MAN OF THE FOREST (1933, Henry Hathaway) El hombre del bosque
Como primeros y rápidos exponentes de una de las filmografías más extensas y homogéneas que registró el cine norteamericano, Henry Hathaway se fue fogueando en el terreno de la realización con una serie de ocho westerns de escueta duración y rápidos rodajes en el seno de la Paramount, basados todos ellos en sendas novelas del popular Zane Grey. Fueron títulos cercanos al serial, pero ya en sus imágenes se vislumbraban buena parte de los rasgos que definieron la valía del cineasta no solo en este género, sino en el cine de aventuras –obviemos en esta ocasión su apego a otras vertientes genéricas, que no se podían intuir en estos primitivos títulos-. Pese al corto alcance que puede caracterizar un título como MAN OF THE FOREST (El hombre del bosque, 1933) –en el que un poderoso inconveniente es la mala calidad de la copia que se dispone-, resulta un referente –como supongo lo serán el resto de títulos rodados con tanta rapidez por Hathaway, para que apenas tres años después filmara una apuesta tan valiosa como THE TRAIL OF THE LONESOME TRAIL (El camino del pino solitario, 1936) o, años después, THE SHEPHERD OF THE HILLS (El pastor de las colinas, 1941) –con el que comparte la presencia en el reparto del excelente Harry Carey-.
Brett Dale (un jovencísimo Randolph Scott) es un audaz jinete, fiel amigo de Jim Gaynor (Harry Carey), quien teme que las tierras que posee en un valle -dominado por un hermoso lago- le sean confiscadas por unas leyes del todo punto injustas, estando al acecho sobre ellas el perverso Clint Beasley (Noah Beery). Esto no ha dejado de formular ofertas económicas a Gaynor, obteniendo en todo momento la negativa por su parte, e incluso ideando una estrategia para poder seguir manteniendo la propiedad de esas tierras que ha trabajado durante toda su vida. La idea se basará en traer a las mismas a su sobrina Alice (Verna Hillie), aspecto que también advertirán los hombres de Beasley, por lo que intentarán secuestrarla a su llegada a la localidad, antes de que pueda acudir junto a su padre. Consciente de la estratagema, Dale logrará desbaratar la misma “secuestrando” también a Alice quien, desconocedora de la situación que protagoniza de manera involuntaria, acogerá con manifiesta hostilidad al joven, entendiendo que este lo que desea es secuestrarla. A partir de dichas premisas, la película se centrará en la constante ofensiva por parte de Beasley, ayudado por sus secuaces y con el apoyo implícito del sheriff de la localidad. Será una ofensiva que llegará a acabar con el veterano propietario, y que atacará a la cabaña en donde se atrincheran Brett –este después de ser condenado injustamente de la muerte de Gaynor- y Alice.
Todas estas peripecias, expuestas en un metraje que apenas supera la hora de duración, son señal de la capacidad de concisión que demuestra Hathaway en esta su quinta película, en la que de una parte veremos esos elementos consustanciales al cine de aventuras, demostrados en la amistad que Dale mantiene con un leopardo y sus pequeños, y por otra –y es esta una de las facetas más valiosas de un conjunto simpático dentro de su apego al serial-, la facilidad con la que el realizador integra el paisaje y las secuencias exteriores casi como el principal personaje de la película. Ello, justo es reconocerlo, va en detrimento del trazado de unos personajes que apenas pueden emerger del mero estereotipo. Era por otra parte algo habitual en estas muestras de cine del Oeste aún en estado embrionario, en las que importaba más el desarrollo de una trama más o menos rudimentaria, que la complejidad psicológica de sus protagonistas –y no digamos ya la de los secundarios-. Pero asumiendo de ese esquematismo que el western demostraba en aquellos años balbuceantes para el mismo –con excepciones honrosas como THE BIG TRAIL (La gran jornada, 1930. Raoul Walsh)-, bastante es que en una producción serial encontremos las suficientes dosis de acción, que ciertos personajes –los ayudantes de Dale- aporten esa pincelada cómica, que la relación entre este y Alice ofrezca un mínimo apunte de credibilidad –las miradas de esta a la mano herida de Brett, pensando por un momento que ha sido el autor de la muerte de su tío-, o que determinadas situaciones propias de la acción, estén resueltas con notable agilidad –el asedio casi inclemente a la cabaña del joven protagonista, provisto de una serie de elementos; las antorchas que son rechazadas por los disparos de este, el acoso de uno de los sicarios por el tejado de la misma, que es respondido de forma oportuna y casi casual por uno de los ayudante de nuestro protagonista-. Ello sin dejar de reseñar el papel que llegan a tener las fieras que de alguna manera simbolizarán, en su extraña y cercana relación con el jinete, la ligazón de este con esa naturaleza, que en MAN ON THE FOREST es plasmada con tanta sencillez como credibilidad.
Dentro de una película que aún resulta como sencillo entretenimiento, y alberga además no pocos destellos que desarrollaría su director con posterioridad en una filmografía privilegiada, hay un detalle divertido, que visto casi ocho décadas después, adquiere un involuntario alcance filogay. Me refiero a la afirmación defensiva de Brett, cuando deja a Alice en su cabaña después de haberla “secuestrado” los secuaces de Beasley, señalándole convencido: “Ni me gustan, ni me gustarán jamás las mujeres”. Dicho esto en boca de Randolph Scott, en tantas ocasiones rumoreado por su relación con Cary Grant, adquiere tanto tiempo después un sarcasmo, que en buena medida demuestra la inocencia que albergan las aún frescas imágenes de esta tan discreta como efectiva mezcla de western y cine de aventuras.
Calificación: 2
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