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CINEMA DE PERRA GORDA

LE GITAN (1975, José Giovanni) Alias el gitano

LE GITAN (1975, José Giovanni) Alias el gitano

Siendo como fue mucho más conocido por su fecunda labor como escritor de novelas noir escoradas a la vertiente polar, entere las que destacaríamos la que sirvió de base a la excepcional LE TROU (La evasión, 1960 Jacques Becker) una de las cimas del cine francés, lo cierto es que el paso de los años ha proporcionado a la obra de José Giovanni como cineasta, de un valor suplementario que quizá en su momento no fuera advertido. Cierto es que en su cine ni podríamos encontrar la hondura mostrada por el citado Becker en su film testamentario, ni las capacidades que mostró el mundo existencial de un Jean-Pierre Melville. Ni siquiera el ocasional brillo y esplendor del René Clèment de inicios de los sesenta. Sin embargo, su cine creo que el paso de los años lo que podía ser considerado en principio como de trazo grueso, ha otorgado una patina de sinceridad, de cine directo y veraz, de crónica en definitiva de la tribulación de una series de personajes, que por lo general Giovanni supo tratar de la misma manera como cineasta, borrando en todo momento esa espúrea división maniquea de seres al frente y al margen de la ley.

LE GITAN (Alias el gitano, 1975) –producida por la estrella del género Alain Delon-, es uno de esos ejemplos en los que podemos asistir a la demostración del vigor que Giovanni nos plantea, en una propuesta en la que se pone en contraposición dos seres que han desarrollado buena parte de sus vidas a espaldas de la ley. Uno de ellos es el elegante Yan Kug (magnífico Paul Meurisse), de quien en los primeros instantes comprobaremos como realiza un sofisticado a una joyería –el eco de la un tanto lejana DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES (Rififí, 1955. Jules Dassin) viene a la mente-. Por su parte, en un polo totalmente contrapuesto se encuentra Hugo Sennart (magnífico Alain Delon, transmitiendo con su mirada la furia de un ser desplazado por su condición como gitano, y demostrando su generosidad con sus compañeros de reparto). Sennart es un delincuente con un dilatado pasado, perseguido con saña por los estamentos policiales, y que no cejará en su empeño de realizar unos últimos golpes, aunque en el fondo de su ser, intuya que su fin se encuentra cercano. Por su parte, el ladrón de joyas llegará a su domicilio, encontrando a su esposa charlando con un supuesto amante, lo que culminará con un enfrentamiento con este que provocará la muerte accidental de su esposa. En definitiva, el realizador nos introduce con dos seres opuestos en sus modos y circunstancias, pero unidos sin que ellos lo adviertan en su inicio, por el hecho de resultar objeto de la persecución de la policía. Como se si tratara de una inesperada “alfa y omega”, el devenir de ambos seres se irá ligando, sin que ellos mismos se den cuenta de ello.

En torno a esta curiosa paradoja, Giovanni acierta al trazar una galería humana en la que no falta una mirada compasiva hacia esos desahuciados componentes de la raza gitana –muchos de ellos familiares del protagonista-, o la facilidad con la que la acción de los agentes del orden puede provocar la delación de los que en teoría serían amigos de Hugo –los siniestros hermanos Rinadi, que con rapidez serán liquidados al comprobar su colaboración con la policía, por parte de este y sus hombres. Lo hace con una formulación narrativa directa y sin florituras, dominada por esos tonos terrosos que domina su fotografía –obra de Jean-Jacques Tarbès-, extendiéndose incluso en aspectos como la descripción del funcionamiento de policía, en el que destacará el enfrentamiento final entre Sennard y el jefe de estos –un hombre provisto de una extraña sensatez, y que de alguna manera en el dominio de su profesión le ha proporcionado una cierta comprensión con la figura del delincuente-. Pero entre la policía encontraremos a oficiales advenedizos como el arrogante y joven Mareuil (Bernard Girardeau) –del que muy pronto supimos fue el amante de la mujer de Yan Kug y, de manera indirecta, el causante de la muerte accidental de esta. En suma, se apuesta por esa capacidad expresada por Giovanni por crear una ambivalencia en la que no sabemos donde se encuentra el comportamiento de verdad leal y el interesado o dominado por elementos que desvirtúan la nobleza de los comportamientos. En este sentido, Sennard será un ejemplo perfecto de hombre que, estando al margen de la ley, se caracterice por el cumplimiento de su palabra y la nobleza de sus actuaciones, por más que ante el conjunto de la sociedad aparezca como un ser sediento de sangre –esa circunstancia será algo que comprobará el veterano comisario en su último encuentro con este, valorando en él las palabras que le pronuncia cuando estaba a su alcance “yo no soy un asesino”. Por su parte, Yan Kug representará al ladrón de guante blanco, que intentará una segunda oportunidad en el amor al volver a reencontrarse con la ya veterana aunque aún saludable Ninie (Annie Girardot), ante la cual confiará la gestión de la venta del robo de joyas. Será aquel, el contexto en el que se reunirán los dos protagonistas del film, en un penúltimo bloque, quizá el más hermoso de la película, donde dos seres de extracción social y educación totalmente opuesta, en realidad demostrarán en última instancia una mutua admiración; ese guiño final de Hugo a Yan a la hora de solicitar ante el acoso de la policía –que grande Delon cuando en el ascensor advierte la llegada de estos- la llave del coche, con el que, una vez más, logrará escapar al acoso de esta. Cierto es que en la película se detecta alguna laguna, como ese deseado rescate de Hugo del ayudante que se encuentra en el hospital y será sin duda condenado a muerte, pero no es menos evidente que Giovanni pone en práctica un relato directo y contundente, en el que la añoranza por unos modos perdidos, por las diferencias ante lo que puede representar lo comúnmente representado por la sociedad –bien sea la presencia de la raza gitana, o en la existencia aún de ladrones de guante blanco-, parecen resistirse dentro de una sociedad en la que puedan tener una mayor cabida otros tipos de delitos. Delitos quizá más permisibles ante una sociedad hipócrita –el que ejemplifica el detestable Mareuil-. Sin embargo, Giovanni no tira la toalla. Ni la detención del veterano ladrón de joyas, ni la sempiterna huída de Hugo –aunque en sus palabras se detecte una sensación de efímera pertenencia al mundo que le rodea-, impiden dejar de caracterizar a sendos personajes como representativos de un mundo de los que quizá podrían quedar como modelos casi, casi, a punto de extinción. Una vez más, el mundo directo, contundente y veraz del novelista, tuvo en la pantalla una presencia corpórea, creíble y, evidentemente, válida, rodeado además de un magnífico grupo de característicos.

Calificación: 3

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