DESTRY (1954, George Marshall) [Honor y venganza]
Responsable de una amplísima filmografía que se remonta al propio periodo silente -en el que filmó decenas de cortometrajes-, lo cierto es que George Marshall fue un tan competente como irregular artesano, incapaz de traducir en sus películas matices personales, pero que en ocasiones se desenvolvió con bastante agilidad dentro del western, la comedia –firmó varios de los títulos protagonizados por la pareja formada por Jerry Lewis y Dean Martin-, prestó su oficio a musicales bastante olvidables… En definitiva, ante una película de Marshall uno se podía encontrar ante lo mejor y lo peor, aunque cierto es que en especialmente en el primero de los géneros citados mostrara sus mayores habilidades. Y antes he señalado también su recurrencia en la comedia, en la que del mismo modo se encuentran títulos olvidables, pero de la que en la mezcla con el cine del Oeste logró algunos títulos francamente interesantes. Uno de ellos fue el lejano DESTRY RIDES AGAIN (Arizona, 1939), y otro el mucho más cercano en el tiempo THE SHEEPMAN (Furia en el valle, 1958). Sin embargo, es mucho menos conocida otra de sus aportaciones en este subgénero –en el que quizá se desenvolvió mejor que en ninguna de sus otras vertientes genéricas, como fue la plasmación de un western no paródico, sino ligado a la comedia con una destreza y equilibrio bastante inusual-. Me estoy refiriendo en este caso a DESTRY (1954) –jamás estrenada comercialmente en nuestro país, aunque editada digitalmente bajo el título de HONOR Y VENGANZA-. La misma en realidad aparecía como un nada encubierto remake de la mencionada DESTRY RIDES AGAIN, y en ambos casos basados en la novela de Max Brand –no olvidemos que incluso en 1932 ya se realizó una versión de dicha novela, protagonizada por Tom Mix-. Cierto es que la primera de ambas versiones goza de un considerable prestigio, mientras que el título que nos ocupa apenas si ha sido reseñado –estoy convencido que numerosos aficionados ni conocen su existencia-. Sin embargo, no me duelen prendas en reconocer que no solo DESTRY alcanza personalidad propia, sino que incluso se encuentra a la altura –aunque a partir de diferentes características-, del film que protagonizara en su momento el joven James Stewart y Marlene Dietrich.
Es probable que la mítica que indudablemente podría generar dicha pareja, sea un elemento que pueda jugar en contra a la hora de valorar esta producción realizada quince años después. El propio hecho del look más sombrío que emanaba de la versión de 1939, se prestaba indudablemente a su propia configuración en blanco y negro, frente al luminoso cromatismo de la Universal que propone la película que comentamos. Pero sin embargo, y partiendo de la base de dichas divergencias, lo cierto es que DESTRY poco tiene que envidiarle a su ilustre precedente, demostrando la facilidad que Marshall mostraba a la combinar dos géneros tan antitéticos como el cine del Oeste y la comedia –el ya mencionado THE SHEEPMAN, rodado dos años después, ratificaría dicho enunciado, ello sin citar la abierta y más evidente parodia que filmara inmediatamente antes al servicio de los citados Lewis y Martin en MONEY FROM HOME (El jinete loco, 1953)-. De nuevo nos encontramos ante una ciudad en la que el gobierno de la Ley se antoja por completo imposible, dominada por el cacique de la localidad Phil Decker (Lyle Bettger). En su entorno se desarrollan toda clase de desmanes, provocando a los honrados granjeros de la zona, y no dudando en el uso de las armas e incluso el asesinato, a la hora de llevar a cabo sus planes de ir extendiendo su poder en la localidad. Decker cuenta como compañera y amante a Brandy (Mary Blanchard), a quien incluso utilizará como ayudante suya en las timbas de cartas, cuando este se encuentre ante indicios de que pueda perder alguna de ellas. Ello sucederá con un granjero, al que ganará el rancho de su propiedad. La situación se hará insostenible, hasta el punto de que el sheriff de la localidad llegará a enfrentarse a este, siendo asesinado, y dejando la ciudad desamparada ante la Ley, nombrando el destartalado alcalde de la localidad –Hiram J. Sellers (el siempre magnífico Edgar Buchanan)-, únicamente ocupado por pintar en el interior del saloon de Decker, a uno de los más caracterizados borrachos del recinto. Se trata de Rags Barnaby (el no menos excelente Thomas Mitchell). Lo que podría parecer casi un insulto para la ciudad, inesperadamente será tomado en serio por parte de este, hasta el punto de solicitar la llegada de Destry –hijo de un viejo amigo suyo, caracterizado por su valentía y arrojo-, para ejercer como su ayudante. Sin embargo, no podrán imaginar que el joven muchacho, en realidad es un hombre que jamás porta armas –aunque cuando lo precise demuestre el magnífico uso que hará de ellas-, caracterizado por su juventud, agradable presencia y exquisitos modales, que contrastarán por completo con la rudeza que predomina en el entorno al que se ha incorporado.
En realidad, el epicentro argumental del film se centra en ese contraste, lo que proporcionará impagables instantes de fina comedia, como la llegada de Destry a la localidad, bajando del carruaje cargando con una jaula y una sombrilla en sendas manos –está ayudando a una dama- y dando la imagen equívoca de un ser amanerado. Lo mismo sucederá cuando en la barra señale que no gusta de bebidas alcohólicas, prefiriendo beber leche. O su rápida demostración de que no porta armas, lo cual permitirá sin embargo un elemento que impedirá su rápido asesinato por parte de los esbirros de Decker. Poco a poco, el joven protagonista irá extendiendo su elegante filosofía vital, basada en el uso de la razón y el respeto de la Ley, llegando a atraer a la que hasta muy poco antes había sido la más fiel aliada de Decker; Brandy. En definitiva, ese muchacho bien parecido –al que sorprendentemente Audie Murphy proporciona unos matices más que notables-, irá demostrando ante una localidad en la que ha reinado la anarquía, que el respeto a las normas de convivencia son el único camino que pueden llevar a la normalidad a sus ciudadanos.
Con ser atractivo todo este enunciado, no cabe duda que Marshall describe la base argumental a partir de un brillante juego de cámara, centrado en el uso de planos secuencia –el que abre la película en el interior del saloon es una buena prueba de esta elección formal-, insertando en ellos una casi modélica integración de elementos por completo dramáticos, en los que siempre aflorará el sutil contrapunto de comedia –DESTRY nunca se inclinará por la vertiente puramente cómica o paródica-. Es algo que se manifestará en instantes como el del asesinato de Barnaby –quizá el mejor momento del film-, pero que tendrá numerosos ejemplos a lo largo de esta película luminosa en su aspecto, que contrasta con ese look casi cercano al primitivo noir que presidía en la versión de 1939, pero que no por ello resta un ápice de validez a una propuesta que se degusta con agrado, en la que George Marshall demuestra encontrarse muy a gusto a la hora de trasladarla en imágenes, y donde su condición de vehículo al servicio del joven Audie Murphy –tan limitado en otras ocasiones-, hay que reconocer se revela más que pertinente.
Calificación: 3
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