STRANGER ON THE RUN (1967, Don Siegel) (TV) [Un extraño en el camino]
Aunque ahora parezca que se oscurece a la hora de evocar la andadura del norteamericano Don Siegel,. Lo cierto es que su vinculación con el medio televisivo –como sucedió con otros nombres de su generación- fue bastante relevante. Ya en los sesenta, su experiencia rodando para la pequeña pantalla se extiende, y THE KILLERS (Código del hampa, 1964) se rodó inicialmente para la misma, como lo fue THE HANGED MAN (El carnaval de la muerte) también del mismo año, aunque se estrenara en pantalla grande en diversos países, como el nuestro. Así pues, y evocando su paso por series como The Twilight Zone, lo cierto es que durante dicha década la vinculación con el medio televisivo de Siegel es notable, siendo STRANGER ON THE RUN la que cerrará en 1967 dicha tendencia.
Emitida en pases televisivos en nuestro país y editada digitalmente bajo el título UN EXTRAÑO EN EL CAMINO, lo cierto es que desde el primer momento percibimos la sensación de asistir a una auténtica fantasmagoría. Tras ese plano aéreo que nos sitúa en una desolada localidad del Oeste, perdida casi en el espacio y el tiempo, acercándose a ella con la llegada –expulsado tras un vagabundeo en el vagón del tren que diariamente se dirige a la misma- del desarrapado e introvertido Ben Chamberlain (notable Henry Fonda). El reducto casi deshabitado, parece que solo importa a los ayudantes del cruel representante de la empresa del ferrocarril. Estos se encuentran encabezados por Vince McKay (Michael Parks), y formado por un pequeño grupo de seres caracterizados por su pasado como asesinos. Por su parte, la pequeña población tiene como representante de la ley al veterano Hotchkiss (estupendo Dan Duryea), estableciéndose entre ambos una extraña relación, que se verá violentada con la llegada de este veterano forastero que, sin pretenderlo, levantará en la tensa galería humana presentada, el lado más oscuro e inquietante de buena parte de ellos.
Caracterizada por un lado crepuscular que ya se encontraba bastante extendido en los exponentes del western rodado incluso para la gran pantalla, e igualmente por ese aire discursivo que provendría en buena medida por la base dramática proporcionada por el coguionista y autor de su base dramática –Reginald Rose, autor del célebre drama 12 ANGRY MEN (12 hombres sin piedad, 1957. Sidney Lumet) y, probablemente, la razón por la que Fonda aceptó protagonizar el proyecto-, lo cierto es que son todo ellos elementos que limitan pero al mismo tiempo proporcionan la definitiva personalidad al relato. Un relato dotado de un fuerte componente psicológico, en el que se insertarán ecos de The Most Dangerous Game de Richad Connell –tantas veces referenciado en la pantalla-, a la hora de proporcionar un extraño giro a la acción, a partir del encuentro del cadáver de esa mujer que Chamberlaine ha buscado como objetivo de su viaje, y que sin pretenderlo se convertirá en una auténtica pesadilla para él, al ser acusado injustamente de dicho asesinato y, sobre todo, ejercer como elemento de una catarsis que se prolongará hasta que finalice el relato.
La película se caracterizará por esos largos fundidos en negro característicos de cualquier ficción televisiva, incorporados para la inserción de la publicidad. SZin embargo, si hay un elemento que en última instancia se ha de valorar en esta apreciable aportación, reside a mi juicio en esa aura claustrofóbica que se percibe en su conjunto, pese a la existencia de secuencias diurnas de exteriores. Las nocturnas, en su oposición, serán rodadas en noche americana y con forillos artificiales, incidiendo en ese lado sombrío e inquietante que dominará todo el metraje. Unamos a ello la presencia de una de las subtramas más recurrentes en este tipo de western; el encuentro con una segunda oportunidad existencial, manifestado en los personajes encarnados por Fondo y la ya veterana y espléndida Anne Baxter. Ambos viudos. Ambos oteando el umbral de una madurez en sus vidas, y ambos casi temerosos de asumir esa oportunidad que se ofrece ante ellos, y para la cual Chamberlaine tendrá que resolver un objetivo casi insalvable; demostrar esa inocencia que los salvajes presuntos hombres de la ley se empeñan en negarle, quizá viendo en él un sujeto propicio para ejercer una violencia latente en todos ellos, pero que en el entorno en que se encuentran, están condenados a mantener siempre en un segundo término, aunque se exteriorice en el enfrentamiento soterrado que mantienen entre ellos. Será algo que se manifestará en el tiroteo final que en teoría irá dirigido contra Ben, pero que supondrá la definitiva exteriorización de los enfrentamientos de los hombres de McKay, al tiempo que la revelación –un poco artificiosa-, del verdadero causante del crimen por el que se ha anatomizado a Chamberlaine.
Quedémonos con esos instantes relajados en los que Ben y Valverda (Baxter) mantienen y evocan su triste pasado, quedando en sus palabras y miradas esa melancolía ante la oportunidad que van vislumbrando de poder darse una nueva oportunidad en sus vidas. Esa cadencia y sutileza que se superpondrá a un relato en ocasiones discursivo, en el que se percibe quizá en exceso la abundancia de primeros planos propia del lenguaje televisivo, y que en ese elemento dramático antes señalado, parece adelantarnos lo mejor de la posterior y olvidada THE SHOOTIST (El último pistolero, 1976), en la relación que mantenían el ya moribundo John Wayne y Katharine Hepburn. Así pues, dentro de las coordenadas que marcaba una producción televisiva, lo cierto es que STRANGER ON THE RUN se erige como un apreciable exponente dentro de la filmografía de Siegel, detectándose en sus modestas imágenes el sello inconfundible de su realizador, que muy poco después retomaría su andadura específicamente cinematográfica, dedicada al policíaco, con MADIGAN (Brigada homicida, 1968)
Calificación: 2’5
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