COMME UN BOOMERANG (1976, José Giovanni) La última esperanza
Lo confieso. Hasta el momento de contemplar esta película, nunca había sentido el más mínimo interés por la trayectoria de José Giovanni como realizador. Y es que aún reconociendo la aportación como guionista y argumentistas del conocido escritor –y previamente delincuente- francés, lo cierto es que mi intuición me revelaba un escaso interés en su aportación tras la cámara. Un lejanísimo y poco perdurable recuerdo de la visión de una de sus películas, y el propio hecho de que estas no se hayan encontrado disponibles la poco más de una decena de propuestas por él dirigidas, me encaminaban a la contemplación de COMME UN BOOMERANG (La última esperanza, 1976) con el mayor de los escepticismos, solo salvado por la seguridad que proporcionaba la presencia de Alain Delon al frente del reparto y encontrarse en el mismo un veterano de la talla de Charles Vanel. Lo cierto es que, ahondando en estos recelos, los primeros minutos de la función hacen temer lo peor. Son la materialización cinematográfica de una fiesta en la que un grupo de niñatos de buena familia se disipan en su comportamiento, consumiendo drogas sin descanso. Una endeble escenografía psicodélica que culminará con el asesinato involuntario cometido por parte del joven Eddy Batkin (impecable Louis Julien), disparando contra un agente de policía, casado y con dos hijos, que resulta muerto en el acto. El muchacho será inmediatamente detenido, procediéndose contra él un proceso judicial que podría costarle incluso la pena de muerte.
Las prevenciones que podían emanar de estas primeras imágenes, afortunadamente se irán disipando, al comprobar como Giovanni y el propio Alain Delon –protagonista, coguionista y productor del film-, elaboran un interesante y complejo entramado argumental, a partir del cual se plasmará una mirada desencantada en torno a un marco social dominado por su apariencia de progreso y bienestar. Dentro de ese ámbito, Eddy es el hijo de un industrial acomodado –Jacques Batkin (Delon)-. Este fue un antiguo delincuente de procedencia polaca, que logró luchar para adquirir un estatus social a través de su esfuerzo por emerger de la delincuencia, estableciénndose como modelo de conducta. Algo que llevó aparejado una integración en la sociedad francesa, al casarse con una mujer de respetable familia –Muriel (Carla Gravina)-. A partir de dichos mimbres, la dramática circunstancia servirá como catalizador para revelar la falsedad ante la que se asienta ese marco de progreso e integración sobre el que se ha desarrollado el despegue social de Batkin. Al mismo tiempo, y según se vayan desarrollando los tintes sombríos de la evolución del proceso, intuyéndose que el muchacho va alcanzando los indicios más negativos en torno a su previsible condena, irá aflorando en el próspero industrial su antigua audacia como conocido y respetado delincuente. Será un proceso que Giovanni llevará con notable eficacia a la pantalla, desplegando en la misma la complejidad de ese rechazo que la sociedad manifestará a lo considerado como marginal o al margen de la normalidad. Es así como Batkin recibirá incluso el desprecio de sus suegros, que pedirán que su nombre desaparezca en la denominación de su empresa, e incluso recibirá la animadversión del juez de la causa o el propio agente que se encarga del proceso.
Todo ello conformará una auténtica radiografía de la hipocresía, que el cineasta desplegará basándose en la labor de los actores –con la madurez de Delon y la sabia veterania de Vanel a la cabeza-, y en la que con un notable sentido de la progresión se plasmará esa auténtica huida hacia delante, en la que el cada vez más acosado industrial, intentará por todos los medios salvaguardar a su vástago de ese incierto futuro que se avecina sobre su cabeza, en buena medida propiciado como una especie de extraña venganza que toma como referente el pasado de su padre. Será esta una circunstancia que favorecerá el respeto del muchacho por parte de los veteranos compañeros de prisión y que de alguna manera propiciarán en Eddy un novedoso sentimiento de admiración hasta entonces desconocido en la figura de su padre. Será una tendencia que insuflará al joven de un extraño sentimiento de responsabilidad e incluso de emulación de las ya lejanas pretendidas “hazañas” de su progenitor. Ese proceso por un lado favorecerá un progresivo rechazo en torno a lo que los Batkin puedan representar en función del pasado de Jacques –a quien parece que la propia sociedad no perdona que lograra rehabilitarse en su entorno-. La película logra marcar la incardinación de ese doble proceso, que por un lado estará marcado por el rechazo social hacia el hasta entonces próspero industrial, y por el otro marcará un progresivo acercamiento de padre e hijo, muy probablemente hasta entonces separados en su rutina diaria.
A este respecto, la película no dejará de insertar una última acción desesperada por parte del padre para retomar su audaz pasado como delincuente, apostando por un intento casi condenado de antemano en el que logre salvar a su hijo de una condena de terribles y casi ineludibles perfiles. Será la culminación de una escalada que finalmente provocará la desazón del veterano letrado y amigo de la familia –Me Ritter (Charles Vanel)-, pero que encontrará de manera insólita la solidaridad en la lejanía de su fiel esposa –aunque no madre del muchacho-, quien desde una cómoda posición social añorará la valentía y, en el fondo, la libertad que su esposo e hijastro van a vivir en esos mismos momentos. Puede ser, a este respecto, que la presencia del ralenti y el congelado de imagen final sea un recurso facilón para plasmar la conclusión de la película –tras una arriesgada huída de padre e hijo, que está a punto de finalizar traspasando la frontera de Francia a Italia-. Lo es, como resulta del mismo modo un tanto ridícula la secuencia en la que Jacques acude a la mansión en la que se desarrollaron los hechos, respondiendo a la pareja de caprichosos gemelos niños de papá que convocaron la fiesta que culminó con el asesinato del inicio. Son, sin embargo, males menores de un relato intenso, directo, en el que Delon ofrece un papel magnífico que le confirma como una de las grandes personalidades del cine europeo, al servicio de una mirada desencantada de esa visión superficial de la prosperidad social, en cuya confrontación la legitima autenticidad de la vida de la marginalidad con probabilidad yerra en su definición como delincuencia, ya que en realidad se ofrece como un auténtico referente de vida en libertad.
Calificación: 3
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