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CINEMA DE PERRA GORDA

NO NAME ON THE BULLET (1959, Jack Arnold)

NO NAME ON THE BULLET (1959, Jack Arnold)

Curioso devenir el de la serie B norteamericana ya en las postrimerías de su indudable eficacia, y que tuvo en la figura de Jack Arnold un exponente de cierta representatividad. Un director que en estos años alternaba títulos por lo general efectivos dentro del ámbito del cine de géneros, y que demostraba impersonalidad cuando tenía que asumir productos alejados de sus rasgos de pericia, mientras de forma paralela efectuaba sus incursiones en terrenos televisivos. Dentro de ese contexto, y ya casi finalizada su andadura cinematográfica, Arnold firmó para Universal International –la productora en la que desarrolló la mayor parte de su carrera-, un insólito western –género en el que había ofrecido previamente exponentes de interés-, que nunca ha generado consideración alguna en las antologías del género, y menos en nuestro país, donde jamás ha sido exhibido, que yo sepa ni siquiera en pases televisivos. Es por ello que traer para un sucinto análisis NO NAME ON THE BULLET (1959) sirve fundamentalmente para apreciar y valorar una extraña mezcla de cine del Oeste y relato de suspense, envuelto en un extraño aroma metafísico, y del que no podemos tampoco obviar ese rasgo de crítica a una sociedad concreta, dominada por los miedos, que parecen evocarnos ecos maccarthystas, tan recurrentes en muestras del género tan dispares como HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952. Fred Zinnemann) o SILVER LODE (Filón de plata, 1954. Allan Dwan). No se puede decir a este respecto, que encontremos demasiado novedosa la propuesta de Arnold, pero tampoco es difícil de apreciar que nos encontramos con un relato denso, bien modulado, ajustado en sus poco más de setenta minutos de duración, y que en la combinación de dichos elementos alcanza, eso es innegable, una extraña y por momentos enfermiza personalidad.

 

Un extraño joven jinete de buenas maneras discurre con su caballo por un enorme valle, hasta llegar a una pequeña localidad del Oeste. Muy poco después de su llegada, su presencia comenzará a alarmar a los lugareños. Y es que se trata de John Gant (Audie Murphy), un conocido asesino a sueldo, infalible con el arma, que se dedica a matar por encargo logrando siempre que sus víctimas inícienle tiroteo correspondiente, para así evitar la acción de la justicia. La alarma cundirá en la apacible población, mostrando un panorama lleno de miedos, mezquindades y lugares ocultos en una comunidad en apariencia idílica. Destacando entre dicho colectivo, el dr. Luke Canfield (Charles Drake) es un referente respetado por todos, que de manera casual trabará contacto con el misterioso y lúgubre visitante. Escéptico a lo que posteriormente escuchará de Gant, Canfield mantendrá cierta relación con el asesino, aspectos estos que comentará con su prometida –Anne (Joan Evans)-, cuyo padre es un veterano juez que se encuentra aquejado de una tuberculosis terminal. Poco a poco irá emergiendo una espiral de pánico entre los vecinos de la población, alentada por la sensación colectiva de que todos ellos albergan motivos para ser la presa que Gant tiene en su pensamiento –“todos dejamos enemigos en el camino” manifestará el veterano sheriff Hastings (Willis Bouchley)-. Dentro de un contexto de creciente hostilidad, llegarán a producirse víctimas de manera insospechada, como si la propia presencia del pistolero emanara un aroma de muerte. Un acaudalado banquero llegará a suicidarse, incapaz de soportar la presión de pensar que él era la víctima elegida –intuición que se revelará falsa-, mientras que intuitivamente el viejo juez, padre de Anne, sabrá íntimamente que él es el destino que busca el enigmático pistolero.

 

Es evidente que una película como NO NAME… bebe en no escasa medida de esa corriente de westerns psicológicos y de intriga que tanta efectividad tuvieron en dicha décadas. Desde BAD DAY AT BLACK ROCK (Conspiración de silencio, 1955. John Sturges) –con la que conserva no pocas semejanzas-, hasta 3:10 TO YUMA (El tren de las 3’10, 1957. Delmer Daves), nos encontramos con una película que sabe dosificar su progresión dramática, y que descansa narrativamente por una magnífica utilización del formato panorámico. Una elección formal muy acorde con la estética que en aquellos años ofreció a través de su cine la Universal, pero que en esta ocasión ejerce como elemento vector para dilatar y dotar de una especial tensión a sus secuencias. Es así como las sugerencias que emanan de la historia creada por Howard Amacker, y trasladada en forma de guión por Gene L. Coon, son potenciadas por una puesta en escena que se basa en la precisión del Scope, algo que se puede observar ya en la propia secuencia de apertura; un gran plano general de gran fuerza paisajística, de donde emergerá la figura del misterioso pistolero protagonista, provocando una extraña sensación a esa pareja de ancianos granjeros con los que se topa antes de llegar a su nuevo destino.

