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CINEMA DE PERRA GORDA

PRINCE OF PLAYERS (1955, Philip Dunne)

PRINCE OF PLAYERS (1955, Philip Dunne)

Es sabido que todos y cada uno de los proyectos surgidos en el periodo dorado de la 20th Century Fox, llevaban la marca directa de su todopoderoso responsable, Darryl F. Zanuck. Para bien o para mal, su impronta y obsesiones se encuentran presentes en cuantas producciones surgieran en dicho estudio. Conocidas son las polémicas mantenidas en este sentido con Joseph L. Mankiewicz, pero del mismo modo debería ser reconocida su intuición, su primitiva riqueza cultural, y su capacidad para otorgar a quienes sobrellevaban sus películas todos los méritos de estas, mientras que el propio Zanuck asumía personalmente las consecuencias de sus fracasos. Nunca he ocultado mi absoluta debilidad por su figura, en quien siempre he visto representado al más valioso de los tycoons con que contó el Hollywood clásico. Esta larga premisa, viene a colación a la hora de contemplar una película tan insólita como PRINCE OF PLAYERS (1955), que además sirvió como debut en la dirección de uno de los guionistas estrella, dentro de un estudio en el que sus bases dramáticas ejercían como piedra angular de su propia producción; Philip Dunne. Siempre modesto a la hora de calibrar sus supuestas cualidades como director, este señalaba que las mismas se reducían a una cierta capacidad en la dirección de actores. Lo cierto es que en función de lo que he podido contemplar de su no muy extensa producción, Dunne logró aspectos tan milagrosos como la que a mi juicio es la única interpretación salvable de Elvis Presley –en WILD IN THE COUNTRY (El indómito, 1961)-, siendo sus películas propuestas sencillas y humildes, que destacan en sus mejores momentos por la intensidad con la que trabajaba sus materiales de base.

En buena medida, todo este enunciado se traslada a PRINCE OF PLAYERS –de la que lamento haber contemplado una copia que amputa su formato original en CinemaScope-, cuyo argumento se centra en el recorrido existencial de una familia de actores, la más conocida del siglo XIX en los nacientes Estados Unidos; los Both. A su través, la película –basada en el libro de Eleanor Ruggles, dejando las tareas de guión en manos de Moss Hart-, describe en un segundo término una faceta poco conocida de la Norteamérica del siglo XIX; su pasión por el teatro, en concreto por la obra de Shakespeare. A partir de dicha premisa, no se me oculta que la existencia de una propuesta tan singular –y atractiva a priori- como la que propone el debut como realizador de Dunne, obedecería en una primera instancia a la intención de Zanuck de consolidar la presencia del galés Richard Burton en el seno de la Fox. Nada malo hay de esta astuta operación comercial, máxime cuando la propuesta planteada permite al ya consolidado intérprete teatral ejercer en sus imágenes como intérprete shakesperiano. A partir de dichas intenciones, la película plantea –cual traslación de los protagonistas de la novela The Fall of the House of Usher de Allan Poe-, la previsible tragedia que llevaría a la familia que encabeza el veterano actor Junius Brutus Both (Raymond Massey), a poseer en un sangre el estilema de la locura. Both es el actor más célebre de su tiempo, pero al mismo tiempo es un hombre consumido por la bebida y sus constantes altibajos emocionales. Sobrelleva el cuidado de sus dos hijos, de los cuales el pequeño Edwin es quien siempre ha procurado cuidarle, al tiempo que empaparse con la rica prosa shakesperiana, mamada al vivir tantas y tantas funciones bajo el suelo de las tablas. El paso de los años permitirá que el veneno de la actuación se introduzca en los dos. De un lado el propio Edwin (Richard Burton), seguirá un sendero apegado a la realidad. Por el otro su hermano John Wilkes (John Derek) hará lo propio, viviendo un éxito fácil en terreno sureño, debido más a la simpatía que provoca su filiación política –lo que le llevará a un reconocimiento que encubre sus limitaciones como intérprete-. Mientras tanto, Edwin seguirá por lógica la sucesión de la figura de su padre, al que acompaña en todo momento, siendo ambos apadrinados por Dave Presscott (eminente Charles Bickford), un hombre de turbio pasado pero honesta vocación teatral. Será este quien llegado el momento de la debacle del patriarca como figura principal de la escena, promocione y aliente el relevo en la persona de su hijo, quien de forma segura irá consolidando su prestigio. A partir de ese momento, Edwin irá fogueándose entre marcos rurales, comprobando la potencia y convicción de sus cualidades escénicas, y aumentando su prestigio, que incluso le llevará hasta escenarios europeos. Al mismo tiempo, encontrará el amor en su vida en la persona de Mary Devlin (Maggie McNamara), con quien se casará e incluso llegará a tener un hijo, pero en la que verá presentes los temores de que la inestabilidad mental que atenazó a su padre, y que también ha sobrellevado en su persona, pudiera tener descendencia. No obstante, en su esposa encontrará ese apoyo constante y la seguridad quizá ausente en sí mismo, aunque su debilidad física le lleve a separarse de él temporalmente, hasta que dicha separación se convierta en definitiva. Poco después, John Wilkes volverá a ser objeto de una actualidad nada estimulante, al ser el ejecutor del asesinato de Abraham Lincoln. El crimen colocará a Edwin en una terrible tesitura en un importante debut teatral. No obstante, su valiente presencia ante la turba que lo espera invadiendo el patio de butacas, permitirá por un lado reconducir la situación, recibir la aprobación entusiasta de este público hostil, al tiempo que reconocer en ellos esa veta cultural, inserta dentro de una personalidad quizá primitiva y rural, pero que ya en aquellos años iba reconvirtiéndose en urbana.

