LETYAT ZHURAVLI (1957, Mikhail Kalatozov) Cuando pasan las cigüeñas
El recuerdo de LETYAT ZHURAVLI (Cuando pasan las cigüeñas, 1957. Mikhail Kalatozov), está representado primordialmente en el hecho de representar el inicio del deshielo del cine soviético tras el estalinismo, recompensado en su momento con la Palma de Oro del Festival de Cannes. Sin embargo, creo que en la propuesta de Kalazatov, más allá de su referencia historiográfica y de ciertas debilidades o irregularidades, encierra una película magnífica que sobrevive con fuerza el peso de su más de medio siglo de antigüedad. Y es que nos encontramos con una película que arriesga, que no tiene miedo a introducirse con fuerza y de manera primordial mediante la propia expresión visual y cinematográfica, en determinados sentimientos y rasgos que, en no pocas ocasiones, se encontraban encaminados al simplismo, el lugar común o la sensiblería. Son senderos que, afortunadamente, el realizador ruso sabe sortear precisamente por la extremada convicción con la que afronta la traslación de una historia de amor profundo –que tanto le encantaban décadas antes al norteamericano Frank Borzage-, dentro de un marco bélico que finalmente marcará la separación física de los dos protagonistas, aunque el sentimiento perdure en el recuerdo de uno de ellos, ejerciendo finalmente la ausencia del otro como catarsis para apelar al esfuerzo colectivo del pueblo soviético.
Nos encontramos en el marco de una Rusia a punto de entrar en la II Guerra Mundial luchando contra Alemania. Será el contexto que, casi de la noche a la mañana, se interpondrá en el intenso amor que se profesan Verónica (Tatiana Samoilova) y Boris (Alexei Batalov). Ambos son dos jóvenes obreros pertenecientes a familias humildes y trabajadoras, que pese a ciertas reticencias reconocen y aprecian el sentimiento que une a ambos –digno de resaltar es el comentario que, al respecto, manifestarán los padres de Verónica, despojados ya de todo sentimiento amoroso en su desgastada relación-. Es más, el propio hermano de Boris –Mark (Aleksandr Shvorin)- no ceja en su intención de buscar la atención de la muchacha, con la que se siente atraído sin que ello despierte cualquier recelo entre Boris-. De repente, la petición de voluntariado que ha solicitado Boris se verá respondida, provocando el dolor de su novia, quien aparentemente mostrará rechazo ante este y alejándose de él. En realidad, la situación se ha producido por una desafortunada concatenación de equívocos que finalmente impedirán que los dos novios puedan despedirse cuando Boris va a acudir al frente –impecable la elección de montaje de no mostrar ni acercar a los dos protagonistas en la marea humana que se describe en dicha despedida-. Mientras este se encuentra en el frente y no escribe a su amada –le ha escrito una nota reveladora en la ardilla que ha dejado como su regalo de cumpleaños, que Verónica no ha llegado a descubrir-, esta se muestra progresivamente despechada por su desinterés, mientras que en la vida cotidiana que rodea a la muchacha se va contemplando la terrible faz de la guerra. Una contienda que muy pronto llevará a Verónica al terrible trauma de perder a sus padres en medio de un bombardeo –la secuencia en la que esta asciende por la escalera central del edificio en donde vivía, casi derruido y aún en llamas, hasta abrir la puerta que comprobará la destrucción total de su vivienda y, con ella, la muerte de sus padres, es una de las más demoledoras del film-, y verse acogido en el hogar de la familia de Boris. Totalmente ausente, finalmente se rendirá por la entrega que le manifiesta Mark, el hermano de su novio, decidiendo casarse con él –la manera con la que concluye dicha relación, me parece uno de los elementos menos trabajados del relato-.
A partir de ese momento y del traslado de la familia hasta un hospital en Siberia, LETYAT… adquiere un carácter más crítico en torno a la realidad circundante, combinando el recorrido de la muchacha con las progresivas penalidades de su prometido en el frente, e incluso dejando como elemento de suspense la posibilidad de que Boris haya muerto o simplemente haya quedado herido de gravedad por medio de un disparo fortuito. Verónica quedará envuelta en los recuerdos, amargándose dentro de su ayuda a los convalecientes del hospital que se encuentra desbordado por heridos de guerra, descubriendo de forma paulatina los indicios que revelarán los auténticos sentimientos que este sentía por ella cuando marchó en su lucha contra los nazis –algo que se manifestará cuando logre dar lectura a esa nota que se encontraba escondida en la pequeña ardilla que guardaba con tanto cariño-. Será ya demasiado tarde para rectificar el hecho de su boda con Mark, que la película poco a poco irá describiendo con justeza como un arribista de aparentes finos modales que sabe utilizar su atractiva presencia para lograr ser relevado de ir al frente, y que no duda en utilizar el estraperlo y las influencias en su beneficio. Toda una amalgama de situaciones in crescendo que finalizarán con el conocimiento de la terrible noticia por parte de la muchacha –Boris murió en la escaramuza que previamente ha mostrado la pantalla-, que inicialmente se resistirá a creer, pero que finalmente asumirá en el momento de asistir a la aclamada llegada de los combatientes. Será para ella un auténtico momento de inflexión, en donde comprobará por un lado –la metáfora del vuelo de las gaviotas- la necesidad de que la vida siga –y para ello quizá el padrinazgo de ese niño que salvó de un accidente y que desde entonces se encuentra a su cuidado, suponga para ella la posibilidad de un futuro en el que el amor tenga cabida- y, con ello, la necesidad del esfuerzo para la progresión de la colectividad.