 

Indudablemente, resulta de especial interés el tratamiento que se ofrece de un pequeño microcosmos aparentemente relajado, pero en el fondo dominado por frustraciones, mediocridades y corrupciones, para el que la presencia de Gant supondrá un elemento de catarsis que permitirá aflorar todos sus demonios interiores. Sin embargo, si hay un elemento que dota de su definitiva singularidad  a la película, y que muy pronto la hace merecedora de una consideración de la que actualmente carece, es sin duda el extraño aroma mortuorio que desprende la figura del pistolero protagonista, Más allá de ejercer como ejecutor de un crimen, el acierto del film de Arnold estriba en que su mera presencia sea portadora del mensaje de la muerte. Esa circunstancia, es la que propiciará esa siniestra aura y el relativo alcance metafísico que desprende un personaje que es consciente de su papel y en modo alguno se arrepiente de ejercerlo, siendo consciente de que su función es la de limpiar de escoria el mundo en que vive. Afortunadamente, esa diatriba no desemboca en la apología de un justiciero por encargo, sino que la película gira por unos derroteros muy diferentes e indudablemente sugestivos, que por momentos incluso nos permiten pensar que su propia presencia es una materialización de la figura de la muerte. Claramente, no se trata de ello, pero hay incluso un elemento que no me extrañaría permitiera pensar que los guionistas de la película o el propio Arnold hubieran tenido presente el referente de la muy cercana DET SJUNDE INSEGLET (El séptimo sello, 1957. Ingmar Bergman) a la hora de plantear la secuencia en la que Gant y Canfield juegan una partida de ajedrez, mientras plantean disgresiones sobre la relatividad de la vida y la muerte.

 

Es ahí sin duda donde podemos encontrar el rasgo de personalidad de una película, por lo demás magníficamente fotografiada en color –responsabilidad de Harold Lipstein-, muy eficazmente montada, y que incluso conserva una de las interpretaciones más perdurables del limitado Audie Murphy. La manera con la que es filmado y su propia y moderada presencia en el encuadre, permite que de su personaje se asome un aura entre malsana y lúcida, francamente desusada en el cine del Oeste de la época. Con todo ello, NO NAME… culmina de manera sorprendente –y es algo que ya nos había mostrado al inicio la cámara de Arnold, al comprobar la pericia del dr. Canfield manejando un hacha-, ratificando esa aura de lucidez que alberga el personaje de Gant, que incluso es consciente que su mensaje continuo de muerte, en algún momento podría encontrar en él a una nueva víctima propiciatoria. Un estupendo exponente de la serie B en el western, en suma, al que solo quizá cabría reprochar un cierto aire acomodaticio cuando la vertiente melodramática alcanza de lleno la narración. Un leve impedimento que no impide disfrutar de un título tan interesante como lamentablemente desconocido.

 

Calificación: 3

3 comentarios

UGG Nightfall -

The fire is the test of gold; adversity of strong men.

Marcelo -

Muy buen análisis, excepto que términos como "eficazmente montado" dan a entender como una manera displicente en el hacer. Este western, como tantos clase "B" de la época y de otros géneros, abreva en la sencillez a la que se llega cuando todo estaba sabido, o sea, analizar cualquier escena de este film implica reconocer el genio detrás de la cámara. Esa impersonalidad a la que referís, en realidad es desplegar el saber como forma y contenido soportado por una idea. La idea del film, refiera o no a una obra entera, está increíblemente trenzada en esta película. Y con eso sobra para el buen cine, ese tan intermitente hoy día. Saludos y felicitaciones por comentar un film, como decís, tan olvidado.

David Breijo -

Peculiar film que supongo que debió decepcionar en las sesiones dobles, ya que con la envoltura de film de estudio, de género y con actor enmarcado entre el western y el bélico, da lugar a un opresivo y negro retrato, con toques ibsenianos, de una pequeña comunidad. El desenlace se configura alrededor de la justicia poética.