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CINEMA DE PERRA GORDA

HANGMAN’S KNOT (1952, Roy Huggins) Los forasteros

HANGMAN’S KNOT (1952, Roy Huggins) Los forasteros

Según el paso del tiempo me lleva a ir acercándome a la extensa colección de westerns que Randolph Scott protagonizó dentro del seno de la Columbia, ante mi se desvanece inexorablemente el axioma que implícitamente relaciona el ciclo que la ya veterana estrella protagonizó a las órdenes de Budd Boetticher. Cierto es que en ese grupo se encuentra una aportación compacta que alberga títulos de gran entidad y, ante todo, una personalidad muy definida en su austeridad conceptual y cinematográfica. Sin embargo, ello no nos debe dejar de reconocer que también alberga títulos de menor entidad y, sobre todo, que la propia existencia de dicho bloque fue consecuencia de un conjunto abundante de títulos de aparentemente similares características, que ocasionalmente llegaron a firmar realizadores tan competentes como Joseph H. Lewis o André De Toth. En esa línea, y pese a que mi conocimiento de La producción de cine del Oeste de Columbia – Scott no es todo lo amplio que desearía, cabe citar como uno de los referentes más valiosos HANGMAN’S KNOT (Los forasteros, 1952. Roy Huggins). Un título que podría representar en buena medida los elementos que fueron forjando ese conjunto de películas del Oeste de serie B, pero que al mismo tiempo anticipa y preludia de algún modo el ascetismo, la capacidad evocadora o la búsqueda de una segunda oportunidad que definió los reconocidos títulos firmados por Boetticher.

 

La película se inicia con un asalto desarrollado contra las tropas nordistas por lo que parece un grupo de forajidos, destinado a robar una diligencia cargada de oro. Sin embargo, y pese a su perfil inicial, hay algo en ese violento hecho que nos indica que nada es como aparece. En realidad, y aunque van vestidos con ropas habituales, nos encontramos con una acción militar de un grupo de sudistas encabezados por el mayor Matt Stewart (Scott), que cuando se disponen a hacerse cargo del botín –que van a entregar a sus superiores-, se enterarán del hecho del fin de la guerra y la derrota de su bando. La inesperada circunstancia llevará a sus componentes a empezar a plantearse el reparto del botín –de cuyo robo a partir de ese momento podrían considerarse ladrones-, llegando con ello una serie de enfrentamientos entre ellos. Disputas que tendrán que aparcar momentáneamente al ser seguidos por un grupo de pretendidos ayudantes de sheriff –más tarde, sabremos que son simplemente unos bandidos-, que forzará a los hombres de Stewart a ocupar una diligencia con la que emprenderán la huída –tras escaparse los caballos que estos portaban-, y alcanzar un apeadero en el que se refugiarán, custodiando entre ellos a diversos rehenes. Hasta ese momento, el único largometraje firmado por Roy Huggins, se caracterizará por su fisicidad, la fuerza que le imprime la fotografía en color de Charles Lawton Jr., o el aprovechamiento de los paisajes. Pero además, junto a ello observamos desde sus primeros compases una precisa descripción de personajes, que tiene en el del joven  Jamie (Claude Jarman Jr.) uno de los exponentes más acertados, al intuir desde el primer momento su rechazo a las armas. Esta capacidad descriptiva será, sin duda, uno de los elementos más recurrentes en la película, y logrará su mayor grado de efectividad cuando llegado el segundo tercio, los sudistas y rehenes permanezcan en el interior de la cabaña, resguardándose del ataque de los bandidos que en la persecución han logrado capturar a uno de ellos. A partir de ese momento, HANGMAN’S… se desarrolla dentro de los confines de un relato claustrofóbico, dentro de un microcosmos en el que la justeza de la narración se centra en una adecuada planificación, que sabe valorar la ubicación de los actores, la interacción de personajes, y los enfrentamientos y elementos de relación que se establecen entre los mismos. Es así como el retrato de estos caracteres será preciso y acertado en su complementariedad. En esa reducida galería encontraremos serees tan contrapuestos como esa ya avejentada mujer amargada, que parece sacada de una novela de Eugene O’Neill, y que siente aversión por los sudistas, ya que un grupo de estos asesinaron a su esposo y su pequeño hijo. Pero, al igual que para el resto de involuntarios compañeros, este encuentro le permitirá una esperanza en su vida, al conocer a Jamie (un estupendo Claude Jarman Jr.). Un joven pacifista y sensible, que también tuvo que sufrir una tragedia similar por un ataque del bando opuesto. En definitiva, una transformación acompañada de un rayo de esperanza en las vidas de ambos, será lo que ofrezca esta curiosa parábola sobre la relatividad de los comportamientos, que en su ajustada duración permite avanzar unas formas de western psicológico de perfiles bastante acusados. Una tendencia que tendrá su mayor grado de interés en la justeza que proporciona un estupendo guión obra del propio Huggins, que sabe trasladar los conflictos a la pantalla con precisión y entrega, basándose  en la notable intensidad de su dirección de actores. Y cierto es que la película no olvida recurrir a elementos que se harían familiares en las películas protagonizadas por Scott –como esa pelea que ejerce como catarsis y en la que se observan ciertos elementos de masoquismo en torno al protagonista-, e incluso algunos de sus villanos secundarios nos recuerdan los recordados de los títulos posteriores dirigidos por Boetticher –los personajes que encarnan Lee Marvin y Richard Denning, que podrían representar a la perfección dos modos de personaje innoble, uno basado en el viejo Oeste, y el segundo de aparentes modales más refinados-.

 

Todo ello permite un resultado valioso, aunque personalmente considere que la resolución del conflicto se plantee de forma un tanto apresurada, tras una secuencia de tormenta nocturna por momentos admirable y chirriante al mismo tiempo, concluyendo en una secuencia no por esperada menos emotiva. Un final destinado para todos aquellos personajes dominados por un rasgo de nobleza en su corazón, vislumbrándose una luz de renacimiento y optimismo compartido, en unos comportamientos hasta entonces marcados por el contexto que les había rodeado.

 

Calificación: 3

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