THE WRECK OF THE MARY DEARE (1959, Michael Anderson) Misterio en el barco perdido
Sobre THE WRECK OF THE MARY DEARE (Misterio en el barco perdido, 1959. Michael Anderson), pesa en su consideración el hecho de ser un proyecto rechazado por Alfred Hitchcock, argumentando las escasas posibilidades dramáticas que permitía la novela de Hammond Innes, aunque su guión estuviera reelaborado de la mano del reconocido escritor Eric Ambler. De alguna manera, y aunque el astuto Hitch supiera poner el dedo en la llaga en las limitaciones que ofrecía para cualquier director una historia como esta, lo cierto es que la Metro Goldwyn Mayer decidió pese a todo acometer el proyecto, que asumió con solvencia el artesano británico Michael Anderson, acaso en el mejor momento de su no muy distinguida filmografía –acababa de filmar la atractiva SHAKE HANDS WITH THE DEVIL (Vientos de rebeldía, 1959), mostrando el conflicto del IRA en aquel tiempo-. La realidad es que THE WRECK ON THE MARY DEARE se erige como una propuesta irregular pero en ocasiones fascinante, mezclando en su metraje –con diferentes grados de acierto e importancia- la conjunción de cine de suspense, drama judicial y propuesta de aventuras. Todo ello, encubriendo quizá de modo excesivo, la auténtica esencia de su propuesta; la progresiva fascinación generacional que se irá estableciendo entre un joven encargado de una firma de rescates marinos, y un veterano hombre de mar sometido a una situación límite, a partir de la cual deseará enfrentarse con todo lo establecido, para lograr no solo rehabilitar la verdad que él conoce, sino de alguna manera realizarse como ser humano, llegó el momento de asumir el último tramo de última madurez de su existencia. Será una base que servirá para el magnífico duelo proporcionado por dos actores tan emblemáticos como el veterano Gary Cooper –que trabajaría con Michael Anderson en la que sería su última película, THE NAKED EDGE (Sombras de sospecha, 1961)- y un Charlton Heston en el mejor momento de su carrera.
Heston encarna a John Sands, quien junto a su compañero fleta un pequeño barco destinado al rescate, y que en plena marejada en alta mar en el Canal de la Mancha, se topará con el carguero Mary Deare, del que percibirán ha sufrido un incendio y se encuentra ausente de tripulación. Sin temor alguno, y con la posibilidad de salvar tanto a posibles supervivientes como al propio buque, Sands accederá al mismo deambulando por sus desvencijadas estancias, que presentan un aspecto desolador. De repente, entre las mismas emergerá la figura de un alterado y veterano oficial, al que muy pronto conoceremos como el capitán Patch (Gary Cooper), superior del barco y conocedor de las extrañas circunstancias que en ella se han producido. Unos hechos que desconcertarán al joven rescatador, a quien sin embargo salvará la vida cuando se dispone a retornar a su pequeña embarcación, teniendo que seguir en el Mary Deane hasta que el barco logre encallar de la mejor forma posible en un entorno rocoso de la costa inglesa. Allí se dejará el barco, implorando Patch a su joven compañero que mantengan en secreto el destino, accediendo este a la justicia inglesa para defender unas posiciones que pronto serán rebatidas, a partir de una turbia conspiración, establecida por la propia compañía naviera y aseguradora, ante la cual el veterano capitán se verá por completo superado. La vista pondrá en tela de juicio sus razones, llegando incluso a ver despreciada la confianza que Sands mantenía en él, hasta que en un esfuerzo último, un regreso clandestino a la nave encallada permita al veterano marino ratificar unos razonamientos en los que nadie creía.
Película que se degusta con relativa placidez, nada hay en THE WRECK OF… que impacte tanto, como ese plano de la mano abierta de un cadáver, que emerge de forma expresiva y siniestra entre una montaña de carbón, anunciando un terrible secreto amparado por Pack en el barco, que se dispone con rapidez a enterrar cuando Sands se acerca hasta allí. Será el instante más impactante de un tercio inicial magnífico, modulado por un excelente uso del espacio escénico que impone el interior del navío accidentado, insertando en él ese grado de misterio e incertidumbre que incorpora de manera progresiva los descubrimientos y las actitudes del oficial del mismo. El uso de la pantalla ancha, el contraste interpretativo de sus dos protagonistas, la siniestra brillantez de la fotografía en color proporcionada por el veterano Joseph Ruttemberg y, por que negarlo, la adecuada puesta en escena de Anderson, proporciona al relato casi una primera mitad modélica, que con probabilidad puede erigirse en el fragmento más valioso de toda la obra de este discreto realizador.
Esa capacidad para imbricar suspense, tensión soterrada y un duelo de caracteres opuestos, que poco a poco irán acercando sus posturas, de alguna manera se diluirá cuando la película se centre en el desarrollo de un proceso judicial, interrumpiendo ese grado de densidad que hasta entonces habían adquirido sus imágenes. No puede decirse con ello que la expresión de este episodio esté carente de interés. Por el contrario, deviene en una resolución judicial cuanto menos aceptable, permitiendo contemplar a intérpretes tan brillantes como Michael Redgrave, Alexander Knox, o incluso al dramaturgo Emylyn Williams –el autor de Night Must Fall-. En cualquier caso, aporta una ruptura en la película de la que esta nunca logrará sobresalir, induciendo en ello el maniqueísmo con que son tratados personajes como el que encarna un poco afortunado Richard Harris (Higgins), capitaneando el equipo de marinos a las órdenes de Patch, que han decidido plantear y testificar una situación bien diferente a la sucedida en realidad. Cierto es que todo esta vertiente dramática no adquiere especial interés, e incluso está desarrollada a trompicones. Pero incluso en esos momentos, la proyección de la ambivalencia que desprende el veterano marino sobre Sands –asistente en la vista-, será un elemento de engarce que aún nos permitirá otra brillante secuencia, como es aquella en la que el segundo –junto a su ayudante- localiza a Patch cargando gasolina para viajar hasta las rocas en las que se encuentra su buque encallado. Será una secuencia modélica, provista de las mejores virtudes del cine de finales de los cincuenta, descrita entre el clasicismo y la modernidad, que permitirá una reconsideración de la desconfianza que el joven rescatador había recibido determinados acontecimientos relatados en la vista. Será un retorno en el que volverá la mutua admiración, aunque vaya seguido de un episodio de regreso a la misma mediante submarinismo, a mi modo de ver desprovisto de cualquier interés, y encaminado a un suspense rutinario. Un fragmento que inclina la función a una cierta mecánica decepcionante, desprovista de la menor densidad, aunque permita la conclusión del metraje con el plano del veterano hombre de mar satisfecho y feliz. Quizá en ese semblante sereno se encuentre la clave para entender una propuesta inclasificable, pero también en esos vaivenes y cohabitación de géneros se encuentre la clave de su fuero interno; la admiración por la experiencia, y la necesidad de otorgar la confianza en el hecho cierto de que la veteranía es un grado.
Calificación: 2’5
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