir a una nueva aventura de este subgénero, servida sin embargo con esa innata capacidad del ya experimentado realizador, capaz de lograr con la movilidad de su cámara interesar al espectador en la descripción de los dos jóvenes protagonistas. Será una andadura que se centra en el joven Eddie Smith (Frankie Darro), un muchacho de familia más o menos acomodada, quien de la noche a la mañana comprobará en carne propia como su familia se ha convertido en una más de las innumerables víctimas de la gran depresión norteamericana. La sutileza con la que es planteado este conflicto dramático, muy pronto logra imbuir a WILD BOYS… de una extraña sensibilidad, acentuando su interés al trasladar esa visión desde el punto de vista de un muchacho que, prácticamente de la noche a la mañana, pasa de intentar ayudar a su mejor amigo a sobrellevar una situación de estrechez, a vivirlo en carne propia.

 

Esta circunstancia, y el posterior devenir de una producción que no alcanza los setenta minutos de duración, no solo eleva la temperatura de esta propuesta pródiga en elementos de interés no solo a nivel puramente cinematográfico, sino que integra su alcance social en una especie de continuidad de la muy reciente HEROES FOR SALE (Gloria y hambre, 1932) –a mi juicio una de las cimas del cine social norteamericano en la década de los años treinta-, con la que se ofrece como un nada inocente contrapunto. Será una mirada quizá finalmente dominada por el optimismo del New Deal, pero en todo momento revestida de una gama de matices en las que se contraponen una visión dominada por un nada soterrado fatalismo, que la película no deja de plantear ni en los compases finales del film, manifestado en ese semblante de un taciturno Tommy (Edwin Phillips), al contemplar la explosión acrobática que su fiel amigo realiza ante él, que tendrá que convivir durante el resto de su vida con la amputación de su pierna. Entre su inicio y esta conclusión agridulce en la que se contrapone la esperanza y el escepticismo con extraño equilibrio, se desarrolla un atractivo relato –que parte de una historia original de Daniel Ahern, trasladado como guión a la pantalla por Earl Baldwin- en el que todos y cada uno de dichos episodios, contribuyen a ofrecer una visión de conjunto de la incidencia de aquel periodo tan traumático para la vida norteamericana , ante esas generaciones de adolescentes norteamericanos que se vieron directamente afectados por esta gravísima crisis social y económica.

 

La película no olvidará la crudeza de la emigración y huída por estados, las luchas con la presión de la policía, la difícil integración con la normalidad urbana o el deseo compartido de los protagonistas de huir de un entorno familiar, evitando con ello suponer un elemento suplementario de complicación entre sus padres. Dentro de las incidencias y episodios, lo cierto es que todos ellos alcanzan un rasgo de representatividad, pero al mismo tiempo sirven y ejercen como preciso apunte sociológico, llegando incluso a la presencia de leves toques humorísticos, complementando con ello el alcance dramático de la propuesta. A partir de este punto de partida, nuestros tres protagonistas se empeñarán en recorrer diversos estados, hasta que llegan a las alcantarillas de una ciudad en la que todos ellos se aglutinarán, viviendo en auténticas chabolas y mostrando con ello la cara más sórdida de una crisis global. Dentro de este contexto, Wellman sabe servir a la historia con sequedad y sin concesiones. Logra equilibrar los perfiles de ese recorrido que se centra en la vivencia de tres muchachos, sin por ello dejar de lado secuencias y momentos de una dureza inusitada. Desde la pelea que mantiene Eddie con la que después descubrirá es una muchacha disfrazada de chico –Grace (Rochelle Hudson)- en pleno vagón de tren, el momento en que esta queda a punto de ser violada por el conductor del vagón –un jovencísimo Ward Bond- o, sobre todo, la escalofriante secuencia en el andén, que concluirá con la amputación de la pierna al joven Tommy. Unos instantes que deben situarse, sin lugar a dudas, entre los mejores fragmentos jamás rodados por Wellman en su amplia trayectoria.

 

Es a partir de este momento cuando WILD BOYS… se inclina por un alcance más sombrío, ofreciendo curiosamente una serie de matices que un observador provisto de cierta agudeza podría intuir influyeron el posterior cine de Luis Buñuel. Y es que a este respecto, a nadie se le pueden dejar escapar las semejanzas que plantea el episodio de la película en el que se muestra la vivencia de jóvenes en suburbios, con el que años después se manifestaría la célebre LOS OLVIDADOS (1950). Pero tampoco conviene dejar en un lado la presencia del elemento fetichista y provocador que ofrece esa pierna ortopédica que Eddie encuentra a Tommy –magnífico el momento en el que la contempla en un escaparate, escondido dentro de un bidón al huir de una persecución, al igual que impactante resulta el plano en el que este artilugio queda tirado en medio de una calle destrozada, tras la batalla de los muchachos contra la policía-, y que el director aragonés incluyó en títulos como ENSAYO DE UN CRIMEN (1955) o incluso TRISTANA (1970). Curiosas concomitancias en uno de tantos títulos ignorados en la copiosa filmografía del valioso director en la década de los años treinta, revelador de dos elementos que sintetizan en todo momento su propuesta; la capacidad y fuerza narrativa de su artífice y la preocupación que en el seno del cine norteamericano de los primeros años treinta, expresaban las consecuencias de la crisis más abrupta de su historia –por lo menos, hasta tiempos muy recientes-. No siempre, justo es reconocerlo, esta inquietud se plasmó en obras de la suficiente entidad. Sin embargo, en esta ocasión el olvido y el desconocimiento planean sobre esta apuesta de Wellman por un cine social, comprometido y lleno de fuerza. Bueno es, por tanto, intentar devolver a la misma la importancia que merece.

 

Calificación: 3’5

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