THE STRANGERS RETURN (1933, King Vidor)
THE STRANGER’S RETURN (1933) se encuentra inserta en un periodo poco citado a la hora de tratar la de por sí demasiado ignorada andadura del gran King Vidor; la primera mitad de la década de los treinta. Pero a ello cabe unir que se trata de un título nunca estrenado en nuestro país, y del que solo se recuerda un lejanísimo pase televisivo en los inicios de la década de los ochenta. Con ese exiguo grado de conocimiento, y dada la pereza cada día más manifiesta a la hora de indagar en el bagaje oculto ofrecido por los cineastas más reconocidos, no es de extrañar que nos encontremos con un título casi ignoto –incluso su referencia internacional en IMDB revela que escasísimos espectadores la han contemplado-, aunque su visionado despierte no pocas sorpresas, erigiéndose como una serena y plácida combinación de drama y comedia, en la que se encuentran presentes no pocas de la obsesiones que hicieron de Vidor un primerísimo cineasta. Y es que, en última instancia, THE STRANGER’S… encierra en su aparentemente leve discurrir dramático, una dualidad integrada con la misma serenidad en su entramado dramático. Por un lado, el eterno contraste entre campo y ciudad que se extendería en buena parte de la filmografía vidoriana, y por otra la posibilidad de un amor que pueda emerger entre los convencionalismos y las instituciones que oprimen al individuo –en este caso, el matrimonio. En definitiva, y en ello tendrá una presencia predominante la propia configuración que muestra el escenario central de la acción, la oposición entre la verdad y la convención.
La película se inicia describiendo el contexto de la familia Storr. En ella, el patriarca es el veteranísimo abuelo encarnado por Lionel Barrymore, quien a sus ochenta y cinco años se atreve a llevar la contraria a los componentes de su familia política, todos ellos hijastros y consortes procedentes de sus diversos matrimonios. En concreto, la granja se encuentra poblada por Beatrice (Beulah Bondi), que se erige como inopinada ama de llaves de la vivienda, poblada además por Thelma (Ayleen Carlyle) y Allan (Grant Mitchell), un abogado de poca monta. A ellos hay que sumar a Simon (Stuart Erwin), un empleado del recinto, que sin ser de la familia demuestra un perfecto conocimiento de la entraña de la misma, además de aunar en su personalidad su condición de simpático amante de la bebida. Ya en sus instantes iniciales, Vidor sabrá describir el contraste existente entre la hipócrita actitud descrita por la familia del patriarca, que se disponen a preparar un desayuno, y la autenticidad que muestra este cuando hace acto de presencia, decidiendo tirar a las gallinas –descrito en un largo “travelling” lateral que posteriormente se muestra en orden inverso- la comida vegetal que le han ofrecido sus familiares, siguiendo los consejos médicos. Desde el primer momento el cineasta sabe expresar cinematográficamente ambas actitudes ante la vida, la vitalista del anciano, y la de sus descendientes, quienes con mal disimulado deseo tan solo desean heredar las propiedades de su predecesor. Todo ello quedará puesto en tela de juicio con la inesperada llegada de Louise (una estupenda Miriam Hopkins, bastante alejada de los excesos histriónicos que caracterizaron su andadura posterior como actriz). Esta es la nieta del anciano granjero, quien después de un divorcio en New York ha decidido recalar en el lugar del pasado de su familia, con la intención de encontrar allí un remanso de paz en su agitada vida. La joven supondrá en la realidad un auténtico revulsivo en la rutina existente en el entorno rural de los Storr, como una bocanada de aire fresco que contará con el progresivo rechazo de los herederos políticos de la misma y, por el contrario, percibiendo el creciente aprecio de su abuelo, de Simon –sobre quien se advertirá inicialmente una cierta atracción hacia la recién llegada- y, sobre todo, del joven vecino Guy Crane (Franchot Tone). Este es el propietario de la granja vecina, casado con Nettie (Irene Hervey), fruto de cuyo matrimonio tienen un niño. La cercanía que la recién llegada propiciará con Crane favorecerá el inicio de una relación adúltera –no olvidemos que la película se rodó poco antes de que el “Código Hays” se implantara en las pantallas norteamericanas-. Sin embargo, ni en las intenciones de Vidor –ni supongo en la novela original de Philip Strong- se acentúa ese condicionante en teoría audaz para el año de producción del film. Por el contrario, estimo que su resultado se centra más en un marco de extraña placidez, a partir del contraste de la presencia de una muchacha que aporta vida a un contexto protagonizado por un patriarca que ve consumir los últimos momentos de su existencia, y por un hombre aún joven que, poseyendo en apariencia un marco de vida sólido y seguro, en realidad se encuentra interiormente insatisfecho al haber desaprovechado su formación universitaria, que en un pasado más o menos cercano ejecutó con el deseo de sobrellevar una vida urbana. Ese marco de conflicto, será el eje sobre el que gravitará la estancia de Louise, quien así mismo irá percibiendo la hostilidad que rodea todo lo que rodea junto a estos dos elementos vectores.
