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CINEMA DE PERRA GORDA

HOUDINI (1953, George Marshall) El gran Houdini

HOUDINI (1953, George Marshall) El gran Houdini

Ejemplo casi canónico de película familiar y efectiva propuesta de entertainment en el cine USA de la década de los cincuenta, HOUDINI (El gran Houdini, 1953), funciona casi a la perfección a varios niveles. En primer lugar, propone uno de los más efectivos y singulares biopics de su tiempo –un período donde la recurrencia a esta faceta cinematográfica fue considerable-. Por otro lado, fue el primero –y quizá el mejor- de los tres títulos que aprovecharon en la pantalla la relación matrimonial establecida por la pareja formada por los jóvenes Tony Curtis y Janet Leigh. Del mismo modo, es una película que dentro de sus aires amables esconde por un lado ese extraño sentido del fantastique que rodeó todas las producciones de George Pal, y por otro deja entrever según va discurriendo su metraje, una nada solapada visión de tragedia –no olvidemos la presencia del prestigioso y controvertido Philip Yordan como guionista, a partir de la novela de Harold Kellock- en torno a su protagonista, aunando en ocasiones ambas facetas y proporcionando al conjunto una extraña patina, especialmente en un tercio final, donde ese aura describe la obsesión de un artista del escapismo por la búsqueda de la muerte o, por decirlo de forma más certera, de ese mas allá que intenta descubrir de manera acelerada e infructuosa. Que el conjunto llevara la firma de ese desconcertante artesano que fue George Marshall –especialmente a gusto cuando se trataba de rodas títulos que aunaran el western o la comedia-, revela hasta que punto profesionales sin una personalidad definitiva, podían acometer con enorme competencia proyectos en los que sobrellevar a su cargo un equipo solvente –y el de HOUDINI lo es desde el primer instante-. Y en el caso de Marshall, pese a la irregularidad de su filmografía, se encuentran especimenes de interés que se adentran incluso hasta finales de la década de los sesenta –la sorprendente e infravalorada HOOK, LINE AND SINKER (Pescador pescado, 1967) Uno de los últimos títulos valiosos protagonizados por Jerry Lewis, a quien dirigió en diversas ocasiones)

En realidad, podríamos decir que con esta aportación de la Paramount nos encontramos con una visión dulcificada y actualizada del universo que en no pocas ocasiones trasladó a la pantalla Tod Browning especialmente en el periodo silente, o con posterioridad el Edmund Goulding de NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947). Es decir, de nuevo el cine plantea una visión sombría del mundo del espectáculo en su vertiente de traslación de una fantasía al público, tras la cual se encuentra un conflicto interior en unos protagonistas, que esconderán tras su empeño quizá una búsqueda de sí mismo o, por el contrario, unas patologías de extraña complejidad. Todo ello se da cita en una película que destaca poderosamente por su excelente sentido del ritmo –lo cual no evita que disfrutemos de secuencias en las que su tempo se relaje e incluso cobre un aura romántica-, merced al montaje aplicado por George Tomasini, dentro de un espectacular cuadro técnico en el que encontramos nombres tan reconocidos como Ernest Laszlo (fotografía), Hal Pereira (vestuario), Roy Webb (música), Edith Head (vestuario), además de los ya citados. Sin duda, resulta bastante claro que la Paramount decidió apostar fuerte en una película que discurre de entrada con un admirable sentido de la ligereza, introduciéndonos mediante el encanto y la química que desprende la pareja protagonista, en el mundo de Harry Hopudini (Curtis), desde sus primeros pasos trabajando como una supuesta y camuflada fiera en un pequeño conjunto de atracciones que se ofrece dentro del parque de Coney Island. Allí al mismo tiempo ejerce como mago, y será el primer contacto que mantenga con la joven Bess (Janet Leigh). Una vez contemplada la película, y percibiendo esa extraña atmósfera que atesora en ocasiones, parece que dicho encuentro queda marcado por el destino. Y es que una de las virtudes de HOUDINI proviene de esa combinación de texturas fílmicas que se establecen en su trazado –comedia, melodrama, fantasía, biopic-, que de manera paulatina irá dejando paso a un creciente alcance sombrío, que llegará a transformarse en auténticamente mortuorio. De manera insólita en un título de estas características, el recorrido sentimental y profesional del conocido mago, va marcado por un sentido de la progresión casi ejemplar, a través de esa concatenación de secuencias y episodios que van delimitando la obsesión del protagonista por eludir una vida laboral en una fábrica de cerraduras –a la que se ha visto acarreado por petición de la que ya se ha convertido en su esposa-, y retornar a su pasión por la magia, que siempre aduce ofrece con una base física, pero que el relato no deja de mantener en una inquietante y ambivalente aura lindante con lo sobrenatural. En ello tendrá especial significación la magnífica secuencia en la que Houdini asistirá a una celebración en donde se encuentran congregados varios magos, participando finalmente en una prueba de escapismo en la que será el único que logre desprenderse de una camisa de fuerza. La planificación del episodio, la fijación de la mirada del mago a una piedra que procede de una lámpara, la atmósfera que se plasma en la pantalla, y la visión que de dicha situación ofrece la visión que le ofrece el veterano profesional que ha propiciado la prueba –de la que los demás participantes serán incapaces de superar-, introducirán en la película un elemento sobrenatural que, sin estar presente de manera abierta, comenzará a proporcionar al metraje posterior de una creciente aura en la que entrará la figura siempre ausente y deseada de un legendario mago alemán al que Houdini querrá conocer, y que se retiró de la profesión al probar con éxito una supuesta desmaterialización. Todo ello irá aderezado con la aceptación por parte de Bess de la gira europea realizada por el mago –que utilizará a un periodista en Londres para propiciar una treta publicitaria que lo llevará a la cárcel, evadiéndose de ella y logrando con ello una enorme publicidad-.

