SMOKIN ACES (2006, Joe Carnahan) Ases calientes
Es bastante fácil insertar SMOKIN’ ACES (Ases calientes, 2006. Joe Carnahan) dentro de las películas que con el paso de los últimos quince años, han asumido en su concepción y puesta en escena una clara influencia del cine de Quentin Tarantino. Puede que para no pocos aficionados esta suponga una referencia de especial interés, más no para mí, en la medida que no encuentro en la figura del auto promocionado Tarantino, más una de las influencias más negativas que el cine ha asumido en los últimos exponentes del siglo XX y primeros del siglo en el que nos encontramos. Pero al mismo tiempo, el film de Carnahan es una muestra más del tipo de cine más o menos brillante, más o menos discutible, más o menos tramposo, planteado ante todo con la voluntad de “epatar” y erigirse como pretendido referente de modernidad cinematográfica. Es el ejemplo que, en los últimos años, proporcionaron títulos como THE USUAL SUSPECTS (Sospechosos habituales, 1995. Brian Singer) o SE7EN (Seven, 1995. David Fincher, 1995). Como se puede señalar, nos encontramos ante referentes que pueden gustar o ser cuestionados de la misma manera, pero que en la mayor parte de sus ejemplos han logrado encandilar a crítica y público, sirviendo como autentica avanzadilla en la trayectoria posterior de sus artífices –curiosamente también ejerciendo como guionistas de dichos títulos-. En este contexto, no podemos vaticinar si dicho enunciado se puede aplicar en la andadura futura de Carnahan, pero sí que es cierto que sus resultados y elementos de configuración permiten insertarse dentro de las características que definen este tipo de manifestaciones fílmicas. Todas ellas suelen estar inscritas dentro del marco del “thriller”, en ellas suelen participar conocidos intérpretes, sus guiones presentan elementos de índole metafísica y, por supuesto, estos se ofrecen como sofisticadas y en apariencia brillantísimas manifestaciones dramáticas.
En este sentido, SMOKIN’ ACES queda delimitada, punto por punto, en dicho conjunto de características, erigiéndose a primera instancia como una propuesta festiva, muy cercana al espíritu del mencionado Tarantino. A su desarrollo contribuye una auténtica marejada de personajes, distribuidos por lo general en pequeños grupos, y procedentes todos ellos de diferentes contextos de criminalidad, que se van a emplear a fondo en el asesinato de la estrella del espectáculo Buddy Israel (Jeremy Piven). Este se ha brindado como testigo en contra de un capo de la mafia, quien ha marcado una escandalosa recompensa para el que lo logre eliminar. A partir de dicha premisa, y también a través del seguimiento que ofrecen de dicha intuición los agentes Carruthers (Ray Liotta) y Messner (un sorprendentemente eficaz Ryan Reynolds), el desarrollo posterior de la función se esgrime en una sucesión de brillantes y aparatosos episodios, en donde se conjuga una auténtica apoteosis de la violencia –a veces extremadamente exagerada, véase si no, todo lo concerniente al trío de punks que manejan incluso sierras mecánicas, y parecen emergidos de cualquiera de las entregas de MAD MAX-, junto a un alcance tragicómico, nihilista e incluso metafísico en no pocas ocasiones. A mi modo de ver, el film de Carnahan alcanza sus mayores tintes de nobleza, cuando procura insertarse en cualquiera de dichos repliegues, dejando de lado esa exacerbación de la violencia –en algunos momentos, todo sea dicho, alcanzando tintes paroxísticos de difícil digestión-. Será en secuencias tan atractivas e incluso originales como la que muestra la extraña y macabra conversación mantenida por el alocado Darwin Tremor (realmente magnífico Chris Pine, muy alejado de la meliflua imagen cinematográfica que hasta entonces lo había caracterizado) ante el cadáver de Jack Dupree (Ben Affleck), en la tensa situación planteada entre Carruthers y el viejo capo camuflado de oficial de hotel, en los instantes reflexivos en los que Israel va hundiéndose progresivamente en su cada vez más lúgubre aislamiento material e incluso existencial –especial mención al momento en que su representante le anuncia la ruptura del acuerdo con la justicia para que declarara como testigo-, o en ese instante casi digno del absurdo más demoledor, en el que uno de los atacados –Hollis Elmor (Martín Henderson)- por el trío de asesinos de rasgos punk, se reencuentra con el único superviviente de estos, el joven Darwin, quien parece convencerle que no se vengue inútilmente de él, hasta que al final la lógica de su asesinato impere. Serán momentos igualmente atractivos como la sorprendente concienciación final de Messner, quien poco a poco intuirá que algo poco claro se esconde bajo la actuación del FBI, que ha puesto como auténticos cebos a numerosos agentes, entre ellos a su compañero.
De todos modos, esta circunstancia final antoja bastante gratuita en su desarrollo. Y es que, preciso es reconocerlo, la lógica argumental de SMOKIN’ ACES no es precisamente una de sus mayores virtudes. La resolución de su aparentemente enrevesada premisa argumental, no es a mi modo de ver más que la evidencia más clara de la fragilidad de la estructura dramática de un film que pretende brillar, sorprender y epatar en base a la capacidad pretendidamente transgresora de su distintos episodios, en la brillantez del montaje, y a esa creciente y sórdida sensación festiva con la que se inicia su planteamiento –en algunos momentos, parece que nos encontremos con una secuela más de la serie OCEAN’S... firmada por Soderbergh-, hasta insertarse por recovecos dominados por su faz oscura. En definitiva, una película que entremezcla su degustación como si de una sucesión de fuegos artificiales se expresara. Dicho sea de paso, estos son de primera calidad, y en pocas ocasiones se muestran fallidos en su disparo. Cierto es que más allá de esa impresión, se aprecian buenas maneras al mismo tiempo que las ya señaladas y evidentes influencias y, por ello, conviene mantener un determinado voto de confianza ante la obra futura de Carnahan.
Calificación: 2
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