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CINEMA DE PERRA GORDA

SMALL TOWN GIRL (1936, William A. Wellman) Una chica de provincias

SMALL TOWN GIRL (1936, William A. Wellman) Una chica de provincias

Rodada por William A. Wellman muy poco antes de uno de sus grandes éxitos –A STAR IS BORN (Ha nacido una estrella, 1936)-, SMALL TOWN GIRL (Una chica de provincias, 1936) emerge como un exponente madrugador de la screewall comedy, en el que no hay que ser muy perspicaz para detectar que su propia gestación obedece al enorme éxito logrado un año antes por la Columbia con IT HAPPENED ONE NIGHT (Sucedió una noche, 1935. Frank Capra). En cualquier caso, y sin negar esta circunstancia, lo cierto es que esta muy desconocida realización de Wellman presenta por sí misma suficiente interés, oscilando inicialmente desde una mirada crítica en torno a la rutina de la vida cotidiana en las clases obreras, hasta que un elemento casual la determinará en el terreno de la alta comedia, ámbito este que en el que se desenvolverá en todo momento hasta lindar con el melodrama romántico. Será una simbiosis que se irá adentrando de manera armónica en el último tercio de la película, logrando con la intensidad de sus elementos convertir lo que en apariencia podría ser un relato dominado por la humillación de la esposa en torno a su marido, en un relato sensible, amable y ocasionalmente divertido, revestido de grandes dosis de credibilidad y sensibilidad.

 

Kay Brannan (Janet Gaynor) es una joven hastiada de vivir en su hogar familiar, dominado por las convenciones, vulgaridades y reiteraciones día sí y día también. El triste aroma de la alienación familiar es magníficamente mostrado por Wellman a partir de la descripción del pintoresco y poco enriquecedor panorama existencial que rodea a la protagonista, mientras esta escucha emocionada los cánticos de cientos de jóvenes que acuden a contemplar pruebas deportivas que enfrentan a las universidades más prestigiosas. Cansada de aguantar, Kay se dispondrá a dar un paseo, que sin ella pretenderlo modificará repentinamente su vida. Un cambio que se producirá a partir del  encuentro con el joven, atractivo e insolente Bob Dakin (Robert Taylor), quien desde su coche pregunta a la desconocida por el paradero de una tasca. Tras la breve conversación, se decidirá a invitar a la muchacha a que le acompañe, petición a la que tras varios ruegos accederá. La velada se extenderá durante toda la noche, hasta que en un extraño arrebato Bob propondrá a Kay casarse con ella en esos momentos. Hay que reconocer que Wellman, basándose en el rostro perplejo de la Gaynor –a la que por otro lado no tenía en gran estima-, logra hacer creíble que la disparatada situación no solo se produzca, sino que hasta cierto punto muestre su lógica cinematográfica.

 

Será ese el inicio del planteamiento auténticamente screewall de la película, centrado en un viaja de aparente “luna de miel” que Bob ha planeado, para lograr dentro de unos meses un divorcio más o menos discreto que le permita casarse con su prometida Priscila. Dicho y hecho, el recién formalizado matrimonio se embarcará en un crucero de apacible luna de miel, en donde los dos improvisados esposos se llevarán como el perro y el gato, y solo se mostrarán falsamente sonrientes cuando ven aparecer a su criado negro “So-So” (Willie Fung). Sin embargo, un inesperado resfriado por parte del joven doctor, llevará a un “levantamiento de las hostilidades”, incorporando en esta extraña relación un sesgo romántico que por parte de la inesperada esposa siempre se manifestará sincero, aunque para Bob suponga algo jamás deseado. Hasta entonces, la película llegará a ofrecer momentos francamente divertidos, especialmente en una larga secuencia de enfrentamiento entre los insólitos consortes, que tienen en todo momento el divertido e impertinente acompañamiento del servidor “So-So”, e incluso la del cantarín capitán del navío –encarnado por el entrañable y estupendo Edgar Kennedy-.

 

De manera repentina se producirá el inesperado retorno de esta extraña y ficticia luna de miel, que Bob ha decidido adelantar para evitar que su inevitable acercamiento con su esposa se consolide más de lo debido. Ambos regresarán al entorno del esposo, donde poco a poco Kay irá aumentando la estima que merece a los padres de su marido, e incluso el receloso marido no pueda más que mirarla con un instinto de ternura. Para evitar dicha situación se manifiesta el empeño de su persistente prometida, quien intentará reanimar una pasión que se ha mantenido durante meses obligatoriamente apagada. En todo este largo fragmento se intercalarán momentos sentimentales y relajados, combinados con otros más ligados a la screewall, aunque predomine paulatinamente ese componente romántico, que de alguna manera todos sabemos concluirá de la forma previsible. Sin embargo, y contra esa convención en el punto de llegada, lo cierto es que es la convicción con las que las peripecias son mostradas, son las que permiten que su resultado siga manteniendo su vigencia seis décadas después de su realización. Una vigencia en la que tiene bastante que ver esa mirada humanista que se establece con sus personajes, unido a las pinceladas de melancolía que de manera paulatina se va incorporando en el último tramo de su metraje, y la extraña química que se establece en su pareja protagonista. Es evidente –pese a las reticencias mostradas por Wellman cuando la película se rodó-, que SMALL TOWN GIRL no tendría casi razón de ser sin la frágil y expresiva presencia de Janet Gaynor, bajo cuya mirada se describe la evolución de sus sentimientos, desde esa sensación de alienación que muestra en sus momentos iniciales, hasta la inevitable atracción que siente por ese esposo llegado por casualidad, y ante el que de alguna manera ha de mostrarse en apariencia fría. Junto a ella, combinando estolidez con profesionalidad y encanto ante la cámara, Robert Taylor sabe sobrellevar sus limitaciones, combinando con su partenaire una extraña química de notable pertinencia.

 

Calificación: 3

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