PRINCE OF PLAYERS alcanza su mayor grado de atractivo al ofrecer esa mirada sobre la entrega de la profesión escénica, integrando en la misma un componente de inestabilidad poco frecuente en sus traslaciones en la pantalla. En realidad, quizá habría que remontarse a la muy posterior y olvidada THE DRESSER (La sombra de actor, 1983. Peter Yates), para encontrar un título de similares características, aunque bien es cierto que en el seno de la Fox se planteara una reflexión –de diferente calado- en torno al mundo teatral, con la mítica ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950. Joseph L. Mankiewicz). En su oposición, el film de Dunne no se puede comparar en su alcance a ninguno de los dos títulos citados –uno de ellos ya señalado por su prestigio, mientras que el segundo precisa de una necesaria revalorización entre las propuestas más perdurables del cine de los ochenta-. Sin embargo, y partiendo de la irregularidad que ofrece su metraje, el film de Dunne supone ya en sí mismo un referente de cierto interés, que no decepciona merced a su atractiva base argumental, el soberbio apoyo que brinda el score de Bernard Herrman, o la excelente dirección de actores que ofrece su “cast” –excepción hecha del casi siempre imposible John Derek-, en la que la presencia de verdaderas figuras pertenecientes a diversas generaciones y estilo, contribuyen a enriquecer un relato que toma como valioso referente la fuerza y la riqueza de la interpretación, como terapia y expiación de personalidades complejas e incluso atormentadas. Dentro de dicho contexto, a mi modo de ver la principal objeción que se puede formular al relato, se centra de una parte en una ausencia de mayor arrojo narrativo. Resulta hasta cierto punto comprensible esa humildad con la que Dunne acomete una responsabilidad hasta entonces ajena a sus inquietudes, pero justo es admitir que ello limita en buena medida el alcance de la película, como lo hace ese cierto abuso en la recurrencia a recitados shakesperianos, a la hora de servir como refuerzo a la progresión de su metraje.

Estos defectos, no nos deberían en modo alguno hacer palidecer esa veta intimista que recorre su metraje –centrada de manera especial en la relación amorosa que se establece entre Edwin y la que será su esposa y madre de su hijo-, o la fuerza que adquirirán algunas de sus secuencias, en las que se detecta e intuyen las posibilidades de Dunne como mettre en scene. Serán episodios como el que marca la actuación de Edwin ante un público rural en pleno campo, las que demostrarán el abatimiento de este ante la muerte de su esposa –provocando que durante largo tiempo acuda diariamente a su tumba, incluso en plena nieve- o, por supuesto, la secuencia final, en la que una emoción contenida muestra la capacidad del ya consagrado intérprete, para revocar a la enfurecida turba que pretende boicotear su actuación, al intentar vengar de forma colectiva e injusta el criminal asesinato que su hermano –con el que se mantenía distancia a todos los niveles- había cometido en la figura del legendario presidente. Será un fragmento mesurado y al propio tiempo tenso, sostenido por la fuerza y bravura del talento de Richard Burton, y una planificación ajustada que sabe potenciar los recovecos de una situación revestida de hostilidad. Resulta más complejo de lo que parece, plasmar en la pantalla un episodio como el que concluye PRINCE OF PLAYERS, pero Dunne lo resuelve con convicción, permitiendo además que ese triunfo de la tenacidad y la consideración de la actuación como una forma de vida, deje en el espectador una sensación sincera que eleva la impresión lograda por esta propuesta modesta, apenas conocida y, en su conjunto, apreciable.

Calificación: 2’5

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