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CINEMA DE PERRA GORDA

TWILIGHT (2008, Catherine Hardwicke) Crepúsculo

TWILIGHT (2008, Catherine Hardwicke) Crepúsculo

Aunque solo hayan transcurrido poco más de tres años desde su estreno, discernir unas líneas a estas alturas sobre TWILIGHT (Crepúsculo, 2008. Catherine Hardwicke) supone casi adentrarse en un fenómeno sociológico. Como un film de menos de cuarenta millones de dólares, no solo recaudó unos cuatrocientos en todo el mundo, sino que elevó a los altares de un más que discutible estrellato a sus tres protagonistas, creando una auténtica franquicia fílmica que aún no ha concluido, y poniendo de moda las novelas de Stephenie Meyer, en las que se entremezclan ecos sobrenaturales, teenagers y no muy lejanas pero superficiales referencias del Romeo y Julieta shakesperiano. Como quiera que un servidor desde bien pequeño siempre he tenido por costumbre huir de cualquier tendencia que me obligara implícitamente a acudir a la taquilla –máxime cuando las modernas tecnologías te facilitan con el paso de cierto tiempo acceder a ellas a un coste razonable-, es por lo que finalmente pudo conmigo la curiosidad de contemplar con mis propios ojos el primer exponente de un ciclo aún no concluso, que revolucionó las hormonas de millones de adolescentes en todo el mundo, instaurando en el cine de adolescentes una auténtica franquicia que bien podría tener su precedente más kitsch en las inefables fantasías filogays de David DeCoteau. Dicho esto, y asumiendo con todos los temores del mundo el visionado de TWILIGHT –máxime cuando lo poco que he visto de su realizadora me ha parecido cuestionable en grado extremo-, he de reconocer que esos temores de alguna manera se han quedado disipados. No se vaya a confundir el probable lector. Considero el film de la Hardwicke una mediocridad que, en sus mejores momentos, no supera las fronteras de la discreción. Sin embargo, espera encontrarme ante un título insufrible… y de la misma manera que su resultado no supera esas ya señaladas barreras, tampoco desciende por debajo de un sencillo, simple y hasta cierto punto previsible cuento sobrenatural dirigido a públicos adolescentes. Que ello no justifique ni de lejos el increíble éxito alcanzado –películas de peor calado han logrado éxitos similares e incluso superiores-, tampoco a mi modo de ver debe llevarme a impedir resaltar el muy menguado grado de interés que encerró su propuesta.

Y es que la máxima virtud que ofrece a mi juicio TWILIGHT proviene de su propia sencillez. Dentro de una duración ajustada que aparece casi como el capítulo de un serial –eso si, redondeado con un presupuesto no muy elevado para los cánones USA, y que se puede justificar al reclutar a jóvenes intérpretes que en el momento del rodaje apenas eran conocidos-, la película en realidad nos describe la historia de un extraño e inusual romance. Será el que surja entre la joven Bella Swan (Kristen Stewart), quien viajará desde Phenix (Arizona) tras abandonar el hogar de su madre, para residir en la pequeña localidad de Forks en Washington, donde su padre –Charlie (Billy Burke)- ejerce como sheriff. La ciudad apenas supera los tres mil habitantes y se encuentra cerca de tierras canadienses, rodeada de naturaleza –lagos y grandes masas boscosas-. Pese a la separación existente entre sus padres y la adopción de su nuevo hábitat, la muchacha muy pronto se integrará en su nuevo centro estudiantil, donde descubrirá a un joven tan atractivo como taciturno, tan pálido como introvertido. Se trata de Edward Cullen (Robert Pattinson). Creo que no hará falta que me extienda en su argumento, puesto que es de sobra conocido por todos. A partir de ese encuentro inicial, en el que temores, miradas furtivas, inesperadas desapariciones de Edward y posteriores encuentros con Bella, irán forjando lo que podría suponer una relación normal, salvo por el hecho de que nos encontremos ante un vampiro de ciento siete años de edad, procedente de una lejana familia, que se encuentra residiendo en dicha ciudad sin ejercer su modo natural de vida –es decir, son vampiros domesticados, y se nutren de sangre procedente de otros ámbitos-.

La base argumental de TWILIGHT forma parte ya del imaginario de miles de carpetas de adolescentes en celo, que se encuentran cubiertas con la imágenes del tremendamente insípido Pattinson, la ineficaz Stewart o un Taylor Lautner antes de que en posteriores entregas curtiera sus abdominales convirtiéndose en el tercer vértice de un triángulo, que en esta primera entrega aparece como elemento secundario provisto de larga melena. Como antes señalaba, me resultaría muy sencillo destrozar una película de estas características –la cursilería de su historia romántica, la insipidez de sus intérpretes, lo previsible de su enunciado-. Sin embargo, a fuer de ser justo, no puedo dejar de reconocer que desde el primer momento, cuando su discurrir se inicia con la voz en off de la protagonista, se abre un sendero de sencillez que logra –sorteando sus constantes desniveles- captar mi atención. Y es que si uno logra obviar algunos diálogos cursilones, la exhibición de musculitos ofrecida por ciertos componentes de la familia Cullen –especialmente Kellan Lutz- y cierta sucesión de debilidades, asiste a una pequeña historia que gana enteros al discurrir en voz callada, aunque cuando en algunos instantes se deja llevar por la espectacularidad, tampoco deja de ofrecer cierta magia –me refiero con ello el vuelo que Edward ofrece a Bella cuando esta descubre su condición de vampiro, que nos podría remitir con facilidad al que se produce en el SUPERMAN (1978) de Richard Donner, entre Christopher Reeve y Margot Kidder.

Dicho esto, importa poco en esta propia película –aunque sí de cara a las futuras entregas-, la sucesión de crímenes que se van produciendo en el seno de la población en la que se desarrolla la historia, aunque sí adquiera una cierta fuerza la lucha final de los Cullen contra los representantes de un maléfico y opuesto clan de vampiros que harán acto de presencia en la misma comandados por James (otro musculitos, este con más carisma; Cam Gigandet), quien será finalmente aniquilado por la pacífica familia de vampiros a la que pertenece Edward. Y como toda historia que ya en aquel momento intuía la posibilidad de una continuidad, que mejor manera que hacerlo de forma abrupta pero al mismo tiempo elegante. Y es que, a fin de cuentas, TWILIGHT se erige como un sencillo y hasta cierto punto placentero muestreo, todo lo mediocre que se quiera, de una saga que, aún con todas sus previsibles consecuencias, supongo que ninguno de sus artífices pudo intuir se iba a convertir en una auténtica mina de dinero. De momento, quedémonos con su condición de modesto e inesperado punto de partida, disociando lo que nos puede irritar como generador de un ciclo cuestionable a nivel fílmico, y valorando en su muy menguada medida la condición de un pequeño cuento revestido de blando romanticismo y envoltorio sobrenatural. En todo caso, lo reitero, aun ofreciéndome bastante poco, es mucho más de lo que esperaba.

Calificación: 1’5

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