MEDIUM COOL (1969, Haxkell Wexler)
Al margen de su reconocido prestigio como uno de los operadores de fotografía más relevantes de las últimas décadas, la figura del norteamericano Haskell Wexler ha ido acompañada por una andadura paralela –más menguada- como realizador cinematográfico, escalonando sus propuestas dentro de unos ámbitos más experimentales, lindantes en ocasiones con el documental, y planteando en ellos una inquietud social de ámbito progresista. Es algo que se expresa con claridad en su segundo largometraje –primero en el que se introduce en el ámbito de la ficción- MEDIUM COOL (1969) -por cierto, jamás estrenada comercialmente e nuestro país-. Una propuesta muy ligada de partida con el contexto más contracultural que ofrecía el cine de su época –un rasgo al que el paso del tiempo ha hecho envejecer de manera notoria en buena parte de sus manifestaciones cinematográficas-, pero del de manera milagrosa logra emerger, quizá debido a esa sinceridad que Wexler imprime a un planteamiento en ocasiones caótico, en otras ingenuo, y en algunos momentos incluso tan envejecido como el propio de aquellos tiempos. Sin embargo, la propuesta poco a poco logra articular un discurso –visual y temático- de sorprendente coherencia, llegando en sus imágenes a plantear tintes de tragedia individual y llamamiento colectivo a la inutilidad de unos tiempos convulsos.
Ya solo el inicio de su metraje, nos advierte que no nos encontramos ante un film cualquiera. Dos reporteros acuden a filmar –en solitario-, un accidente que acaba de producirse en una autopista, y cuya conductora está agonizando. Con una enorme frialdad procederán a registrar la noticia con la cámara sin hacer caso a la vida humana que se encuentra en juego, teniendo solo el gesto último de llamar para que acuda una ambulancia –tras un plano secuencia que describirá la mirada que el cineasta ofrecerá a lo largo del film-, y sin intuir el espectador que este comienzo se reiterará de manera trágica y al mismo tiempo distanciada en los instante finales del mismo. El cámara de este equipo de dos profesionales de una cadena de televisión de Chicago, es el joven y emprendedor John Cassellis (un muy solvente Robert Forster), antiguo jugador de boxeo y profesional competente y al mismo tiempo distanciado en todo aquello que no sea el desarrollo de su trabajo. Partícipe de un ritmo de vida frenético incluso en sus relaciones sentimentales, periodista entregado al servicio de su profesión y al propio tiempo desprovisto de humanidad o todo aquello que se acerque a la hipocresía, Cassellis es el prototipo del hombre triunfador, aunque para ello haya despojado cualquier atisbo de humanidad en su personalidad.
Testigo de todas las convulsiones que vive la sociedad urbana que le rodea, de manera casual un día se acercará el contexto humilde que define la joven Eileen (Verna Bloom), joven viuda de un soldado de Vietnam, con un hijo a sus espaldas, y que vive en una de las zonas obreras de la ciudad. A partir de ese momento, nada será igual para el modus operandi de nuestro protagonista. La frialdad con la que ha ido definiendo los establecimientos estancos de su vida, adquirirá una extraña luz bañada en sentimiento, aunque paradójicamente tal circunstancia lleve aparejada su caída en desgracia en la cadena televisiva en la que hasta entonces ejercía como auténtico referente. En medio de un contexto donde podemos asistir a la convención demócrata de aquel año, a las crecientes protestas de grupos pacifistas y, en conjunto, a la convulsión de un periodo en el que la crisis de la sociedad de consumo ya se iba palpando en un ámbito en el que se reclamaban otros modos existenciales –plasmados en la cultura hippy- al tiempo que una apuesta encaminada a tender puentes en torno al creciente papel de las minorías étnicas.
Con todo este compendio, MEDIUM COOL tiene la extraña virtud de aplicar de una original manera todas estas vertientes, dentro de un discurso fílmico abierto y disperso, irregular en ocasiones, caduco en otras –la secuencia de la fiesta psicodélica a la que asisten John y Verna-, pero en definitiva caracterizado por una extraña sinceridad en su planteamiento cinematográfico, incorporando imágenes documentales y logrando, en esta extraña mezcolanza fílmica, un alto grado de veracidad en su referencia como testimonio de la virulencia de su tiempo, al tiempo que sorteando los aspectos que hicieron naufragar o envejecer tantas propuestas cinematográficas de aquellos años. Y es que, mientras un director de la talla de Michelangelo Antonioni se estrellaba en ZABRISKIE POINT (1970), mientras que John Schlesinger ofrecía un sobrevaloradísimo alegato moralista en MIDNIGHT COWBOY (Cowboy de medianoche, 1969), tan sobrevalorado como la previa IN THE HEATH OF THE NIGHT (En el calor de la noche, 1967) de Norman Jewison –en la que nuestro director ejerció la tarea de operador de fotografía-, hete aquí que, con tanta humildad como valentía, Wexler plantea lo que en última instancia podría quedar definido como un auténtico alegato nihilista, ejerciendo en el último momento como irónico demiurgo en una mezcla de ficción y realidad, en la que no se ausentarán ni los saltos temporales en su narrativa, ni la sensación final de que nada, nada, escapa al absurdo de nuestra existencia. Un mensaje que sigue, vigente, corregido y aumentado, tanto en la sociedad norteamericana como en el mundo occidental de nuestro tiempo, y que esta tan extraña como finalmente apasionante mezcolanza, plantea con rara lucidez.
Calificación: 3
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