A tenor de lo descrito, el film de Kalatozov intenta combinar la fuerza de un relato romántico provisto de unos perfiles fatalistas y de límites extremos, con la necesidad de un discurso moral que apele a la necesidad del progreso en una sociedad soviética dominada hasta el momento de la realización del film, de un contexto de opresión y ausencia de manifestación de toda crítica. No obstante, y como señalaba al inicio de estas líneas, si LETYAT… sobrevive con fuerza en nuestros días es por el arrojo exclusivamente cinematográfico que, casi en todo momento, manifiesta su metraje. Cierto es reconocer que esa búsqueda resulta casi obsesiva por unas formas cinematográficas arriesgadas que, en la mayor parte de sus expresiones, logran su objetivo, plasmando el concreto estado de ánimo de sus protagonistas, y logrando con ello trasladar al espectador en el cada vez más triste y desesperanzado romanticismo que, finalmente, se transformará en renovada energía vital para Verónica. Cierto es también que en algunos de los momentos quizá más celebrados por ciertos comentaristas –la plasmación visual del impacto que la inesperada bala que finalmente acabará con la vida de Boris-, bajo mi punto de vista se antojan un tanto anticuados visualmente –por más que quizá ejerzan como inesperado precedente cinematográfico de las nearth death experiences-. Quizá del mismo modo el uso de la elipsis en algún momento se revele probablemente demasiado abrupto –aunque en líneas generales ejerza como un poderoso rasgo de estilo-, o que determinadas acciones se muestren escasamente definidas –la ausencia de evolución alguna que justifique la boda de Verónica con Mark-. En cualquier caso, y aún reconociendo dichas imperfecciones, es tal la fuerza que despliega el conjunto del metraje, tal la confianza y sinceridad que Kalatozov muestra a la hora de plasmar cinematográficamente esta amalgama de sentimientos y emociones, que no se puede poner en duda el alcance que esa convicción se contempla en la pantalla. Sin ánimo de resultar exhaustivo, no se puede dejar de recordar el larguísimo movimiento de grúa que describe el alegre ascenso de Boris por la escalera hasta la vivienda de su novia, la fuerza arrebatadora que adquiere la secuencia en la que Verónica descubre la tragedia que sobreviene en su vida con el bombardeo de su casa –en un movimiento, curiosamente, similar al que minutos antes ha vivido su novio con un sentimiento contrapuesto de felicidad, y que ha ido precedido de un breve y premonitorio intercambio de impresiones por parte de sus cansados padres-; o el fragmento tortuoso que mostrará el discurrir de Boris en medio de un pantano cargado con un compañero herido, con el que previamente se ha peleado al defender el recuerdo de su novia, cargado de un duro e intensamente físico alcance, y que culminará con la larga e impactante escenificación del efecto de la bala sobre este, que anteriormente he destacado como elemento envejecido. Sin embargo, hay una secuencia que de alguna manera resume el caudal de posibilidades y al mismo tiempo la menguada caducidad de la narrativa empleada por Kalatozov. Me estoy refiriendo al intenso fragmento que describe el estado catatónico de la protagonista tras la traumática muerte de sus padres, asistiendo insensible a un improvisado concierto de piano por parte de Mark. Este le increpará su ausencia de ganas de vivir, hasta que finalmente en ella se recupere el sentimiento del miedo al registrarse un intenso bombardeo. Los artefactos romperán los cristales y convertirán la impecable estancia en un auténtico infierno. En medio de este marco dantesco, Mark intentará sublimar la situación interpretando con fuerza una pieza al piano –un detalle magnífico-, besándola posteriormente pese al rechazo de esta, y portándola en brazos cuando Verónica finalmente se desvanezca.
Una secuencia deslumbrante por momentos, excesiva en otros, pero que marca un momento de inflexión de un relato que se expresa en todo momento en imágenes, y en el que, que duda cabe, se benefició al máximo de la simbiosis existente en las inquietudes visuales de su realizador –que previamente había ejercido como cámara- con su operador de fotografía, Sergei Urusevsky. Esta circunstancia permitirá que LETYAT… tenga un predominio de primeros planos en los que se busque el apoyo de intérpretes o situaciones en segundo término, buscando una profundidad de campo respaldada por una contrastada iluminación en blanco y negro y apoyada por puntos de luz de contrastada efectividad. Si a ello unimos la constante y buscada inventiva visual del conjunto y la acertada combinación de drama compartido por sus protagonistas, insertado en un fresco social dominado por la dureza y las dificultades, lograremos describir la casi irresistible fuerza de una película probablemente imperfecta, pero que en su arrebatadora intensidad, revestida de ausencia de sentimentalismo, sigue ofreciendo una vigencia casi inmarchitable.
Calificación: 3’5
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