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CINEMA DE PERRA GORDA

SUMMERTIME (1955, David Lean) Locuras de verano

SUMMERTIME (1955, David Lean) Locuras de verano

Cuando David Lean asume la realización de SUMMERTIME (Locuras de verano, 1955), acababa de filmar una de sus obras más atractivas y menos reivindicadas –HOBSON’S CHOICE (El déspota, 1954)-, y estaba a punto de acometer la primera de las superproducciones que marcarían el posterior devenir de su no muy extensa filmografía –me refiero a THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI (El puente sobre el río Kwai, 1957)-. Como buen esteta, Lean no se resistió a sucumbir a una de las modas –y no lo digo en sentido peyorativo-, que asumía el cine lleno de transformaciones industriales de mediada la década de los cincuenta. Me refiero con ello al numeroso conjunto de producción que acogía títulos basados en su efecto dramático a través del contraste de culturas que centraba el viaje de unos protagonistas a ámbitos exóticos, propicios tanto para la reflexión y la transformación de sus personajes –en el sentido más noble-, como para propiciar un recorrido visual de marcado carácter turístico –su vertiente más comercial y prescindible-. Ni que decir tiene que tal tendencia ya se había formulado en épocas precedentes, pero tuvo un especial acomodo en el contexto de una cinematografía que utilizaba las posibilidades del color, la facilidad de rodajes en países extranjeros y también una marcada tendencia por el exotismo que en sus mejores exponentes –THE RIVER (El río, 1951. Jean Renoir)- podía entroncar a la esencia del cineasta, en otros –LOVE IS A MANY-SPLENDORED THING (La colina del adiós, 1955. Henry King)- abría la posibilidad de prolongar los rasgos de una marcada personalidad, mientras que finalmente supuso el principio del fin de un cineasta tan interesante como Jean Negulesco. En medio de dicha corriente, no puede decirse que Lean alcanzara con el título que nos ocupa ninguna de las cimas de su cine. De hecho se la suele considerar una de sus obras más endebles, aunque uno quizá sea un poco más benévolo en su valoración, quizá pensando en la obra del británico sin tanto apasionamiento con el que esgrimen sus acérrimos defensores, aunque tampoco sin la superioridad con la que hasta hace poco se despachaba su obra. Reconozco, en este sentido, que su obra me parece más atractiva cuando esta se centra en elementos intimistas –aunque no me pueda adherir a la casi unánime adhesión que produce BRIEF ENCOUNTER (Breve encuentro, 1945)-, que en el momento en que la misma se inclina por ese grado epic por el que es más conocido. Es más, en ese último periodo es cuando Lean logra combinar ambas vertientes de forma armoniosa, en donde a mi modo de ver se alcanza el cénit de su personalidad –como ejemplifica la admirable A PASSAGE TO INDIA (Pasaje a la India, 1984)-.

Así pues, ejerciendo como obra puente, e incidiendo en esa tendencia ya señalada, que también asumieron en aquellos años cineastas como Michael Powell & Emeric Pressburger o Vincente Minnelli, SUMMERTIME se esgrime como una auténtica visión pictórica de un amor que nace y muere en Venecia. Ya los títulos de crédito inciden en dicha característica, destacando la película desde su primer instante –esos planos de la laguna de la ciudad italiana sobre los que recorre el tren en que viaja su protagonista-. Allí conoceremos a Jane Hudson (Katharine Hepburn), una norteamericana que ha alcanzado una cierta madurez en su soltería, y que ha decidido viajar hasta Venecia con una secreta intención de encontrar en ella un punto de inflexión para afrontar su madurez interior. Un punto de partida sencillo pero efectivo en la pantalla, que pronto llama la atención del espectador, en especial debido al extraordinario cromatismo que ofrece la fotografía en color de Jack Hildyart. A través de esa clara apuesta por la expresión de esa carnalidad que brinda el recorrido por la ciudad veneciana, Lean –que también actúa en calidad de coguionista, junto a H. E. Bates-, parece no conceder ninguna especial importancia al hecho de que la película deba contar algo interesante. Y es que, a fin de cuentas, es probable que SUMMERTIME aparezca –por supuesto- no como la mejor película rodada en una de las ciudades más bellas del mundo, pero si es probable que suponga aquella en donde esta es retratada con mayor intensidad. En este sentido, el film de Lean supone una auténtica sinfonía visual, introduciendo la cámara por callejas estrechas, por estatuas situadas en lo alto de sus nobles edificios, mostrando también los lugares más archiconocidos que cualquier persona tiene en la mente sobre dicha ciudad. Sin embargo, cierto es que la película sabe dar un paso adelante en ese sentido, logrando transmitir una extraña sensación de fascinación, que es la que a fin de cuentas sus imágenes manifiestan en la transformación que busca vivir su protagonista. Se trata de un proceso interior, al cual la película no ofrece la debida delimitación, aunque cierto es que la intensidad que se refleja en el rostro de la Hepburn si acierte a expresarnos esa extraña sensación de frustración existencial que, hasta ese momento, ha presidido una existencia que presumimos tan cómoda y ordenada como gris.

