DARK BLUE (2003, Ron Shelton) El rostro oscuro de la ley
Resulta fácil afirmar que un título de las características de DARK BLUE (El rostro oscuro de la ley, 2003. Ron Shelton), en modo alguno podría proyectarse como elemento de atracción para cualquier hipotético turista que deseara visitar la ciudad de Los Angeles. Y es que, más allá de sus múltiples aciertos, en pocos títulos más o menos recientes hemos encontrado una visión más demoledora de la ciudad californiana, sirviendo como marco de tensión interna por parte de sus habitantes, al tiempo que desde un pequeño grupo de policías se encamina la acción a la resolución de un cuádruple asesinato desarrollado en un humilde comercio chino. El inesperado acierto que emana de esta valiosa propuesta de un cineasta bien poco distinguido como es Ron Shelton –de quien recuerdo con escaso apego la lejana y olvidable BULL DURHAM (Los búfalos de Durham, 1988)-, proviene de esa mirada equilibrada y al mismo tiempo inmisericorde sobre la brutalidad que esconde la vida en una sociedad urbana. Era muy sencillo en este contexto asistir a un resultado desestructurado y caótico, máxime cuando la narrativa de Shelton apuesta de forma deliberada por combinar el uso de diferentes texturas visuales, lo que de entrada estaba abocado a un incierto perfil. Pero por una de esas extrañas fortunas que en ocasiones se muestran en el cine, DARK BLUE se erige contra todo pronóstico previo -pese a que no lograra ningún reconocimiento de público y crítica-, como una de las propuestas más terribles y atractivas aportadas por el cine policiaco norteamericano en la pasada década. Sobrepasando el interés de referentes más comerciales como la previa TRAINING DAY (Training Day: Día de entrenamiento, 2001. Antoine Fuqua) y al mismo tiempo sublimando la condición de una buddy movie más o menos al uso, su director acierta al elaborar un conjunto denso, desasosegador, contradictorio y homogéneo, brillando de la descripción de una fauna humana tan cuestionable como cercana, centrada en el estamento policial y judicial que rodea ese L.A. tan diferente al que por lo general suele mostrar la gran pantalla.
En realidad, el film de Shelton lograr trasladar a la imagen la previsible dureza emanada de la novela de James Ellroy, acostumbrado a describir un contexto humano e institucional repleto de lugares de sombra, de ambivalencias y desencanto, representada en la ficción por la andadura vivida por un veterano agente, Eldon Perry (Kurt Russell), a quien acompaña el joven e inexperto Bobby Keough (Scott Speedman), sobrino del veterano jefe Jack Van Meter (Brendan Gleeson), verdadero Mefistófeles dentro del organigrama policial, destinatario de diversas prácticas de corrupción, que no dudará en jugar con expresidiarios, e incluso amparar asesinatos y falsos culpables. Los dos agentes han superado una investigación en la que el veterano Perry protegerá a su novato compañero, que en teoría actuó en defensa propia en una refriega con unos delincuentes. Será la acción entrelazada que se quedará incardinada con la otra subtrama del film; la lucha de uno de los responsables policiales –Arthur Holland (Ving Rames)- por asumir el mando del departamento, consciente de la corrupción que rodea su funcionamiento. Holland es además negro, lo cual introduce un elemento racista en una ficción en la que ninguno de sus personajes se muestra sin aristas ni elementos de conflicto y, por el contrario, toda la fauna humana que puebla DARK BLUE se describe con complejidad y ambivalencia, permitiendo que sobrepasen con fuerza la condición de estereotipos, emergiéndose por el contrario como auténticos seres humanos.
