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CINEMA DE PERRA GORDA

THE GUN RUNNERS (1958, Don Siegel) [Balas de contrabando]

THE GUN RUNNERS (1958, Don Siegel) [Balas de contrabando]

Es curioso comprobar como en la singladura de todos los cineastas que forjaron esa inolvidable tersura del cine norteamericano de los cincuenta, inmersos en lo que se denominó la “generación de la violencia”, encontraron incluso en sus años de mayor febrilidad creativa, un casi inevitable margen de dependencia de encargos y proyectos en los que no se encontraban lo suficientemente cómodos, y que de todos modos tuvieron que ejecutar poniendo en ellos su empeño y profesionalidad. Don Siegel no escapó a esta máxima, y en esta misma década se encuentran títulos tan exóticos como A SPANISH AFFAIR (Aventura para dos, 1957) –rodada en España- o la posterior HOUND-DOG MAN (1959), al servicio de las facultades canoras del inefable Fabián. Reconozco que aún no he podido contemplar ninguno de estos dos títulos, aunque las referencias coinciden en sus escasos valores –tampoco es algo que me pille de sorpresa-, suponiendo ambos quizá los referentes máximos de ese casi obligado servilismo que tuvieron que asumir en su la búsqueda de una continuidad laboral. No puede decirse, empero, que al hablar de THE GUN RUNNERS (1958) –nunca estrenada comercialmente en nuestro país, aunque editada en DVD bajo el título de BALAS DE CONTRABANDO-, nos encontremos ante un referente similar, aunque sí con un exponente que se interna como una curiosa y, en definitiva, discreta mixtura, entre los títulos que forjaron la fama de Siegel, y adentrarse en unos derroteros en los que el cineasta casi, casi, tenía perdida la batalla de antemano. Unamos a ello una circunstancia curiosa, que observaba al contemplar varios films norteamericanos que tenían como fondo la revolución castrista –uno de ellos podría ser THE BIG BOODLE (1957, Richard Wilson), rodado también para la United Artists-. Esta no es otra que destacar el maniqueísmo con que se expresa dicha situación, unido a una mayor dosis de acierto a la hora de describir la densidad y el oscuro exotismo de la Cuba de aquel tiempo. El film de Siegel no escapa a esta aseveración, aunque cierto es que el conjunto de su metraje –clarísimamente inserto en los márgenes de la serie B-, parece oscilar en su desarrollo, entre el respeto al original literario emanado por Ernest Hemnigway –en el que destaca la presencia, más no los resultados, del prestigioso Daniel Mainwaring-, intentando ofrecer una revisión de la historia, al tiempo que distanciarla de los dos precedentes cinematográficos que ofrecieron TO HAVE AND HAVE NOT (Tener y no tener, 1944. Howard Hawks), y el posterior y menos reconocido, aunque brillante THE BREAKING POINT (1950. Michael Curtiz). Más que el lejano y excelente recuerdo que albergo del excelente film de Hawks, lo cierto es que hace pocas semanas he podido revisar el posterior remake firmado por Curtiz y con John Garfield como protagonista, ante cuya tesitura, la modestísima propuesta auspiciada por Siegel queda del todo punto empequeñecida.

 

Es algo ya que ofrece la desafortunada elección de Audie Murphy para encarnar a ese Sam Martin, que apenas puede sostener la comparación con Garfield y el Bogart de la lejana propuesta de Hawks. Hábil en el manejo del western, en esta ocasión Murphy aparece prácticamente como un luchador sin personalidad ni mundo propio. Como un joven casado, en el jamás se atisba ni ese mundo interior de un ser derrotado, ni siquiera resulta creíble en la lucha que intenta acometer en torno a los sucesivos engaños y abusos que sufrirá por parte de Hannagan (Eddie Albert), a quien acompaña una de sus ocasionales amantes europeas. Martin accederá a las peticiones de este último, al verse estafado por parte de un pasajero que le debía cerca de novecientos dólares. Acuciado por la falta de recursos económicos que le permitan mantener el pequeño barco, llegará incluso a hacer parada en un lugar oscuro de La Habana al pedírselo Hanagan, esperando tanto a este como a su ocasional pareja. Una vez transcurran las horas, e incluso visite un garito en el que se encuentra la “chica” del pasajero, volverá a su barco con intención de retornar, pero en el último momento Hanagan llegará en coche, provocando dos asesinatos, y revelando con ello ese inquietante lado oscuro de su personalidad, hasta entonces tamizado.

 

Una vez llegados a tierra estadounidense, Sam intentará revitalizar su vida familiar con Lucy (Patricia Owens), su esposa, aunque pronto compruebe que Hanagan ha comprado su barco con la intención de tenerle retenido como oficial del mismo, aunque para efectuar los peligrosos trabajos, siquiera con ello obtenga pingües beneficios. En esta ocasión, se revelará que la realidad que esconden estos viajes de Hanagan a Cuba, están centrados en el tráfico de armas para surtir a la revolución castrista. Ya antes de dirigir este viaje, Martin seguirá el consejo de su mujer –un personaje mucho más desdibujado de los existentes en las dos versiones previas-, escondiendo una escopeta de considerable calado con la que, en un momento dado, podría contrarrestar la acción delictiva en la que se encomienda, y en la que se ha introducido, contra las indicaciones de su jefe, su fiel compañero Harvey (el veterano Everett Sloane). En ese último viaje se producirán situaciones violentas. Y es ahí donde cabe destacar la otra intención prioritaria de un film en el que Siegel ya desde sus primeros fotogramas, apostará por la introducción de estallidos de violencia –como el apuñalamiento que vivirá el protagonista en tierra en la persona de un periodista-, y que posteriormente no tendrá ninguna justificación. Quizá el propio realizador era consciente de la escasa enjundia dramática del conjunto, y por ello prefirió iniciarlo de manera percutante, e insertando de manera paulatina luchas y crímenes, logrando con ello superar la atonía que podía –y de hecho mantenía- el metraje. Y hay que decir que aunque de modo intermitente, dicha intención cumple sus objetivos. Sin embargo, dentro de una película en última instancia reveladora de esa inquietud demostrada por parte de Siegel, de convertir un relato revestido de doloroso romanticismo, en un thriller fronterizo, destacarán la ingerencia de esas secuencias violentas o, por encima de todo, el que considero el momento más logrado del film, cuando en plena alta mar, y antes de la catarsis final, Sam establezca una tímida relación con el delincuente Carlos Contreras. Serán apenas unos segundos, que serán bruscamente interrumpidos por la ingerencia asesina del contrabandista… pero es en un instante como ese, donde THE GUN RUNNERS nos permite olvidar sus deficiencias, proponiendo una extraña poesía que en el cine noir algunos denominaron como el malestar específico. Lástima que ni siquiera su conclusión se encuentre a la altura de esta secuencia, no pudiendo evitar considerar THE GUN RUNNERS como uno de los títulos decididamente “menores” de la filmografía de un Don Siegel, capaz de resultados mucho más estimulantes… y también de algunas incluso menos atractivos, que de todo hay en la viña del señor.

 

Calificación: 2

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