La combinación de la repercusión –incluso la represión- que se intuye en Jane, simboliza lo mejor de una película en la que se logra de alguna manera embaucar al espectador, a la hora de hacerle sentir ese mundo interior que se representa en la mirada curiosa e inquieta sobre una ciudad que esconde un pasado revestido en arte y misterio. Pero al mismo tiempo, esa sensación es la que, llegados a un punto no puede impedir que nos demos cuenta de la insustancialidad de la historia que sustenta un planteamiento visual por momentos embriagador. Y es que, en sustancia, SUMMERTIME relata la brevedad de un romance previsible entre la protagonista y Renato de Rossi (Rozanno Brazzi, especialista en este tipo de roles), un anticuario de cierta madurez pero amable personalidad y notable atractivo. Será quizá el catalizador de los deseos de nuestra protagonista, y Lean filmará con notable elegancia el momento en que ambos tienen el primer contacto en la plaza de San Marcos, sus posteriores acercamientos, la belleza de su visita a una pequeña isla marinera –en donde se resalta el extraordinario cromatismo de sus humildes viviendas-, el disfrute de ambos de un concierto de Rossini en la mítica plaza veneciana. Todo ello está expuesto con un gran cuidado visual, llegando en alguno de sus mejores instantes a revestir verdadera fuerza dramática. Pienso en ese momento –quizá el mejor de la película-, en el que la camelia que Renato regala a Jane cae a uno de los canales, intentando ambos infructuosamente recuperarla, mientras la sombra de ellos se proyecta sobre las aguas en las que discurre la flor, como clara metáfora sobre la futilidad del romance que ambos están viviendo. El rostro de desolación de la Hepburn ante un hecho tan fútil, nos permiten intuir su percepción de ese sentimiento efímero de felicidad, vivido en una Venecia de postal, en la que no faltan los gondoleros, los fuegos artificiales ¡si!, el niño que acompaña en todo momento a la protagonista, los turistas que en poco aprecian su belleza, también los personajes excéntricos –ese pintor diletante que se pasa los días en la pensión-. Pero con ese compendio de tópicos –tan evidentes como nunca estridentes-, lo cierto es que soto vocce, David Lean sí que sabe ofrecer una mirada de alcance casi telúrico, sobre una ciudad que parece cobrar vida e influir en el sentir de sus moradores. No importará incluso que este rompa el sentido de la planificación para mostrar grandes picados que inserten la grandiosidad de rincones de la ciudad, o que se detenga en planos que muestren la viveza de estatuas con movimiento. Lo cierto es que, quizá consciente de la evanescencia de su base dramática, Lean se inclinara por intentar potenciar el único camino que le permitía el film. Partiendo de ese enunciado, y reconociendo las enormes limitaciones que su resultado ofrece, no se puede negar que el cineasta logró envolver la nada bajo matices visuales por momentos deslumbrantes. Algo es algo.

Calificación: 2’5

1 comentario

HIldy Johnson -

A mí de esta película siempre me viene el recuerdo (y lo has nombrado en tu texto) la transformación de Hepburn... y me parece mágico cómo según va empapándose del espíritu de la ciudad y sobre todo cómo según se va enamorando su rostro se va relajando y va siendo cada vez más bello...
Besos
Hildy