Lo brillante, lo en última instancia perturbador del film de Sheldon, reside en el grado de acierto con el que logra plasmar esa complejidad y gama de matices, combinando para ello diversos modos narrativos, algunos de ellos sin duda cuestionables en sí mismos, pero que son adoptados con una extraña pertinencia. Y digo esto, en la medida que reconozco mi rechazo al uso de determinadas modas visuales perteneciente al cine de acción de los últimos años, aunque no por ello deje de reconocer que en esta ocasión esta combinación de narrativa más o menos sincopada –utilizada en las secuencias de acción protagonizadas por la pareja de agentes-, con otra más clásica y reposada –por lo general adoptada en aquellos fragmentos que se insertan en los mandos policiales-, adquiera una extraña coherencia. Pero lo más atractivo se manifiesta en esa extraña actualización de cine noir que muestra una descripción genérica de la vida policial, emparentando la película con tantos y tantos títulos rodados sobre todo en la primera mitad de la década de los cincuenta. Hay en las imágenes del film una sensación de callejón sin salida, de visión casi sin esperanza de unos modos de detentar y administrar el mando de las leyes, en las que no importa condenar como culpable a alguien aunque sea inocente, en la que la vida de las personas no tiene importancia alguna, y en la que la barrera del bien y del mal prácticamente no existe. La mirada que proporciona DARK BLUE oscila entre lo individual y lo colectivo, entre el nihilismo y la repentina concienciación. Y será quizá en este segundo aspecto, donde se ofrezcan dos de los instantes más memorables de la película, protagonizados precisamente por la pareja de agentes que en realidad son objeto de la codicia y el manejo de sus superiores, y que además revelan el talento y coraje de actor de sus dos intérpretes. Uno de ellos será la expresión traspasada de dolor de Speedman, negándose a contemplar el cadáver de ese delincuente al que ha asesinado, sabiendo que en realidad no es culpable del delito por el que ha sido literalmente ejecutado. El otro será la desolación manifestada por Russell al contemplar el cadáver de ese joven del que le separaba una cierta rivalidad al reflejar en él una juventud perdida, pero con el cual había logrado establecer auténticos lazos de afecto.
Sobre esos ejes vectores, DARK BLUE logra establecer una por momentos insoportable gama de matices, que se extiende sobre todos y cada uno de los exponentes de esa auténtica fauna humana, mostrando en ellos sus aspectos de luz y de sombra, y no permitiendo que ninguno quede delimitado por una visión maniquea de su contexto humano y profesional. Ni siquiera el más definido por matices negativos –Van Meter- se libra de una mirada introspectiva, ni tampoco el que podría ofrecerse como su contrapunto positivo –el citado Holland- carece de elementos en su pasado –la relación de infidelidad mantenida en el pasado con su ayudante-, que permitan insuflar a su perfil de matices incluso reprobables –la utilización de su faceta religiosa como plataforma para erigirse como líder policial-. En realidad, nada hay en esta película que pueda quedar inmune a una visión generalizada cercana a ese simbólico Apocalipsis que muestra la imagen presentada por un Los Angeles abocada a la autodestrucción, a partir del indulto de esos cuatro agentes cuyo juicio por apalear a un negro, ha ido acompañando la acción. Llegados a este punto, convendría insertar el film de Shelton, quizá como uno de los primeros exponentes de esa visión sombría y amarga de una Norteamérica convulsa tras los atentados del 11S. Cierto es que la ficción relatada no invoque de forma directa este hecho crucial para la vida del país, pero no cabe duda que títulos como este o 25th HOUR (La última noche, 2002. Spike Lee), es más que probable jamás hubieran tenido lugar en la industria de Hollywood, caso de no haber tenido lugar aquellos sucesos tan atroces. Lo triste, lo que cabe lamentar en esta ocasión, es que una propuesta quizá imperfecta, pero tan densa, bien interpretada, magníficamente ambientada y llevada con coherencia a la práctica, como la que plano a plano ofrece DARK BLUE, no lograra en su momento la atención merecida –en España llegó a estrenarse con dos años de retraso- ¿Quizá lo que sus imágenes muestran se caracterizara por su acusada dureza? Es probable que así fuera, aunque estimo que el paso del tiempo ofrecerá a esta inesperada sorpresa del cine policial, no solo el regusto de suponer una directa heredera de la corriente del género manifestada en los años setenta –propuestas firmadas por Lumet, Pakula y otros-, sino quizá una de las miradas más lucidas que el cine USA de los últimos años, ha brindado sobre las grietas de su propio sistema. Un mérito que sus imágenes proponen plano a plano.
Calificación: 3
1 comentario
pike -