THE TATTERED DRESS (1957, Jack Arnold)
Analizar el aporte de una propuesta tan brillante y poco conocida como THE TATTERED DRESS (1957, Jack Arnold), adquiere no pocas premisas al objeto de profundizar en sus diversas capas. De un lado, su inserción en un contexto en el que proliferaron diversas propuestas de drama judicial –subgénero en el que se inserta la película-. Unido a ello, resulta fácil deducir que se plantea dentro de un ámbito crítico, en torno a la supuesta estabilidad del gran sueño americano. Al propio tiempo, nos encontramos en sus imágenes, con el inconfundible sello visual propuesto por su productor; el singularísimo Albert Zugsmith. Y, finalmente, nos encontramos con una muestra más del talento de ese cineasta todavía tan inexplorado, desigual y, por momentos, fascinante, llamado Jack Arnold, que quizá encontró las mayores posibilidades de su andadura artesanal, a la hora de desarrollar argumentos centrados en atmósferas turbias y convulsas. En la confluencia de todos estos factores, aparece éste estupendo y tenso drama, en un ámbito temporal en el que se registraban obras como THE COURT-MARTIAL OF BILLY MITCHELL (1955, Otto Preminger) -el gran maestro vienés abriría el sendero, siempre rompiendo moldes y prejuicios establecidos, y aportando ya en 1959 la obra cumbre del subgénero; ANATOMY OF A MURDER (Anatomía de un asesinato)-. En ese mismo 1957 Billy Wilder dirige la muy popular -y quizá algo sobrevalorada- WHITNESS FOR THE PROSECUTION (Testigo de cargo). Será un contexto que cobraría cierta fuerza en el cine USA, canalizando en líneas generales un marco disolvente, que en el film de Arnold toma la base argumental del experto George Zuckermann, proporcionando un guion rico y bien trabado, lleno de afilados diálogos, en el que nada se deja al azar. Esta deliberada condición de denuncia social, es imbricada en la película con esa querencia de Zugsmith por una explícita sexualidad, que quedará patente en la impactante secuencia pregenérico, dando paso por un lado a una implicación activa del espectador, al describir el crimen sobre el que se sustentará el grueso del relato, al tiempo que despojar toda apuesta por el suspense en torno a la misma. No es la intención de THE TATTERED DRESS, que muy pronto dirige su epicentro en la figura del prestigioso abogado newyorkino James Gordon Blaine (una de las mejores y más matizadas interpretaciones de Jeff Chandler). Este, avalado por una trayectoria judicial revestida de triunfos, y pese a sufrir una crisis de pareja con su esposa Diane (Jeanne Crain), no dudará en insertarse en un terreno en apariencia sencillo -se trata de defender al adinerado matrimonio que ha protagonizado el crimen que acabamos de presenciar, para la cual, Blaine está sobrado de recursos-. Sin embargo, ese traslado físico de un contexto urbano a otro rodeado por el desierto -lo que implica en cierto modo una sensación de aislamiento-, en realidad será una oportunidad para descubrir en sí mismo esa humanidad que ha venido ocultando en su meteórica carrera hacia la fama profesional, dejando por en medio cualquier tipo de escrúpulo.
De tal forma, la defensa del matrimonio Reston le resultará tan sencilla como, en el fondo despreciable para sus, pese a todo, ocultas convicciones éticas. Se trata de una pareja adinerada, ociosa y amoral, nada apreciada en la población, unido al hecho de que el asesinado fuera alguien que sí contaba con la estima de sus convecinos. Será el primer aldabonazo de esa soterrada tensión, que se irá percibiendo en los exteriores del recinto judicial, y que irá de la mano del sheriff Nick Hoak (un magnífico Jack Carson), a quien nuestro protagonista ha humillado en la vista inicial,
Así pues, el film de Arnold se erige en un sombrío apólogo moral, a partir del cual descubrimos las entrañas de una sociedad que se encuentra muy al margen del American Way of Life, pero que al propio tiempo no se encuentra alejada en mezquindades entre uno y otro ámbito. Por un lado, la oscura labor soterrada de Hoak, ayudado por la ambivalencia que le proporciona Carson a su personaje, dotado de humanidad, simpatía y aura amenazadora al mismo tiempo. Pero por otro hasta esa ciudad rodeada de sol y arena ha legado un hombre frívolo y sin escrúpulos, que tendrá que asumir su particular catarsis, sufriendo las consecuencias de un proceso judicial basado en una falsa denuncia, del que paradójicamente no podrán librarle los trucos judiciales que tanto han hecho por el progreso de su carrera.
En medio de este contexto, THE TATTERED DRESS resalta en la fuerza y elegancia con la que Arnold utiliza -una vez más- ese formato panorámico, una de las marcas de fábrica del avispado Zugsmith, que supo aplicar su impronta visual -también en la iluminación oscura en blanco y negro de su cine, en películas que dirigiera Arnold, Welles o Sirk-. Pero al mismo tiempo, la película se reforzará con la presencia de personajes episódicos, como ese veterano periodista -Ralph Adams (un excelente Edward Platt)-, en el fondo testigo crítico de lo que representa el abogado, y poco a poco partícipe del calvario que este sufrirá, ejerciendo en cierto modo de punto de vista del espectador. Y, finalmente, encontraremos a ese cómico acabado; Billy Giles (memorable George Tobías), a quien James salvó en el pasado de una condena segura por un doble crimen a su esposa y amante, que en el fondo vive atormentado por su pasado, aunque se vuelque en ayudar a su abogado y amigo en apuros. La capacidad descriptica de un contexto convulso y amenazante. Esa sensación opresiva de estar presente en un colectivo en el que la hostilidad es manifiesta, o vivir una espiral agónica, en la que el horizonte penal se acerca casi de manera inevitable, está muy bien plasmada en este relato cortante y preciso, dominado por esa aura malsana del contraste de mundos. Por un ámbito en el que el caciquismo de Hoak, en el fondo no supone más que el mandato consentido de una comunidad cerrada e intolerante. La película acertará a la hora de describir ese estado de creciente densidad y angustia, combinando la complejidad del proceso judicial a que es sometido Blaise por un soborno que todos sabemos es una trampa del sheriff, pero al que le fallarán curiosamente apelando a la verdad, todas esas tácticas que han hecho célebre su poco recomendable andadura como jurista. Y será finalmente, cuando antes de la apelación ante el jurado, desnude su alma, rinda cuentas con su pasado, cuando la verdad y la justicia haga acto de presencia, aunque ello no pueda evitar una inesperada conclusión trágica, que en cierta medida parece surgir como inesperado precedente de THE CHASE (La jauría humana, 1966. Arthur Penn).
Es cierto que en ocasiones podemos percibir un cierto grado de artificio en el personaje de la amante oculta del sheriff, pese a lograr con dicho personaje, una magnífica interpretación de la personalísima Gail Russell. Y es que la perfecta dirección de actores, se hará presente en roles casi episódicos, como el atildado abogado que encarna magistralmente Edward Andrews -uno de los grandes característicos de su tiempo-. Todo ello, dando forma a un magnifico drama que, en realidad, esconde el proceso de humanización, de alguien que hasta entonces se había insertado en el lodazal del triunfo social, hasta sencillamente, encontrarse a sí mismo y, quizá, ayudar a ese preso anónimo, que necesita la ayuda de un letrado. Una delicatessen.
Calificación: 3’5
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Juan Manuel -