Lo más atractivo de THE STRANGER’S RETURN deviene en el hecho de que con un material de base proclive a un melodrama más o menos desaforado, es expuesto por Vidor con un extraño sentido de la serenidad, procurando no alzar nunca la voz y, lo que es más importante, apostando por una combinación de un naturalismo aún vigente, con la aplicación de elementos de comedia, que en algunos instantes devienen incluso francamente hilarantes –por ejemplo, la secuencia en la que Louise queda exhausta tras atender a los operarios de la recolección de la granja de su abuelo-. Es más, incluso incorpora una treta por parte del anciano propietario de la granja, simulando haber perdido el uso de la razón para observar la actitud depredadora de esos familiares políticos que le han rodeado durante todo este tiempo –en especial Beatrice-, quienes muy pronto revelarán sus garras para, por un lado, despojar a Louise de su ascendencia con la herencia, y por otro hacerse ellos con las responsabilidad de la misma. Sin embargo, si algo destaca en esta casi desconocida y estimulante propuesta de Vidor, es la sinceridad con la que se muestran los sentimientos, en esa delicadeza con la que es descrito el acercamiento de la recién llegada con su abuelo, o en esa casi inevitable ligazón que se establece entre Guy y Luise, que tendrá un momento de extraordinaria inventiva visual con el estallido en forma de beso que se expresa entre ambos, mostrado de manera admirable por el realizador, situando la cámara fuera del coche en que ambos no pueden ocultar más lo que sienten en el interior de sus almas. No será ese el único instante magnífico de una película –atención al instante en el que Beatrice descubre a Louise y Guy declarando sus sentimientos en el jardín- en la que se encontrará presente esa inquietud de Vidor por la fuerza de la tarea del hombre en la tierra –imágenes de la recolección agrícola-, y que concluirá de manera tan hermosa como casi imperceptible, con la expresión intuitiva de la inminente muerte del anciano patriarca, describiendo la misma de manera elíptica y, sin duda por esa misma elección, logrando que esa fusión del viejo hombre con la tierra, adquiera por un lado esa naturalidad consustancial a cualquier actividad vital, y no por ello pierda su rasgo de emotividad. Y todo ello, además, irá seguido de otra secuencia –que por momentos parece erigirse como una variante de la célebre conclusión de la muy posterior SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan)-, en la que Guy anunciará a Louise que ha decidido aceptar una propuesta universitaria que le hará abandonar la granja. En realidad, ha sido la única situación posible a tomar ante la imposibilidad de resolver el drama sentimental que embarga a ambos, pero que atenaza sobre todo a esa familia que encabeza, y que ha de resolver por el camino de la renuncia a la autenticidad de sus sentimientos, siquiera sea apostando por la realización personal a través de sus inquietudes intelectuales. No cabe duda que casi ocho décadas después de su realización, en algunos pasajes se pueda detectar cierto apergaminamiento, pero considero que THE STRANGER’S RETURN emerge con la suficiente vigencia, por una sencilla razón –fácil de enunciar pero no tanto de trasladar a la pantalla-; se trata de una película que se realizó poniendo en ella alma emocional y sabiduría cinematográfica.
Calificación: 3
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