A partir de ese momento, la fama del mago irá acrecentándose, actuando en diversos países europeos, hasta llegar a la Alemania de la época del Kaiser, donde será sometido a un pleito por supuesta falsedad –el episodio menos creíble del film, aunque en él introduzca un atractivo ardid, al lograr del juez que le introduzca en una caja de caudales, en realidad mucho más fácil de trabajar por dentro que por fuera-. Será el instante en que trabará contacto con Otto (el siempre ambivalente Torin Thatcher), secretario de ese mago que durante tanto tiempo anduvo buscando infructuosamente, y cuya residencia visitará en una secuencia magnífica, donde la inquietante y recargada escenografía e iluminación nos volverá a proporcionar ese elemento lindante con lo sobrenatural con el que la película coqueteará en no pocas ocasiones. Aunque este señale que el mago falleciera dos días atrás, por momento se tiene la impresión de que en realidad Otto no es otro que la propia figura retirada, que ha dejado a Harry una reproducción a escala de una especie de cámara de la que pueda escaparse.

Tras una exitosa gira de más de dos años, el retorno del escapista a Estados Unidos se saldará con una extraña indiferencia, provocando él mismo la atención del público sometiéndose a espectaculares pruebas en plena calle. Será el inicio de un nuevo periodo de esplendor, que finalmente motivarán a una prueba de gran espectacularidad y riesgo, proporcionando a su argumento su definitiva inmersión en ese aspecto fúnebre e incluso siniestro que ya no abandonará hasta su conclusión; la inmersión de Houdini encerrado en una caja metálica y sumergido en el interior de las aguas congeladas del río Hudson newyorkino. Será un episodio magnífico, donde el espectador llegará a sentir la tensión soterrada y lo gélido de los preparativos de la prueba, ocurriendo un accidente con la caída precipitada de la caja, y contemplando la angustiosa salida del mago, no por las dificultades de evadirse de su caja, sino por no encontrar la salida del hielo que se había practicado en la superficie –espléndido el detalle de buscar huecos de aire entre la parte superior de dicha superficie, para ir sobreviviendo. Bess se desmayará y, en un doloroso plano general en picado, contemplaremos el lugar donde se ha celebrado la prueba, con la sola presencia de la caja rescatada y vacía y el fiel Otto. Y es a continuación, cuando la película se inclina de manera definitiva en ese aspecto fúnebre que nos presentará el retorno, mostrado entre penumbra, como si fuera un fantasma, de Houdini a su domicilio, señalando que fue la voz de su madre la que le logró salvar de una muerte segura. La inesperada noticia del fallecimiento de esta, marcará una elipsis de dos años –resulta de manera admirable-, en la que el mago no cejará en la búsqueda de un contacto con ese mas allá que representa de forma palpable la figura de su desaparecida madre. Será una espiral en la que se entremezclará su deseo de retornar a su vocación, implicándose en esa “cámara de tortura” que le legó aquel mago alemán, y que le enfrentará con su mujer, en una casi obsesiva búsqueda de la muerte que culminará en esos planos finales, con el inolvidable “volveré, no se como, pero volveré”.

Provista de una cadencia que sabe oscilar desde la ligereza, lo lúdico y lo romántico, hasta acercarse a una atmósfera casi mórbida en su tramo final, HOUDINI es en el fondo una de las muestras más extrañas que propuso el cine norteamericano de los cincuenta, aunando diferentes grados de interés, de cara a un público de dispares inquietudes.

Calificación: 3

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